El Tema 8

El tema 8 es como el primer amor: no se olvida nunca.

Nixon (en España y Franco) en China

Nixon in China (estrenada el 22 de octubre de 1987 en Houston con dirección musical de Edo de Waart y escénica de Peter Sellars), ópera de John Adams (1947) a partir de un libreto en tres actos de Alice Goodman (1958), responde a un contexto concreto: la visita que Richard Nixon realizó a China del 21 al 27 de febrero de 1972 y que en su momento fue el acontecimiento, tras la retransmisión de la llegada del hombre a la Luna, más seguido en la historia de la televisión con una «hiperbólica cobertura que convirtió aquella fastuosa semana en un mito instantáneo», como recuerda Carmen Noheda en el programa de mano. Un encuentro que generó grandes expectativas de acercamiento en las relaciones entre los dos bloques en plena época de la Guerra Fría, eclipsado por el escándalo Watergate que le estallaría a Nixon pocos meses después. Pero a pesar de que Nixon in China gira en torno a un momento histórico específico (en esa misma época Andy Warhol pintaba su icónica serie sobre Mao) y estar escrita hace cuatro décadas, como ha declarado recientemente John Adams, «en el mundo siempre pasa algo políticamente que la hace estar de actualidad y hoy en 2023 más que nunca por la difícil situación que atraviesan las relaciones entre Estados Unidos y China, con continuas sospechas, globos, posibles espionajes…».

John Adams (Worcester -Massachusetts-, 1947)

Analizando la situación geopolítica de ese momento y aunque Francisco Franco nunca visitara China, los regímenes autoritarios español y chino tuvieron más de un punto en común en lo que a economía y política se refiere. Como sostiene el hispanista Stanley Payne, «Lo que Franco consiguió en dos décadas, a los dictadores de la China comunista les llevó casi el doble de tiempo y en el contexto de una fase más avanzada de la economía mundial. Deng Xiaoping transformó la política económica china a finales de los años setenta y en la década siguiente gracias a tres medidas básicas que el régimen de Franco ya había anticipado: la sustitución de una economía estatalista por una liberalización gradual del mercado, ofreciendo más oportunidades para la iniciativa privada; la sustitución de las políticas dogmáticas ideologizadas por una tecnocracia cada vez más acentuada y el realineamiento de la política exterior con el propósito de acercarse a Estados Unidos. En efecto, Franco había realizado esos cambios varias décadas antes. Sus principales imitadores a la hora de combinar el autoritarismo político y el rápido desarrollo de mercado aparecieron sobre todo en el oriente asiático». Desde luego en la ópera el dictador chino, aunque no lo cite literalmente, se pronuncia al respecto cuando, en la reunión con Nixon, le dice: «Tiene usted mi voto. Doy mi apoyo al hombre de la derecha. Me gustan los de la extrema derecha». Y es que a lo largo de la Historia, tenemos múltiples ejemplos para comprobar que no todo, y menos en política, es blanco y negro. El Franquismo como modelo para el Comunismo chino, qué cosas.

En el entorno de la época en que se desarrolla la ópera, el presidente estadounidense había sido recibido con todos los honores por el Generalísimo poco antes, en una breve visita a Madrid el 2 de octubre de 1970, donde el anterior jefe del estado de España le reiteró al político del Partido Republicano la recomendación que ya le hiciera en 1967 a su antecesor Lyndon Johnson de que abandonara la guerra suicida que USA mantenía en Vietnam y en la que nada tenía que ganar. Este contexto geoestratégico está bien presente en la ópera de Adams, cuando en la segunda escena Nixon intenta inútilmente («Dirijamos nuestra charla hacia Taiwan, Vietnam y los demás problemas…») que Mao-Tse-tung, en esos años ya retirado de la política activa, pero aún venerado por haber sido el artífice de la Revolución comunista china, se posicione sobre el tema: «Los fundadores vienen primero, luego los especuladores» repite una y otra vez el Gran Timonel, siempre escoltado por sus tres fieles e inseparables ayudantes que repiten mecánica y machaconamente el aforismo del artífice del Gran Salto Adelante.

Alice Goodman (Saint Paul -Minnesota-, 1958)

Este lenguaje críptico, empleado continuamente por los herméticos personajes chinos a lo largo de toda la ópera, está ya presente desde el momento en el que, tras el aterrizaje del Air Force One en el aeropuerto de Pekín, el coro del ejército del aire y de las fuerzas navales chinas recita de carrerilla «Las Tres Principales Reglas de la Disciplina y Los Ocho Puntos de la Atención» a modo de bienvenida bajo la estricta observancia de Chou-En-lai, a la sazón Primer Ministro de la República Popular China. Curiosamente en el libreto de la ópera satírica Rayok (empezada en 1948 y finalizada en 1957), recientemente representada en Madrid, Shostakovich había puesto en boca de los dirigentes del Partido Comunista de la URSS una oratoria similar a la que se emplea en Nixon in China: pomposa y trasnochada, con sus latiguillos, lugares comunes, circunloquios y dogmas reiterados hasta la extenuación (en eso es perfecta la simbiosis entre el texto de Alice Goodman y la música repetitiva de John Adams) imitando los farragosos discursos oficiales extraídos del Libro Rojo de Mao, la Biblia que debía seguir todo buen comunista chino. Lenguaje incomprensible del que tampoco son ajenos los políticos norteamericanos (como ejemplo, la poderosa primera intervención de Nixon nada más pisar tierra, el aria «News has a kind of mystery», un implacable ostinato en el que el presidente muestra su obsesión por la imagen que de él ofrecen los medios de comunicación y por el lugar que le deparará la Historia, aunque también nos presenta a un hombre paranoico por el espionaje… activo y pasivo: Nixon, aparte de ordenar que se espiara a sus rivales políticos, también fue espiado por el Estado Mayor) y que convierten a Nixon en China en un fascinante diálogo de sordos.

Los tres actos de Nixon en China, como señala Joan Matabosch en las notas al programa, están «estructurados muy hábilmente para que contengan un número decreciente de escenas (tres el primer acto, dos el segundo y solo una el tercero), que favorecen un efecto de desaceleración temporal, invitan a que los personajes se vayan acercando progresivamente, a que se revele su dimensión humana, a que sus inseguridades, miedos y frustraciones se pongan en evidencia a veces dolorosamente«. El inteligente libreto de Alice Goodman mezcla el tono documental, extrayendo de la hemeroteca y de la moviola hechos concretos que acontecieron y frases exactas que se intercambiaron en el encuentro y combinándolo con la fantasía de las ensoñaciones y reflexiones más íntimas de los protagonistas, tratados todos ellos con dignidad y mostrando su lado humano, incluso el de Richard Nixon. Cosa que no le debió resultar nada fácil a Adams ya que, como destaca Carmen Noheda, hay que tener en cuenta que el compositor, simpatizante del Partido Demócrata, tuvo que «mitigar su antipatía hacia el presidente que había intentado reclutarle para luchar en Vietnam» para no incurrir en maniqueísmos sectarios en el diseño de los personajes.

Musicalmente, la adscripción de Adams a la corriente del minimalismo (primera tendencia genuinamente norteamericana de la música clásica del siglo XX, en la que también militan Philip Glass, Steve Reich, Terry Riley o Wim Mertens, todos ellos alejados de la experimentación, lo que les ha granjeado críticas de los círculos vanguardistas del mundo de la música, pero que disfrutan del reconocimiento de las audiencias y de los espectadores, como se pudo apreciar en la entusiasta reacción del público madrileño tras el estreno en Teatro Real) queda ya patente desde la obertura y los hipnóticos interludios orquestales de la ópera, con sus bloques armónicamente tonales que no evolucionan y que tienden a lo estático hasta que, en nomenclatura del autor, una nueva «puerta» de tonalidad se abre sin necesidad de modulación intermedia. Sin embargo, no todo es minimalista en Nixon in China: a lo largo de sus tres actos esta ópera, que podríamos definir como globalista y que también ha sido calificada como ópera-pop, ópera-CNN, óperapolitik o instant-ópera, se apropia de múltiples estilos musicales utilizados en clave metalingüística (todos ellos de estética tonal aunque tratados de un modo no convencional) incluyendo, con una innegable eficacia teatral, toda una amalgama de referencias, homenajes y citas:

  • El encriptado discurso con el que Mao se despacha durante su reunión con Nixon en la segunda escena del primer acto de la ópera concluye con una contundente marcha con amplio dispositivo de instrumentos de percusión que perfectamente podría estar sacada de una de las sinfonías de guerra de Dmitri Shostakovich.
  • Las tres secretarias de Mao, siempre vigilando por el cumplimiento de los preceptos del Manual, son un evidente homenaje a los tres ministros de la princesa Turandot de Puccini: Ping, Pang y Pong.
  • El empleo de una jazz-band durante el discurso de Nixon en la fiesta de recepción en el Gran Salón del Pueblo.
  • En la secuencia que cierra el primer acto, tras los brindis (impagable el momento en que Pat Nixon pide chocar las copas por el cumpleaños de George Washington) los asistentes bailan una conga como si estuvieran contagiados de los ritmos de West side story de Leonard Bernstein.
  • Hay momentos, en la escena de la visita de Pat a la Comuna del Pueblo Imperecedero, que destilan el aroma musical de los pioneros del oeste norteamericano, a la manera del corrido de Salón México de Aaron Copland.
  • En la sección en la que la delegación norteamericana asiste a la representación del ballet El Destacamento Rojo de Mujeres en la Ópera de Pekín (hecho real que tuvo lugar durante la visita y que Adams y Goodman, a partir de fotografías del evento, conciben intentando recrear cómo hubiera podido sonar un ballet escrito por un comprometido compositor maoísta, pero sin recurrir a las trilladas resonancias musicales chinas más tópicas, cosa a la que afortunadamente Adams rehuye durante toda la partitura), el personaje de Henry Kissinger, dominado por la gula y la lujuria (en el libreto hay más de una referencia hacia esta debilidad del poderoso secretario de estado de política exterior de EEUU) entona una balada a camino entre la de un borrachín de opereta de Gilbert & Sullivan y el racconto de algún bajo bufo de una ópera cómica de Rossini, mientras que, ante la indiferencia generalizada de los invitados, parece que sólo Pat se conmueve ante el argumento de la obra, que versa sobre las penurias que sufre el campesinado chino y donde se recurre a una agresiva coreografía, mientras la música evoluciona desde ritmos stravinskianos a cromatismos wagnerianos y straussianos.
  • En el tercer acto, durante la última noche en Pekín los protagonistas se arrancan a bailar un tango, un fox-trot y un charlestón que recuerdan a las músicas de cabaret que jalonan las óperas de entreguerras de Kurt Weill y Bertolt Brecht. Y Mao rememora sus sanguinarios años revolucionarios con el mismo tema de fondo en bucle y envolvente que Sergei Prokofiev plasmó en su ópera El amor de las tres naranjas para ilustrar los embrujos de Fata Morgana y el mago Chelio.
  • La influencia del musical de Broadway está presente en uno de los momentos más destacados de la ópera: el aria de la señora Nixon «This is prophetic!», que ha logrado situarse en el repertorio de las mejores sopranos. Y es que la «emoción y sensibilidad» presiden, en palabras del propio Adams, todas las intervenciones de la primera dama (Pat Nixon es el único personaje que parece tener sentimientos -y si acaso Chou-En-lai, siempre comedido y a la sombra de la inmensa figura de Mao-, deambulando melancólica y al margen del lenguaje político predominantemente empleado por la libretista), que terminan contagiando al resto de rôles en la última escena de la ópera, en la que los seis protagonistas (bueno, cinco porque Kissinger se excusa a primeras de cambio y abandona el escenario: «Primer ministro, por favor, ¿dónde está el baño? Discúlpenme un momento, por favor») se despojan de sus prejuicios y se sinceran abriendo sus sentimientos en una escena que recuerda al estático quinteto final de otra gran ópera norteamericana: «To leave, to break, to find, to keep…» de Vanessa (1957) de Samuel Barber.

Como contrapunto de Pat Nixon, Chiang Ching asume en la ópera de Adams el papel de villana. Ching fue, aparte de mujer de Mao («¡Soy la esposa de Mao Tse-tung, el que levantó al débil sobre el poderoso!» grita exultante sabiéndose intocable) actriz de cine, activista política e ideóloga de la Revolución Cultural (curiosa manera la de promover la cultura entre el proletariado chino que destruyendo templos, edificios y obras de arte, quemando libros y cancelando la memoria y cuando no la vida de los intelectuales y artistas desafectos… cosas del Comunismo) que se llevó a cabo de 1966 a 1976, precisamente en la época de la visita de los Nixon a China, lo que se refleja en la agresividad de sus soflamas («¡Adelante Compañía Roja! ¡Aniquilad al tirano y a sus perros! ¡Avanzad y abrid fuego! ¡Utilizad las bayonetas! ¡Los gusanos tienen hambre! ¡La revolución no debe terminar!«) y en el tono mitinero de sus arengas («I speak according to the Bookthe Book… the Book… the Book” repite una y otra vez al borde del éxtasis, como si fuera una de las valkirias profiriendo sus «Hojotoho! Hojotoho! Heiaha! Heiaha!»), en contraposición con la inocencia y dulzura de Pat Nixon que, con su actitud de comprensión hacia la idiosincrasia china y su predisposición a comprender las diferencias culturales, contribuyó decisivamente al deshielo de las relaciones entre ambos países. Citando de nuevo a Carmen Noheda en su magnífico análisis, «Nixon in China redimensionó el acontecer mediático de un viaje donde la historia contuvo el aliento. Su transgresión operística se aferra al presente, mientras el público adopta la posición de la cámara».

Nixon in China se estrena en el Teatro Real en coproducción con Den Kongelige Opera de Copenhague y la Scottish Opera, con espléndida dirección musical de Olivia Lee-Gunderman y con espectacular dirección escénica de John Fulljames, que utiliza material documental y gráfico cedido por la Fundación Richard Nixon y del Museo Richard Nixon que se proyecta continuamente en pantallas distribuidas por el escenario y que dan al montaje, aparte de un sentido funcional, un gran empaque visual y que recurre también a elementos circulares (mesas presidenciales y plataformas giratorias, como el globo terráqueo que seguía en vilo estas reuniones) para dotar de dinamismo a la acción y que ayuda a hacer una lectura de la ópera en clave mundial y global. En cuanto al reparto, muy equilibrado, destacaron el coreano Alfred Kim en el papel de Mao y la inglesa Sarah Tynan como Pat Nixon. Y fueron de menos a más Leigh Melrose (Nixon), Borja Quiza (Kissinger), Jacques Imbrailo (Chou-En-lai) y Audrey Luna (con una tesitura insuficiente para las prestaciones de coloratura que exige el personaje de Chiang Ching). Muy bien el coro titular del Real y la coreografía de John Ross.

A pesar de que John Adams fue, hasta acometer la composición de Nixon en China, reticente a cultivar el género operístico («de verdad, a mí no me gustaba la ópera ni había asistido nunca a una ópera y si no hubiera sido por Peter Sellars pidiéndome una, probablemente yo no habría empezado a componer una ópera»), a fecha de hoy es autor nada más y nada menos que de otras ocho óperas (cinco de ellas con libreto de su mentor y director de escena), todas ellas sobre temas políticos o de actualidad periodística: La muerte de Klinghoffer (1991), Estaba mirando al techo y luego vi el cielo (1995), El Niño (2000), Doctor Atomic (2005), Un árbol floreciente (2006), El evangelio según la otra María (2013), Girls of the Golden West (2017) y Antonio y Cleopatra (2022), lo que le hace merecedor de engrosar el selecto grupo de los titanes de la composición en los siglos XX y XXI.

Rafael Valentín-Pastrana

@rvpastrana

Videobibliografía:

– José Luis Téllez: Nixon en China. Teatro Real. Madrid, 2023.

– Carmen Noheda: La eternidad de un instante Teatro Real. Madrid, 2023.

John Adams about «Nixon in China». Interview. L’Opéra Bastille. París, 2023.

– Joan Matabosch: De todo cuanto hemos hecho, ¿qué fue realmente bueno? Teatro Real. Madrid, 2023.

– Rafael Valentín-Pastrana: «Rayok»: el ajuste de cuentas de Shostakovich con el Partido Comunista de la Unión Soviéticahttp://www.eltema8.com, 2023.

– Stanley G. Payne: En defensa de España. Desmontando mitos y leyendas negras. Espasa Libros. Barcelona, 2017.

http://www.kareol.es/obras/nixonenchina/acto1.htm

Nota 1: Este post, dedicado a John Adams, constituye el número 64 de la serie sobre Los titanes de la composición en los siglos XX y XXI.

Nota 2: Las imágenes incluidas en este post de las representaciones y/o ensayos de  Nixon in China / Nixon en China son © Teatro Real / Javier del Real. Madrid, 2023.

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