El estreno en Madrid de la cantata dramática La ejecución de Stenka Razin, Op. 119 (a veces también se emplea el nombre más occidentalizado de Stepan Razin) de Dmitri Shostakovich (1906-1975), a cargo de la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid dirigida por Víctor Pablo Pérez con la participación solista del bajo búlgaro Ivo Stanchev, es un buen motivo para recordar la trascendencia que tuvo que el poeta siberiano Yevgueni Yevtushenko (1932-2017) se cruzara en un momento clave de la trayectoria creativa del compositor ruso y que juntos alumbraran en el periodo que va de 1962 a 1964 dos milagrosas joyas del Deshielo post-stalinista: la Sinfonía nº13 en si bemol menor “Babi Yar”, Op.113 (estrenada el 18 de diciembre de 1962) y la mencionada obra coral (representada por primera vez el 28 de diciembre de 1964).
El equilibrismo entre mantener su voz individual y propia como autor y la de cumplir con sus compromisos de buen trabajador soviético malgastando su talento en obras de circunstancias que cumplieran los postulados del Realismo Socialista agotaba a Shostakovich. Sobre todo a partir de 1958. Durante la celebración de la III edición del Festival Internacional de Música Contemporánea «Otoño de Varsovia», al que asiste como compositor invitado, le aparecen por primera vez a Shostakovich los síntomas de la enfermedad neuromuscular degenerativa que padecería ya hasta su muerte. En 1960, durante la boda de su hijo Maxim (1938), el músico se fractura la pierna tras una caída propiciada por la debilidad e inestabilidad de sus miembros inferiores. Shostakovich, persona insegura, tímida y aprensiva, va paulatinamente perdiendo la movilidad en su brazo derecho, con grandes dolencias y dificultades para escribir música, lo único para lo que se sentía útil. El pesimismo le invade. Su hija Galina relataría: “Recuerdo a mi padre disculparse ante un conocido: perdone, pero tengo que saludarle con la mano izquierda“.
Shostakovich había llegado artísticamente a un callejón sin salida con su Sinfonía nº12 en re menor «El año 1917», Op.112, estrenada el 1 de octubre de 1961 y una de las obras menos afortunadas de su catálogo. El radical cambio arranca (aún sin la presencia de Yevtushenko) en 1962, cuando la gran soprano Galina Vishnevskaya (1926-2012) recibe en su domicilio un paquete que le remite Shostakovich y que contiene la adaptación orquestal de Canciones y danzas de la muerte, escrita por Modest Mussorgsky (1839-1881) originalmente para el piano. El compositor había asistido impresionado semanas antes a un recital de la cantante en el que, acompañada al piano por su marido Mstislav Rostropovich (1927-2007), interpretaba precisamente la obra de Mussorgsky. Shostakovich, entre fascinado y tímido, envía el manuscrito con su dedicatoria a Vishnevskaya que, entusiasmada, lleva a cabo el estreno de esta orquestación (con Rostropovich también en el podio) el 12 de noviembre de 1962. Y es que la relevancia de esta orquestación del ciclo vocal de Mussorgsky es decisiva para el lenguaje musical seco y austero y el enfoque entre resignado y pesimista que impregna gran parte de la producción de Shostakovich a partir del año 1962, que es cuando da lo mejor de su catálogo. Y que se exacerbará al poco tiempo, cuando el compositor se decida a poner música a los versos del enfant terrible de la poesía soviética aperturista del momento.
Y aquí es cuando entra en juego el joven poeta Yevgueni Yevtushenko que, con veintiocho años de edad, había publicado el 19 de septiembre de 1961 en Literaturnaya Gazeta un poema titulado Babi Yar, que narraba la matanza, en un barranco de ese nombre en las proximidades de Kiev, de más de treinta y cinco mil judíos a cargo de las tropas alemanas -junto a unidades de la policía auxiliar ucraniana- los días 29 y 30 de septiembre de 1941 (continuando los fusilamientos hasta el mes de octubre y contabilizándose finalmente los muertos en cerca de cien mil). El poema causa un gran revuelo en la aparentemente aperturista Unión Soviética de Nikita Jrushchov, al poner el dedo en la llaga del pertinaz antisemitismo que siempre hubo en Rusia, donde más que de genocidio y exterminio de judíos, se había presentado sesgadamente este caso como de atrocidades nazis contra ciudadanos soviéticos, a la vez que Yevtushenko acusaba a su propio gobierno de persecución sistemática del pueblo judío.
Yevtushenko abraza y besa a Shostakovich a la finalización del estreno de la Sinfonía nº13 «Babi Yar» el 18.12.1962)
Los teléfonos echaron humo cuando el Aparato del Partido conoció las intenciones de Shostakovich de emplear para su nueva y esperada sinfonía los conflictivos versos de Yevtushenko (junto a otros cuatro poemas que el escritor aportará expresamente para la sinfonía: Humor, En el almacén, Miedos y Una carrera), quien fue invitado a suavizar algunos de los textos. Los lacayos encargados de la agitación y propaganda ya habían empezado a moverse: se acusó al poeta de distorsionar la verdad sobre las víctimas del nazismo. El debate se convirtió en una cuestión de estado con tal de que la premiere no se llevara a cabo: los intérpretes que iban a estrenar la pieza, temerosos de los censores del gobierno, fueron presionados uno a uno y forzados a excusarse de manera peregrina (hasta tres solistas renunciaron al honor de estrenar la nueva y esperada sinfonía de Shostakovich: Boris Gmyrya, Alexander Vedernikov -“No voy a cantarla, soy un ciudadano” se excusó ante Galina Vishnevskaya, quien le había propuesto para sustituir al anterior de cara al estreno- y Victor Nechipalo); sólo Vitaly Gromadsky, recién graduado en el conservatorio y cantante suplente, aceptó el engorro. La situación degeneró y se cobró una víctima colateral: la ruptura entre el compositor y su hasta ahora director bandera, Yevgueni Mravinsky (1903-1988), que la víspera telefoneó al teatro donde iba a tener lugar el estreno para avisar que no podría dirigir la sinfonía, sin que se atreviera a hablar directamente con Shostakovich, que estaba presente en la sala, y al que no se dignó darle una sincera explicación nunca.
Mientras escribo estas líneas,
a veces inconscientemente precipitado,
las escribo con el único miedo,
de que sea lo último que haga. (versos del cuarto poema de la sinfonía: Miedos)
A Shostakovich y Yevtushenko les sacó del atolladero el director Kirill Kondrashin (1914-1981, quien también llevaría a cabo el estreno de Stenka Razin), que ha relatado alguna significativa y triste anécdota sobre la presión a la que él fue igualmente sometido por las autoridades para que la representación de la Babi Yar se frustrara y que, como Mravinsky, renunciara a su interpretación: durante el ensayo general previo al estreno, al finalizar el primer movimiento, Kondrashin recibió una llamada del camarada Georgi Popov, a la sazón Ministro de Cultura. “¿No existe por casualidad alguna razón médica por la cual no puedas dirigir esta obra en el estreno…no te sientes mal?”. “No camarada…estoy bien, me siento perfectamente, muchas gracias“, le contestó el director. Kondrashin se convertiría en el apóstol discográfico de la Sinfonía “Babi Yar”, registrándola en disco hasta en tres ocasiones: 1962 (Filarmónica de Moscú, Vitaly Gromadsky como bajo), 1967 (la misma orquesta y Artur Eisen como solista) y 1980 (con la Orquesta de la Radio de Baviera y John Shirley-Quirk en la parte vocal). Kondrashin, que atesoraba todo tipo de premios oficiales estatales (Premio Stalin, Artista del Pueblo de la URSS, Artista Emérito de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia, Gran Orden de la Bandera Roja del Trabajo…), se exilió aprovechando una gira en diciembre de 1978 por los Países Bajos, donde pidió asilo político. Como tantos otros intérpretes señeros de la música de Shostakovich: Rostropovich, Vishnevskaya, Barshai…
Querían comprar el humor.
¡Pero es algo que por dinero no se puede conseguir!
Querían asesinar al humor.
¡Pero se les rió en sus narices!
El humor avanzará a través de todo y de todos.
¡Así que demos toda la gloria al humor! (versos del tercer poema de la sinfonía: Humor)
A partir de esta obra, y hasta su fallecimiento en 1975, el catálogo de obras del petersburgués acoge otras trece composiciones en las que se emplean textos cantados. Shostakovich, por fin, había descubierto la eficacia de utilizar textos que facilitaran al oyente sus puntos de vista sobre las cuestiones de su vida y su tiempo sin que se le malinterpretara ni se le cuestionara su compromiso. Con música pura había obtenido grandes logros, pero siempre quedaba abierta a la consideración y discusión de la audiencia lo que el autor, por su cripticismo, había o no querido decir. Valgan tres ejemplos: los dos primeros dedicados a algunos de los despóticos tiranos rusos (se ha sostenido que el primero es un furibundo ajuste postrero de cuentas con Stalin) y el tercero su resignación ante su inminente muerte:
¡Tú,
te alimentas de inmundicia desde la infancia.
Jamás celebraré tu cumpleaños.
Cáncer podrido, pesadilla innombrable.
Nacido en medio del excremento de tu madre.
Eres el culo de un caballo,
El hocico de un cerdo.
¡Ojalá nunca se descubra la medicina
que pueda curar tus males! (Respuesta de los cosacos de Zaporozhia al sultán de Constantinopla, poema de Guillaume Apollinaire empleado en el octavo movimiento de la Sinfonía nº14, Op.135)
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¡Nunca olvidéis
que el asesino del poeta (se refiere a Pushkin)
fue el zar Nicolás
Primero! (El zar y el poeta, extraído de Seis poemas de Marina Tsvetaieva, Op.143)
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El destino me ha enviado al sueño eterno.
Pero no estoy muerto. Aunque enterrado en vida.
Vivo en vosotros…en los corazones
de la gente que me quiere. Porque no soy polvo
y el quebranto mortal ya no me puede tocar. (Inmortalidad, último fragmento de la Suite sobre poemas de Miguel Ángel, Op.145)
Y de nuevo Shostakovich, repitiendo la exitosa experiencia previa de la Sinfonía nº13, recurre dos años más tarde, en 1964, a Yevtushenko para la cantata para bajo, coro mixto y orquesta La ejecución de Stenka Razin, Op.119. La obra narra un hecho histórico que adquirió tintes de mito y leyenda: el ajusticiamiento en 1671 del cabecilla de los cosacos del Don, que se sublevó contra el zar Alexei I. Capturado tras la revuelta, Stenka es juzgado sumariamente, torturado y descuartizado en la Plaza Roja de Moscú ante una morbosa turba que finalmente se estremece ante la dignidad y valentía demostrada por el guerrero (Nye zazrya!/¡No será en vano! exclamará la multitud tras la decapitación).
¿Por qué no lo estáis celebrando, pueblo?
¡Que vuelen los sombreros y comience el baile!
Pero la Plaza Roja aún seguía congelada.
A pesar del peso de la sangre
y del pelo de los cosacos,
la cabeza se sacudió, aún con vida.
Desde el cadalso empapado de sangre,
la cabeza miraba las caras anónimas de los pobres.
Un sacerdote se acercó deprisa,
quería cerrar los párpados de Stenka,
pero sus pupilas estaban tan tensas
que rechazaron la mano del sacerdote.
Y el zar, con la corona de Monomakh,
se estremeció de miedo ante sus diabólicos ojos.
Y de forma brutal, sin ocultar su triunfo,
la cabeza comenzó a reír a carcajadas ante el zar (Traducción: Alejandro Vidal. 2011).
La historia está basada en hechos reales y Yevtushenko la emplea para censurar los crímenes de la cruel monarquía zarista del siglo XVII, pero son perfectamente extrapolables y trascienden a la tiranía comunista que Rusia llevaba padeciendo en el siglo XX. Y es que otra vez, y vía Yevtushenko, recurre Shostakovich a la fórmula de reforzar sus ideas, inquietudes, experiencias y reflexiones con textos de sus colaboradores. Pero también a través de su inconfundible sello musical. Ahí están algunos de los más conseguidos momentos de esta apabullante obra de apenas media hora de concentrada duración, como la intervención de la celesta previa a la ejecución de Stenka (instrumento relacionado por Shostakovich -y por su admirado Mahler- con la inmortalidad), el recitativo del corno inglés tras la decapitación del cosaco (ilustrando -como en el final del segundo movimiento de la magnífica Sinfonía nº11 en sol menor «1905», Op.103– el estático y silencioso paisaje desolado en la Plaza Roja), el tañido de campanas (preludio del memento mori y también empleado por Shostakovich en el arranque de su anterior colaboración con Yevtushenko, la Sinfonía «Babi Yar»)…
Prodigiosa simbiosis la que se dio entre un compositor y un poeta que vivieron y sufrieron en el mismo país y de cuya fructífera relación nos legaron dos absolutas e irrepetibles obras maestras.
Rafael Valentín-Pastrana
Bibliografía:
– Galina Vishnevskaya: Galina. Versión española: Lilian Schmidt. Javier Vergara Editor. Buenos Aires, 1985.
– Daniel Pérez Navarro: Pero no hay diagnóstico. Filomúsica. com
– Rafael Valentín-Pastrana: Las treinta y cuatro bandas sonoras de Dmitri Shostakovich. www.eltema8.com, 2014.
– Rafael Valentín-Pastrana: Los campeonísimos de la música de Dmitri Shostakovich. http://www.eltema8.com, 2014.