El Tema 8

El tema 8 es como el primer amor: no se olvida nunca.

Tendrás pan, tendrás toros… y serás feliz

Desde Gloria y peluca (1850) a El señor Luis “el Tumbón” o Despacho de huevos frescos (1891), el madrileño Francisco Asenjo Barbieri (1823-1894) compuso cerca de ochenta obras líricas para la escena con la participación de escritores teatrales de la talla de Ventura de la Vega, Tamayo y Baus, Francisco Camprodón, García Gutiérrez, Ricardo de la Vega… Entre todas ellas destacan especialmente Jugar con fuego (1851), Los diamantes de la corona (1854), El barberillo de Lavapiés (1874) y la que hoy nos ocupa: Pan y toros (1864), con texto de José Picón (1829-1873, autor de otros dos libretos para Barbieri: Gibraltar en 1890, de 1866, y Los holgazanes, de 1871), las cuatro en torno a intrigas palaciegas durante los convulsos reinados de los Borbones.

Barbieri, además de como compositor, destacó como cronista de la ópera del momento y como estudioso de la música pretérita española, editando la revisión del Cancionero de Palacio. Aparte fue promotor de la edificación del Teatro de La Zarzuela, académico de Bellas Artes, pionero en la legislación sobre los derechos de autor y miembro de la Real Academia Española, defendiendo hasta sus últimos días que los alumnos de los conservatorios del territorio nacional se formaran prioritariamente con conocimientos en la música española y no sólo en la italiana, alemana y francesa. En definitiva, Francisco Asenjo Barbieri propuso una revolución contra la música extranjera como necesaria vía de escape para dignificar la música española y dotarla de una personalidad propia. Y está claro que lo consiguió.

Pan y toros, zarzuela grande en tres actos y escrita en verso, se enmarca en el subgénero lírico de temática taurina, que cuenta con obras como ¡En las astas del toro! (1862) de Joaquín Gaztambide, seis piezas líricas de Federico Chueca: ¡A los toros! (1877), La canción de la Lola (1880), Fiesta nacional (1882), Caramelo (1884), Los arrastraos (1899) y La corría de toros (1903) y que incluso incluye una ópera: El gato montés (1917) de Manuel Penella. Aunque, como señala Ramón Sobrino en las notas al programa, en Pan y toros «el toreo no es su núcleo argumental, sino un elemento más de ambientación, junto con la presencia de algunos personajes secundarios del Madrid de la época más o menos castizos y familiares para el público decimonónico».

Consolidada como una de las joyas del género desde su aclamado estreno el 22 de diciembre de 1864, precisamente en el Teatro de la Zarzuela, Pan y toros, que nos llega en edición crítica de Emilio Casares y Xavier de Paz, cuenta con la dirección musical de Guillermo García Calvo, la escenografía y el vestuario están firmados por Ana Garay, la iluminación es de Juan Gómez Cornejo, la coreografía de Manuela Barrero y la vídeo-escena corre a cargo de Álvaro Luna y Elvira Ruiz Zurita. Del primer reparto de estas representaciones de Pan y toros hay que destacar a Yolanda Auyanet (demasiado tendente a los estruendosos agudos y a los gorgoritos, como Doña Pepita), Carol García (que ya encandiló al público madrileño como Maya en el reciente Don Gil de Alcalá, ahora en el papel de Princesa de Luzán), Borja Quiza (al que ya hemos comprobado que le va como un guante el barberillo Lamparilla, esta vez protagoniza con suficiencia al Capitán Peñaranda), Milagros Martín (una veterana de la lírica española, ahora como la episódica Tirana), Enrique Viana (corto de voz, pero con una bis cómica al alcance de muy pocos y muy metido en el personaje liante y zascandil del Abate Ciruela, un personaje heredado del Don Basilio del Barbero de Rossini, compositor al que Barbieri admiraba) y Gerardo Bullón (todo un lujo como Goya). Y a destacar las interpretaciones de Carlos Daza, Pablo Gálvez y José Manuel Díaz, muy dignos como los toreros «Pepe-Hillo», Romero y Costillares, respectivamente. Mención especial merece la dirección escénica de Juan Echanove que, en su primera incursión como regista de zarzuela, pone el acento en el mundo goyesco, pero no en el de coloristas romerías y vistosas chulapas, sino en su vertiente más oscura y pesimista, con predominio del negro en los ropajes y con diseños de vestuario importados de la vecina Francia y de su reciente y sangrienta Asamblea revolucionaria, con citas a La Marsellesa incluida, en presagio de los ominosos tiempos que estaban por llegar a suelo español con los desastres de la Guerra de la Independencia. La formación audiovisual de Echanove queda patente en su buen gusto a la hora de componer el movimiento interno de las escenas y en la cuidada planificación de los encuadres visuales, algunos tan impresionantes y conseguidos como los finales de los dos primeros actos.

La acción de Pan y toros se desarrolla en Madrid en «mil setecientos noventa y tantos», como reza el guion, durante el reinado de Carlos IV, con toda su imaginería de princesas, duquesas, corregidores, capitanes, abates, conservadores y liberales intrigando en torno al gobierno de Manuel Godoy (quien, a pesar de no aparecer en escena, condiciona la acción durante toda la zarzuela) y conspirando contra él por la deriva afrancesada de sus políticas. El título de la zarzuela, extraído de una oración apológica atribuida a Gaspar de Jovellanos que se recita en el primer acto («¡Pan y toros, pan y toros / a pueblo y aristocracia, / y en vez de universidades, / escuelas de tauromaquia!»), se ha convertido en frase hecha y refleja la práctica de darle al pueblo festejos y ocio para entretenerle y evitar así críticas y revueltas contra el poder. Un precedente del marxista «opio para el pueblo» o del globalista «no tendrás nada, pero serás feliz». En esta zarzuela asistimos a dos tramas entrelazadas: la historia de amor entre la Princesa de Luzán (basada, según algunos, en el personaje de María Gabriela de Palafox y Portocarrero) y el Capitán Peñaranda (¿Luis Lacy y Gautier?) y la conspiración de los patriotas para que el rey Carlos IV abandone sus entretenimientos cinegéticos y retome el poder, en manos del valido Godoy y de sus partidarios (representados en la zarzuela por Doña Pepita y el Corregidor Quiñones), para ocuparse de los problemas reales que atenazaban a sus súbditos. Personajes más o menos de ficción que desfilan por Pan y toros mezclándose con otros reales como Francisco de Goya, el torero José Delgado, alias «Pepe-Hillo», la actriz Rosario Fernández, más conocida como «La Tirana» o el intelectual ilustrado Jovellanos. Una combinación de texto historicista y música (contradanzas y gavotas del ilustrado siglo XVIII, pero también seguidillas, boleros, fandangos y pasodobles de la España castiza del XIX) que funcionó.

En lo que a la música de Pan y toros se refiere, García Calvo invita a escuchar detenidamente, no ya los números cantados, sino los pasajes de melodrama; es decir, los momentos donde la orquesta establece un colchón mientras que los personajes dicen su texto hablado. «Barbieri confecciona estos pasajes con fragmentos de melodías ya escuchadas, modulaciones inesperadas o hallazgos instrumentales que nos van transportando a distintas situaciones, acompañando la trama de forma, casi podría decirse, cinematográfica». Las influencias musicales de Barbieri las detalla la musicóloga María Encina: «desde el punto de vista musical, combinación de elementos pertenecientes a la tendencia europeísta, que recoge la tradición ítalo-francesa de la forma dramática en tres actos, con una orquestación a la italiana y la tradición hispana, con formas autóctonas, ritmos ternarios, melodías cantábiles en modo menor con arabescos andalucistas, etc». Especial relevancia tiene la escena inicial de Pan y toros: para el respetado crítico de la época Antonio Peña y Goñi, se trataba del «cuadro de música popular más admirable que el arte lírico dramático español ha producido en todos los tiempos». Igualmente magníficos son el cuarteto «Aunque usted, princesa noble» en el que los liberales se conjuran contra los enemigos de la patria («Si mi vida pide España, / yo mi vida le daré: / esos son sus enemigos, / no el ejército francés. /¡Junta está la camarilla / y dudar es perecer! / ¡Sangre a voces pide España! / ¡Y esa sangre hay que verter!») y el concertante final «¡En nombre del rey mando las armas entregar!« que cierra el segundo acto, alternando la imitadísima técnica rossiniana del contratempo con el ritmo de la soleá y todo con un aliento melódico verdiano, incluida una cita del dúo de La traviata entre Violeta y Alfredo, «Parigi, o cara / o noi lasceremo», aunque con personalidad propia y más liberado Barbieri de influencias extranjeras. Y no olvidemos el prodigioso concertante del acto final «¡Atónitos nos deja su astucia y su talento!», de impactante teatralidad, una especie de Miserere de Verdi pero «a la inversa» en el que Peñaranda, en segundo término (como Manrico el trovador, para espanto del Conde de Luna, que le daba por muerto) aparece desde el fondo bajando las escaleras (gran acierto de Juan Echanove) entonando el «Este santo escapulario», ante la estupefacción general de los dos bandos que le daban por muerto.

Con Pan y toros y, sobre todo diez años después con El barberillo de Lavapiés, (esta vez con libreto de Luis Mariano de Larra, repitiendo la exitosa fórmula de José Picón y ubicando su acción tres décadas antes, durante el reinado de Carlos III, con sus intrigas y motines para reemplazar al ministro italianizante marqués de Grimaldi y sustituirle por el español conde de Floridablanca) Barbieri señalaría el camino a seguir por el género lírico español, que cristalizaría en los años siguientes con las obras señeras de Tomás Bretón, Ruperto Chapí, Gerónimo Giménez, Federico Chueca, Amadeo Vives, Jesús Guridi, Pablo Sorozábal, Jacinto Guerrero, etc. Uno de los patriarcas de la música nacionalista española, Felipe Pedrell, del que este año se cumple el centenario de su fallecimiento (y el venidero 2023, el bicentenario del nacimiento del autor de Pan y toros, precisamente) y del que se acaba de estrenar, también en este teatro, su ópera La Celestina, resumió acertadamente el cariño que el aficionado a la zarzuela en general y el madrileño en particular tenía por Francisco Barbieri: «Pocos hombres habrá en España tan populares: pocos en Madrid tan queridos por el público». Y se ha podido comprobar otra vez con esta nueva producción de Pan y toros.

Rafael Valentín-Pastrana

@rvpastrana

Bibliografía:

– Ramón Sobrino: «Pan y toros» o la nacionalización del teatro lírico. Teatro de la Zarzuela. Madrid, 2022.

– Rafael Valentín-Pastrana: Lavapiés está que ardewww.eltema8.com, 2022.

– Rafael Valentín-Pastrana: Mestizaje (y un poco de «leyenda negra» en el Virreinato de la Nueva España. «Don Gil de Alcalá» de Manuel Penellawww.eltema8.com, 2022.

– Rafael Valentín-Pastrana: ¡Arde Lavapiés! www.eltema8.com, 2019.

– Rafael Valentín-Pastrana: El sueño de la recuperación de la ópera española del siglo XIX. www.eltema8.com, 2019.

– María Encina Cortizo. La restauración de la zarzuela en el Madrid del XIX (1832-1856). Universidad Complutense de Madrid, 1993.

– https://atodazarzuela.blogspot.com/2014/04/pan-y-toros-libreto.html

Nota: Las imágenes incluidas en este post de la representación y/o ensayos de Pan y toros son © Teatro de La Zarzuela / Elena del Real / Javier del Real, 2022.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Información

Esta entrada fue publicada en octubre 8, 2022 por en Música y etiquetada con , , , , , , , .

e6e9b28c-c0b3-396e-9ffb-41ac573971ed

A %d blogueros les gusta esto: