Corría el año 1874 y el madrileño Francisco Asenjo Barbieri (1823-1894) llevaba muy mal que la música del todopoderoso Gioacchino Rossini en general y El barbero de Sevilla en particular llevara dominando las programaciones musicales de la Villa y Corte desde 1818, que se dice pronto. Para escarmentar al rossiniano público madrileño, compone Barbieri un Barbero a la española, inaugurando así la corriente de ironizar sobre las grandes óperas del momento: El dúo de la Africana (Manuel Fernández Caballero, 1893) satiriza a la ópera La Africana de Meyerbeer, o La corte del faraón (Vicente Lleó, 1910), crítica a la moda impuesta por Verdi y su Aida.
De Barbieri es conocida su labor de cronista de la ópera del momento y la de estudioso de la música pretérita española, editando la revisión del Cancionero de Palacio. Aparte fue promotor de la edificación del Teatro de la Zarzuela, académico de Bellas Artes, pionero en la legislación sobre los derechos de autor y miembro de la Real Academia Española, defendiendo hasta sus últimos días que los alumnos de los conservatorios del territorio nacional se formaran prioritariamente con conocimientos en la música española y no básicamente en la italiana, alemana (Barbieri atacó duramente el excesivo influjo de Wagner entre nuestros compositores) y francesa. En definitiva, Francisco Asenjo Barbieri propuso una revolución contra la música extranjera como necesaria vía de escape para dignificar la música española y dotarla de una personalidad propia.
Desde Gloria y Peluca (1850) a El señor Luis el Tumbón o Despacho de huevos frescos (1891), Barbieri compone setenta y seis obras de género lírico con la participación de escritores teatrales del nivel de Ventura de la Vega, Tamayo y Baus, Francisco Camprodón, García Gutiérrez, Ricardo de la Vega… Destacan entre todas ellas Jugar con fuego (1851), Los diamantes de la corona (1854), Pan y toros (1864) y la que nos ocupa: El barberillo de Lavapiés, consolidada como una de las joyas del teatro lírico español desde su aclamado estreno el 19 de diciembre de 1874, precisamente en el Teatro de la Zarzuela, como la función que nos ocupa, que cuenta al frente del reparto con el magnífico barítono gallego Borja Quiza (Ortigueira, 1982, con gran dominio de la escena y dotado de una voz con un centro hermosísimo y apta también para los agudos) como el barbero Lamparilla, la entusiasta dirección musical de José Miguel Pérez-Sierra, la minimalista y claustrofóbica (como las enmarañadas calles del barrio de Lavapiés) dirección de escena de Alfredo Sanzol, el vistosamente tipicista vestuario de Alejandro Andújar y la espectacular iluminación, jugando con niebla y fuego, de Pedro Yagüe.
El contexto de la zarzuela es, como dice el director de orquesta Pérez-Sierra, «un Madrid dieciochesco en el argumento y decimonónico en lo musical». En palabras del musicólogo Emilio Casares, la pieza de Barbieri es «una obra cumbre en nuestra historia musical, paradigma de lo que se ha considerado teatro lírico español y de madrileñismo». Ahí están presentes en el libreto y perfectamente geolocalizadas las calles de la Paloma, Toledo y Ave María, la Plaza de Herradores, la iglesia de San Lorenzo, la romería de San Eugenio en El Pardo, el arroyo Abroñigal…
La acción de El barberillo de Lavapiés se desarrolla en marzo de 1766 durante la época de motines y conspiraciones para deponer al marqués Grimaldi, el ministro italianizante de Carlos III y sustituirle por el español conde de Floridablanca. Lo que son las cosas, Barbieri estrena su zarzuela (que estuvo a punto de cancelarse) en plena época de un pronunciamiento militar: el del general Martínez Campos en Sagunto el 29 de diciembre de 1874, cuando Cánovas del Castillo preparaba la restauración de la dinastía borbónica en la figura de Alfonso XII…
Pero, por encima de esa trama política, es el mundo castizo y popular, representado por la pareja de la costurera Paloma y el barbero Lamparilla –que dejan provisionalmente sus devaneos amorosos de lado para salvar a España- el que se termina imponiendo (a la manera de la separación teatral proveniente del Siglo de Oro español entre señores nobles y pícaros a su servicio) al mundo palaciego dominado por las intrigas de la nobleza (centradas en la otra pareja de la obra, los aristócratas e insípidos Marquesita Estrella y don Luis de Haro, a los que se caracteriza con una música menos españolizante, más al estilo operístico al uso europeo: ahí está el evidente aroma verdiano del dúo entre los dos nobles «La mujer que quiere a un hombre / y le jura amor por Dios»). Todo ello gracias al inspiradísimo libreto de Luis Mariano de Larra (hijo del afamado periodista y escritor romántico y asiduo colaborador de Barbieri) repleto de ocurrencias y de lenguaje de la calle, rabiosamente actual y trufado de frases con dobles sentidos.
Por supuesto que hay en la zarzuela de Barbieri referencias a Il barbiere di Siviglia de Rossini y Sterbini (Borja Quiza sostiene que entre los dos papeles existe un «tremendo paralelismo en articulación, tesitura, color y energía»), como el Coro de la Guardia Valona de ronda y sobre todo la referida aria de presentación del barbero madrileño: «Lamparilla soy / Lamparilla fui / yo soy el barbero / mejor de Madrid» que sería el equivalente al «Figaro qua, Figaro là / Figaro su, Figaro giù / sono il factotum della città» del barbero rossiniano. No hay que olvidar que Rossini y Barbieri fueron estrechos amigos y que compartieron, aparte de su pasión por la música, otras debilidades: los viajes, la buena vida, la comida, la bebida…
Pero sobre todo a Barbieri hay que agradecerle su irresistible torrente musical a base de coplas, seguidillas, jotas, rondallas, boleros (ese Coro de las Costureras que anticipa el Dúo del Marabú de la que para muchos es la zarzuela -casi ópera, incluso- más conseguida de todo el género y que veremos pronto en esta misma temporada del Teatro de la Zarzuela: Doña Francisquita de Amadeo Vives), zapateados, cuplés, pasacalles, caleseras, etc. con momentos tan inolvidables como el chispeante preludio, la Cavatina de Lamparilla, la Canción de Paloma, el Coro de los Parroquianos de la barbería… Y es que ahí radica el éxito del «Barbero» de Barbieri: la superación de las anquilosadas y pretéritas formas de la ópera seria foránea en beneficio de un costumbrismo autóctono con el empleo de folclore y ritmos esencialmente españoles que cristalizaría en las siguientes décadas con las obras señeras de la zarzuela a cargo de Tomás Bretón, Ruperto Chapí, Gerónimo Giménez, Federico Chueca, etc.
Rafael Valentín-Pastrana
Bibliografía:
– Emilio Casares: El barberillo de Lavapiés. Conferencia en el Teatro de la Zarzuela. Madrid, 2019.
– José Luis Jiménez: Entrevista a Borja Quiza. Diario ABC. Madrid, 2019.
– Rafael Valentín-Pastrana: El sueño de la recuperación de la ópera española del siglo XIX. http://www.eltema8.com, 2019.
– Rafael Valentín-Pastrana: ¡Pico y pala con Tomás Bretón! www.eltema8.com, 2018.
– Rafael Valentín-Pastrana: Otra recuperación de una ópera española olvidada del siglo XX: “El pelele” de Julio Gómez. http://www.eltema8.com, 2016.
– Rafael Valentín-Pastrana: Cuando Zemlinsky bailó el «Tango de la Menegilda». http://www.eltema8.com, 2015.
– Rafael Valentín-Pastrana: La recuperación de una ópera española olvidada: Fantochines de Conrado del Campo. http://www.eltema8.com, 2015.
Nota: Las imágenes incluidas en este post de la representación y ensayos de El barberillo de Lavapiés son © Teatro de La Zarzuela / Javier del Real. Madrid, 2019.