El Tema 8

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Los titanes de la composición en el siglo XX (22): Salvador Bacarisse

Salvador Bacarisse 1

El Departamento de Música de la Fundación March emprende este mes de noviembre una de las apuestas más ambiciosas de su temporada de conciertos 2017-18: el ciclo Bacarisse y el exilio sobre la figura del compositor Salvador Bacarisse (Madrid, 1898 – París,1963), con extensión a otros compositores de su entorno y época que sufrieron las vicisitudes o fueron víctimas de la Guerra Civil y el exilio, como Roberto Gerhard, Julián Bautista, Gustavo Pittaluga, Jaume Pahissa, Julián Orbón, etc.

Cada uno de los cuatro conciertos del ciclo se centra en un género de producción concreto del músico madrileño, escogidos entre sus cerca de ciento cincuenta obras catalogadas (de las cuales unas ciento veinte fueron compuestas durante su exilio francés) y que suponen en algunos casos su estreno en España e incluso mundial: el primero versa sobre combinaciones camerísticas (con la participación del conjunto Moonwinds); el segundo incide sobre su obra para guitarra (a cargo de Marco Socías); el tercero se centra en sus ciclos vocales (interpretadas por la soprano Sonia de Munck y el pianista Aurelio Viribay) y el cuarto sobre su producción para piano solo (con Jorge Robaina al teclado).

Los destinos de la Fundación Juan March y de Salvador Bacarisse están condenados a entenderse desde que el compositor donara en 1987 a la entidad todas las partituras que su familia conservaba de su producción. Tres años después, en 1990, se publica a cargo de la Biblioteca de Música Española Contemporánea de la Fundación March el catálogo completo de Bacarisse, recopilado por Christiane Heine y prologado por el hijo del compositor, Salvador Bacarisse Cuadrado: «Decidí pues hacer entrega de todo: manuscritos, publicaciones, discos, grabaciones, etc. a la Fundación Juan March de Madrid. Ésta se comprometía a conservar para la posteridad, con gran saber musical, todo lo que yo tenía».

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Grupo de los Ocho, caricatura de la época. En el extremo derecho, Salvador Bacarisse.

El 29 de noviembre de 1930 se había presentado al público en la Residencia de Estudiantes de Madrid un grupo de compositores españoles para compartir sus inquietudes artísticas y defender sus postulados creativos. Como resume acertadamente en sus documentadas notas al presente ciclo la especialista en música española del exilio, Eva Moreda, «Esta generación es la primera que emplea conscientemente la música del pasado como motor de renovación: los valores de arcaísmo, pureza y sobriedad que ven en la música popular, en los vihuelistas o en la música para teclado de Scarlatti o del Padre Soler los espolean en su rebelión contra los excesos del romanticismo y el nacionalismo». Este grupo, conocido posteriormente para la musicología (a la manera de Les Six franceses, de la década de los 20) como Grupo de la República, Grupo de los Ocho o Grupo de Madrid, estaba formado por Juan José Mantecón (1895-1964), Salvador Bacarisse (1898-1963), Fernando Remacha (1898-1984), Julián Bautista (1901-1961), Rosa García Ascot (1902-2002), Rodolfo Halffter (1900-1987), Ernesto Halffter (1905-1989) y Gustavo Pittaluga (1906-1975).

Bacarisse había estado vinculado al medio radiofónico desde la madrileña Unión Radio durante las décadas de los años 20 y 30. Comprometido con la II República, afiliado al Partido Comunista de España y miembro de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, durante la Guerra Civil Bacarisse se trasladó con el Gobierno de Largo Caballero, primero a Valencia y posteriormente a Barcelona, donde fue delegado del gobierno en asuntos musicales. Su hijo Salvador hizo un estremecedor y desgarrador relato de sus últimos días en España, previos a la entrada de Franco en Barcelona: «De allí salimos en enero de 1939, como tantísimos otros españoles, en dirección a Francia. Pero no llegamos a la frontera en el coche en que íbamos. Tuvimos que abandonarlo, con todos los bultos que llevábamos, menos la música, y echar a andar Pirineos arriba en busca de Francia. Sólo pasamos dos noches en la montaña, pero la segunda mi padre y yo nos perdimos y nos hubiéramos helado de frío, si no nos hubieran encontrado, acurrucados el uno junto al otro junto a una roca antes de caer la noche. Pero llegamos a Francia con los manuscritos, unos billetes inservibles de la República y unos cubiertos de plata que vendimos para pagar el tren a París».

Bacarisse partituras

Algunas de las partituras donadas por Salvador Bacarisse a la Fundación March: Charlot, Op.15 (arriba), La sangre de Antígona, Op.99 y Concertino para guitarra y orquesta, Op.72 (abajo)

La diáspora de talento musical tras el conflicto fratricida del 39, aparte del exilio de Salvador Bacarisse (a Francia), fue lamentable y numerosa: Roberto Gerhard (a Gran Bretaña), Gustavo Pittaluga y Rodolfo Halffter (a México), Manuel de Falla y Julián Bautista (a Argentina)…Ernesto Halffter y Fernando Remacha, compañeros de generación de Bacarisse, decidieron quedarse en España tras la Guerra Civil. Y lo mismo Turina o Rodrigo. Viendo la producción de estos compositores a partir de 1940 no es aventurado pensar que Bacarisse, de haber permanecido en España, hubiera optado por seguir la línea compositiva de sus colegas en la que primaba lo popular y nacionalista. Para incursiones seriales, y no digamos ya electrónicas no hubiera tenido ni entorno ni medios Bacarisse en la España de la posguerra. Y en cambio durante su destierro en Francia pudo estar en contacto con las corrientes de vanguardia europea de los años 50 y 60, gracias especialmente a su privilegiado trabajo (retomando su pasión de los años de preguerra por el medio de comunicación) a cargo de las emisiones en español de Radio France de París, desde donde pudo también compartir su magisterio y difundir sus composiciones. En palabras de Eva Moreda: «El exilio como oportunidad».

J. Bautista, R. Halffter, G. Pittaluga, F. Remacha y Salvador Bacarisse en Unión Radio. Años 30

De izquierda a derecha, cinco de los miembros del Grupo de los Ocho: Julián Bautista, Rodolfo Halffter, Gustavo Pittaluga, Fernando Remacha y Salvador Bacarisse.

Bacarisse se había dado a conocer a la temprana edad de veinticinco años en los círculos musicales con La nave de Ulises, para orquesta y coro de voces femeninas, Op.1 con la que obtiene el Primer Premio del Concurso Nacional de 1923. No obstante, por su complejidad, la obra no llegaría finalmente a representarse a pesar de estar programada por la Orquesta Filarmónica de Madrid con fecha comprometida de estreno. Así lo relataría con nostálgico distanciamiento y envidiable sentido del humor el propio Bacarisse en entrevista concedida al programa Coloquios de Radio France en 1959: «La obra se puso en ensayo, la orquesta empezó a tocar y aquello no marchaba demasiado bien. Y como los músicos son gente de buen humor, visto el título y viendo lo que estaba pasando allí empezaron los violines primeros y después los demás instrumentos a decir bien alto: ¡Que naufragamos, que naufragamos! como si fueran marineros de la nave de Ulises atravesando con dificultades ese mar tan bravío desencadenado por mí. Y hubo que suspender la ejecución». Bacarisse ganaría el Premio Nacional de Música en otras dos ocasiones: en 1931 con Música sinfónica, Op.11 y en 1934 con Tres movimientos concertantes para violín, viola, violoncello y orquesta, Op.18. Espectacular bagaje en poco más de diez años, del que ningún otro compositor español de la época puede presumir.

En cuanto a su estilo compositivo, Bacarisse bebe de la música de nuestro Renacimiento y del Siglo de Oro (su amplia obra para guitarra solista es un homenaje a los grandes vihuelistas españoles), pero a la vez se siente fascinado por las corrientes modernistas que provenían de Francia, en sus vertientes impresionista (de los autores básicamente franceses: Debussy -como ejemplo, la bellísima pieza Chant de l’oiseau qui n’existe pas, para dos flautas, Op.131 que se interpretó en la Fundación March-, Ravel, Milhaud, Poulenc…) y neoclásica (con referentes a los retornos al pasado clásico que imponían en los salones parisinos de la época autores como Martinů, Stravinsky…). Continuando con los apuntes de Eva Moreda, «Todo compositor que comenzase su carrera en España entre finales del siglo XIX y la Guerra Civil hubo de enfrentarse a la pregunta de cómo ser moderno y cómo ser español (o también: cómo ser catalán, gallego, vasco) al mismo tiempo».

fullsizeoutput_3602-680x569El arraigo de Bacarisse con lo español proviene de antes del conflicto; no en vano había estudiado con Conrado del Campo (1878-1953), uno de los patriarcas de la música nacionalista española. Ahí están su ballet Corrida de feria, Op.9 (1930) o el Canto a la Marina para coro (1936). En las declaraciones realizadas a Radio France en los años 60 parece que reniega de sus raíces: «Poco después emprendí la composición de una ópera que he borrado más tarde de la lista de mis obras. Aquella ópera se titulaba «Toreros» y ocurría en Sevilla entre diestros, bailadoras, etcétera. Aunque yo lo quisiera, desde luego no podía infundirle mucha sinceridad a unos personajes con los que yo no era capaz de identificarme». Pero el caso es que esa fascinación por lo español le acompañó el resto de su vida, reincidiendo incluso en los argumentos de los que abjuró, como se puede apreciar en la gran cantidad de obras compuestas en el exilio francés con temática patria: su canción-himno para coro y orquesta ¡Siempre España!, Op.43 (1946), Villancicos populares españoles, Op.48 (1948), el ciclo de canciones Paseando por España (1952), los ballets La mujer, el toro y el torero, Op.73 (1952) y El retablo de las maravillas, Op.101 (1956), etc. 

La admiración de Bacarisse es también por la literatura del Siglo de Oro español: así compone canciones a partir de textos de Cervantes, Lope de Vega, Gutierre de Cetina, el Marqués de Santillana, el Arcipreste de Hita, armoniza y adapta cantares, cantigas, autos sacramentales…Pero también de autores coetáneos de su generación, muchos de ellos exiliados como él: Rafael Alberti, Jorge Semprún, Luis Cernuda, Juan Ramón Jiménez, Ramón del Valle-Inclán, Blas de Otero, José Bergamín, Miguel Hernández, Antonio Machado, Federico García Lorca…

Bacarisse es autor de un extensísimo catálogo apenas interpretado, salvo contadas excepciones, en nuestras salas de concierto: obras sinfónicas, concertantes (4 conciertos para piano y orquesta, otros 4 para arpa), instrumentales (24 preludios para piano: una descomunal obra para el teclado y una de las cimas del piano español del siglo XX comparable a lo mejor de Albéniz o Granados), de cámara (4 cuartetos de cuerda), ballets, música incidental, piezas para teatro de marionetas, canciones, cantatas, bandas sonoras para el cine (destaca su música para el cortometraje Las mujeres de Stremec, Op.106, sobre la masacre del pueblo esloveno en 1944, dirigido por Luis Grospierre en 1957), etc. 

Especialmente sangrante y lamentable, es su amplia y desaprovechada aportación a la ópera, sobre todo para un país con déficit de obras de este género: Charlot, Op.15 (1932), la ya citada Toreros, Op.37 (1943), El estudiante de Salamanca, Op.38 (1944), La sangre de Antígona, Op.99 (1955, encargo de Roberto Rosellini para que su compañera de aquel entonces Ingrid Bergmann interpretara el papel principal hablado de la ópera y cuyo estreno quedó cancelado por la ruptura sentimental de la pareja al año siguiente), Fuenteovejuna, Op.103 (1956), El tesoro de Boabdil, Op.107 (1958) y Las cien bocas, Op.119 (1960, sobre El gran Galeoto de Echegaray).

Óperas todas desgraciadamente inéditas en España a la espera de que alguna institución (¿quizá la Fundación March, como depositaria de la mayoría de los manuscritos del compositor, aceptará el compromiso…?) se decida a programarlas. Poca esperanza se puede albergar comprobando que las palabras escritas hace tres décadas por el musicólogo Emilio Casares (a propósito del acontecimiento que supuso la exhumación, a finales de los 80, de Tres movimientos concertantes, Op.18 de Bacarisse), siguen hoy de plena actualidad: «Dentro de los múltiples dramas que ha vivido la música en España, el desprecio institucional, su olvido por parte de la clase intelectual, la falta de preparación de los propios músicos, un drama de especial relieve lo constituye la falta de programación de música española; parece como si los responsables de esta misión se avergonzasen de nuestro pasado histórico o lo ignorasen completamente».

Bacarisse, ese gran desconocido por las razones antes apuntadas, es sin embargo y paradójicamente el autor de la que puede ser considerada la pieza musical española más célebre del siglo XX: la Romanza-Andante del Concertino para guitarra y orquesta en la menor, Op.72 (1953). Movimiento que, por cierto, mucha gente confunde precisamente con su competidor en fama, el Adagio central del Concierto de Aranjuez (1939) de Joaquín Rodrigo. Igual que la pieza para guitarra del compositor de Sagunto fue objeto de todo tipo de arreglos y versiones más o menos afortunadas, el aliento nostálgico, la belleza y nobleza de la línea melódica del movimiento lento de Bacarisse han facilitado también su multidifusión y su uso en sintonías de programas de radio y televisión, spots publicitarios, etc. Y también de su abuso: ahí tienen el largometraje de 1996 La Celestina de Gerardo Vera, donde el tema (acreditado en favor de Bacarisse sólo en la oscuridad lejana del rodillo final, mientras que en los títulos de inicio el propio director figura a cargo de la «Selección musical»…) se repite de modo machacón y anticlimático hasta la extenuación.

«Por muy hijo de francés, emigrado a España, que fuera mi padre, nunca se sintió sino español. Vivió treinta años en París, desarraigado y triste, lejos de su querido Madrid» escribió su hijo. Activismo artístico, pero conectado con el pueblo, al que el compositor consideraba el destinatario último de su música. Y siempre en contacto, desde su exilio parisino, con los más destacados intérpretes españoles del momento: el guitarrista Narciso Yepes, los pianistas Leopoldo Querol y Antonio Ruiz-Pipó, el arpista Nicanor Zabaleta (el otro instrumento, aparte de la guitarra, para el que Bacarisse compuso un considerable número de obras, algunas de sorprendente factura y calidad, como la Partita en do mayor para arpa, Op.80 y el Concert pour le jour de l’an, para arpa y vientos, Op.92, con esa mezcla tan bacarissiana de estilo medieval, galante y afrancesado, interpretadas magníficamente por la arpista Cristina Montes y Moonwinds en primicia en España y que inexplicablemente aún no formaban parte del repertorio de este noble instrumento, habiendo transcurrido ya más de sesenta y cinco años desde su composición), etc., Salvador Bacarisse se merece el definitivo reconocimiento como uno de los titanes de la música española del siglo XX.

Rafael Valentín-Pastrana

@rvpastrana

Bibliografía:

– Eva Moreda: Bacarisse y el exilio. © Fundación Juan March. Madrid, 2017.

– Rafael Valentín-Pastrana: Los titanes de la composición musical en el siglo XX (13, 14 y 15): los tres Halffter. http://www.eltema8.com, 2015.

– Rafael Valentín-Pastrana: La recuperación de una ópera española olvidada: «Fantochines» de Conrado del Campo. http://www.eltema8.com, 2015.

– Rafael Valentín-Pastrana: Los titanes de la composición musical en el siglo XX (3): Roberto Gerhard. http://www.eltema8.com, 2012.

– Christiane Heine: Catálogo de obras de Salvador Bacarisse. © Fundación Juan March. Madrid, 1990.

– Emilio Casares: Notas al programa del concierto de la Orquesta Sinfónica de la RTVE interpretado los días 10-11 de marzo de 1988.

 

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Un comentario el “Los titanes de la composición en el siglo XX (22): Salvador Bacarisse

  1. francisco
    octubre 18, 2018


    Enlaces para ver las obras de arpa citadas al final de este magnifico trabajo

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