Dentro del ciclo Las artes y los confinamientos en los siglos XX y XXI que organiza la Fundación BBVA, tuvo lugar el 5 de octubre un memorable concierto centrado en el Quatuor pour la fin du temps / Cuarteto para el fin de los tiempos de Olivier Messiaen (Avignon, 10 de diciembre de 1908 – Clichy, Île-de-France, 27 de abril de 1992). Memorable por la magnífica interpretación del Trío Arbós acompañado del clarinetista Joan Enric Lluna y oportuno porque se programa en tiempos de confinamiento y de guerra.
Una profunda fe cristiana (al igual que hizo Bruckner, el francés cantó a la gloria de Dios en todas sus obras) y el amor a los pájaros (presentes en la mayor parte de su catálogo y también en los movimientos primero y tercero -éste un primoroso solo de clarinete- del Cuarteto) y la naturaleza (se fascinó con los paisajes de Nueva Zelanda, con la campiña francesa, con el Cañón de Bryce y el Zion Park en Utah…) son algunos de los elementos externos que influyen en el personalísimo estilo de Olivier Messiaen, un autor imposible de encasillar en una corriente concreta y que hace inconfundible su música en relación con cualquier otro compositor de su tiempo. Fascinante por su riqueza tímbrica, rítmica y armónica, su música, inequívocamente del siglo XX, es portadora de un mensaje humano y universal que supera su ferviente y reconocida confesionalidad. Muchas de las composiciones de este verdadero santo (el autor de este blog fue testigo de las incomodidades que el compositor tuvo que padecer durante una interpretación de su Sinfonia Turangalila en el Teatro Monumental de Madrid, cuando varios asistentes que estaban sentados junto a él -y que probablemente ignoraban que su vecino de butaca, con más paciencia que un santo, era el genial compositor-, le hicieron levantarse porque querían salir antes de que acabara el concierto) representan lo que él llamó “los aspectos maravillosos de la fe”, mostrando su inquebrantable catolicismo presente en elementos como las visiones, las campanas, las vidrieras, etc. No en vano Messiaen era natural de Avignon, residencia de siete Papas de Roma desde 1309 hasta 1377.
Al comienzo de la 2ª Guerra Mundial, durante la ocupación de Francia, Messiaen fue llamado a filas, siendo alistado como auxiliar médico debido a su miopía. En mayo de 1940 fue capturado por las tropas alemanas y encarcelado en el campo de prisioneros de guerra de Görlitz (Silesia). Allí conoció, entre los prisioneros, a un violinista (Jean Le Boulaire), a un violonchelista (Étienne Pasquier) y a un clarinetista (Henri Akoka). En principio, su idea era escribir un trío para ellos, pero finalmente él mismo se puso al frente del maltrecho piano vertical que había arrinconado en el campo de trabajo y compuso su estremecedor Quatuor pour la fin du temps para violín, clarinete, violonchelo y piano, una de las incontestables obras maestras de la música del siglo XX. Su estreno se llevó a cabo el 15 de enero de 1941 en las precarias condiciones del Stalag VIII-A del campo de trabajo y ante unas cinco mil personas. En palabras del compositor, «el frío era brutal: el barracón estaba cubierto por la nieve. Los cuatro músicos tocábamos instrumentos destartalados: el violoncello sólo tenía tres cuerdas; las teclas de mi piano vertical se bajaban y ya no volvían a subir a su posición. Nuestras ropas eran inverosímiles: yo vestía una chaqueta verde totalmente desgarrada y calzaba zuecos de madera. El improvisado auditorio congregaba a todas las clases sociales: curas, médicos, burgueses, militares de carrera, obreros, campesinos… Aún así jamás he sido escuchado con tanta atención y comprensión«.
En esta sobrecogedora composición se aprecia la especial e inconfundible percepción del tiempo de Messiaen (no olvidemos que la traducción literal es «Cuarteto para el fin del tiempo«): esos tempos extremadamente lentos, diríase que en suspensión y casi estáticos (así, en el prodigioso quinto movimiento -«Louange à l’Eternité de Jésus / Elogio de la eternidad de Jesús«- del Cuarteto, la indicación en la partitura como marca de tiempo es «infinitamente lento«); e incluso en sus fragmentos más movidos el compositor suele utilizar frases y armonías repetidas una y otra vez, para provocar que la verticalidad dé igualmente sensación de estatismo. La obra consta de ocho movimientos: los siete primeros representan los otros tantos días que Dios dedicó a la Creación, mientras que el octavo hace referencia a la inmortalidad de Jesús, otro milagroso momento en el que el violín toma el protagonismo absoluto con un hipnótico acompañamiento del piano a base de acordes que recuerdan el toque de campanas de iglesia.
Olivier Messiaen ambicionaba que su arte y su música se elevaran por encima de los seres creados por Dios para guiar sus almas, pese a las dificultades, como las del confinamiento y la guerra, hacia un nivel superior que no es ya de este mundo: hacia el hogar espiritual donde reina para siempre el amor. El compositor también pretendía que su música fuera escuchada; y para lograr ese objetivo eran necesarias tres cosas para él: la música debía ser interesante, hermosa a la escucha, y debía llegar al oyente. Y escuchando su Quatuor pour la fin du temps, con todo lo que Olivier Messiaen transmite trascendiendo el tiempo y el espacio y uniendo sensaciones y sentimientos en la distancia, es evidente que lo consiguió.
El programa se completó con una obra compuesta para la misma formación instrumental por Tomás Marco (1942, director del ciclo de conferencias y conciertos de la fundación bancaria) durante el reciente confinamiento por la pandemia: Musica in tempore viri.
Rafael Valentín-Pastrana
Bibliografía:
– José Luis García del Busto: Músicas trascendentes de Messiaen y Marco. Fundación BBVA, 2022.
– Rafael Valentín-Pastrana: Messiaen y los colores de la ciudad celeste. http://www.eltema8.com, 2016.
– Rafael Valentín-Pastrana: Los titanes de la composición musical en el siglo XX (6): Olivier Messiaen. http://www.eltema8.com, 2014.
Para C.L., en el recuerdo de tanta música de Messiaen compartida.