El Tema 8

El tema 8 es como el primer amor: no se olvida nunca.

Messiaen y los colores de la ciudad celeste

El Departamento de Música de la Fundación March programó ayer el último de los cuatro conciertos del ciclo Sinestesias, que ha venido abordando durante el mes de noviembre el fenómeno neurofisiológico consistente en la conexión de los sentidos de manera que las fronteras entre vista, oído, olfato, gusto y tacto confluyen y se entremezclan. De este modo un sinestésico (como lo fueron los cuatro protagonistas de los consecutivos programas: Debussy, Scriabin, Ligeti y Messiaen) tiene el don de evocar sonidos al contemplar un cuadro o relacionar colores con números, letras o al escuchar una tonalidad musical.

Esta cuarta sesión corrió a cargo del pianista Alberto Rosado (Salamanca, 1970), que interpretó dos obras pianísticas de Olivier Messiaen (Avignon, 10 de diciembre de 1908 – Clichy, Île-de-France, 27 de abril de 1992), los Huit préludes para piano (1928-9) y una selección de Vingt regards sur l’Enfant-Jésus (1944)obras que, como veremos, cuentan con un importante componente visual y en las que Messiaen experimentó con el estudio de los colores. En esta ocasión el juego propuesto por la Fundación March era modular los distintos cambios cromáticos que Messiaen marca de una manera precisa en cada una de las piezas interpretadas al piano.

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Algunas instantáneas del recital de Alberto Rosado con el diseño de luces para recrear las sinestesias modales que visualizaba Olivier Messiaen y que el compositor indicó con precisión en sus partituras.

Una profunda fe cristiana (al igual que hizo Bruckner, el francés cantó a la gloria de Dios en todas sus obras) y el amor a los pájaros (presentes en la mayor parte de su catálogo) y la naturaleza (se fascinó con los paisajes de Nueva Zelanda, con la campiña francesa, con el Cañón de Bryce y el Zion Park en Utah…) son algunos de los heterogéneos elementos externos que influyen en el personalísimo estilo de Olivier Messiaen, un autor imposible de encasillar en una corriente concreta y que hace inconfundible su música en relación con cualquier otro compositor de su tiempo. Fascinante por su riqueza tímbrica, rítmica y armónica, su música, inequívocamente moderna, es portadora de un mensaje humano y universal que supera su ferviente y reconocida confesionalidad católica. Muchas de las composiciones de este verdadero santo representan lo que él llamó “los aspectos maravillosos de la fe”, mostrando su inquebrantable catolicismo presente en elementos como las visiones, las campanas, las vidrieras, etc. No en vano Messiaen era natural de Avignon, residencia de siete Papas de Roma desde 1309 hasta 1377.

3695353Messiaen declararía en 1988: «Cuando oigo música, veo los correspondientes colores. Pienso que todo el mundo posee este sexto sentido, pero que son raros los que se dan cuenta. Descubrí esta afección a los veinte años en casa de un amigo pintor… He tratado de poner esos colores en lo que escribía. No pido a los intérpretes que vean los mismos colores que yo –eso, por otra parte, es imposible– pero sí que vean colores, cada cual a su manera». Los grandes referentes pictóricos de Messiaen fueron el pintor parisino Robert Delaunay (1885-1941), predilecto del músico por sus investigaciones sobre los nexos entre colores complementarios, y el suizo Paul Klee (1879-1940), del que admiraba el simbolismo cromático de sus lienzos. 

Así, en algunas de sus composiciones, Messiaen anotó en las partituras los colores de la música que él experimentaba e imaginaba con la intención de ayudar al director de orquesta en su interpretación, y no tanto para especificar qué colores debía experimentar el oyente. Fue con Chronochromie (1959-1960) y Couleurs de la Cité Céleste (1963), cuyos nombres recalcan sus preocupaciones sinestésicas, cuando el compositor intentó por primera vez llevar a cabo la traducción sonora de los colores a los instrumentos de la orquesta, si bien ya desde los tiempos del cautiverio en Silesia (al comienzo de la 2ª Guerra Mundial, durante la ocupación de Francia por las tropas alemanas, Messiaen fue llamado a filas, siendo alistado como auxiliar médico debido a su miopía. En mayo de 1940 fue hecho prisionero de guerra, y encarcelado en Görlitz), el compositor ya percibía con asiduidad estas sensaciones cromáticas: “Cuando estuve prisionero, la desnutrición me provocaba sueños coloreados: veía el arco iris del ángel del Apocalipsis y extraños remolinos de colores”.

Messiaen fue uno de los grandes revolucionarios del piano contemporáneo. Como nos recuerda Yvonne Loriod (1924-2010), “Su estilo estaba tan claramente establecido, tan bien experimentado (tocando y buscando él mismo en el piano), que una vez terminada la obra no cambiaba nunca una armonía o un rasgo. olivier-messiaen-yvonne-loriodLa entregaba enteramente digitada, pedalizada, con indicaciones de tempi tan precisas y específicas que cincuenta años después no deseaba modificar nada… La importancia y el número de obras escritas para este instrumento bastan para probar cuánto lo amó”. Yvonne Loriod se convertiría en la segunda esposa de Messiaen en 1961 (la primera fue la violinista y compositora Claire Delbos, fallecida en 1959 tras una larga enfermedad degenerativa), y destacó como una interesantísima pianista (en numerosas ocasiones acompañada por el propio Messiaen) especializada en el repertorio contemporáneo en general (Karlheinz Stockhausen, Pierre Henry, Gyorgy Kurtag, George Benjamin…) y en el de su marido en particular, quien dijo de ella en una ocasión: “Puedo permitirme las excentricidades más grandes porque para ella cualquier cosa es posible”.

Obra temprana de clara ascendencia debussyana, los Huit preludes pour piano sintetizan a la perfección la ineludible deuda con las piezas homónimas del compositor de La mer“Tenía entonces veinte años. Todavía no había emprendido las investigaciones rítmicas que debían transformar mi vida… Pero era ya un músico del sonido-color” afirmaría Messiaen. Y es que el color juega expresamente un importante papel en estos ocho preludios, ya presente desde el detallismo cromático de los mismos títulos de cada pieza: el anaranjado y el violeta en La colombe; el gris, el malva y el azul en Chant d’extase dans un paysage triste; el naranja, púrpura y violeta como de luz de vidrieras en Cloches d’angoisse et larmes d’adieu

Messiaen consolida definitivamente su escritura para el piano en 1944 con una partitura ambiciosa y determinante, capital en la escritura pianística del siglo XX: la monumental (más de dos horas de duración) y ya totalmente personal y liberada de influencias de otros autores Vingt regards sur l’Enfant-Jésus, compuesta en los turbulentos días de la liberación de París por las fuerzas aliadas. “Rodeado por la insurrección y el caos de la guerra, Messiaen compone. Es asombroso imaginar a este hombre, en el momento de la Liberación, absorbido por su música, a quince días de acabar sus Vingt regards” escribe el musicólogo Nigel Simeone (Londres, 1956). Obra, estas Veinte miradas sobre el Niño Jesús, en la que volvemos a encontrar colores específicos que detalla con precisión Messiaen: un gris-azul acerado atravesado de rojo y anaranjado vivo, un violeta malva manchado de un pardo de cuero y rodeado de púrpura violáceo… “Más que en todas mis obras precedentes, he buscado aquí un lenguaje de amor místico, a la vez variado, poderoso y tierno, a veces brutal, de ordenaciones multicolores”, declaraba Messiaen al respecto de esta colosal obra. 

En definitiva, y como escribe Juan Manuel Viana en las documentadas notas al programa del ciclo, el universo sonoro de Messiaen aparece configurado “como la suma resultante de las búsquedas emprendidas por el músico desde sus comienzos: búsquedas de colores en las primeras obras, búsquedas modales y rítmicas, la escapada hacia el serialismo –que pronto abandona por la contemplación de la naturaleza y, en particular, la escucha y estudio del canto de los pájaros–, la lectura atenta de las Sagradas Escrituras y la consiguiente meditación sobre los símbolos de los que aquellas se nutren”.

Olivier Messiaen ambicionaba que su arte y su música se elevaran por encima de los seres creados por Dios para guiar sus almas hacia un nivel superior que no es ya de este mundo: hacia el hogar espiritual donde reina para siempre el amor. El músico de Avignon también pretendía que su música fuera escuchada; y para lograr ese objetivo eran necesarias tres cosas para él: la música debía ser interesante, hermosa a la escucha, y debía llegar al oyente.

Y escuchando su obra, con todo lo que Messiaen transmite trascendiendo el tiempo y el espacio y uniendo sensaciones y sentimientos en la distancia, es evidente que lo consiguió.

Rafael Valentín-Pastrana

@rvpastrana

Este post está dedicado a la memoria de mi madre, nacida el 1 de diciembre de 1939 y que hoy hubiera cumplido 77 años.

Bibliografía:

– Juan Manuel Viana: Sinestesias. © Juan Manuel Viana / Fundación Juan March. Madrid, 2016.

– Rafael Valentín-Pastrana: Los titanes de la composición musical en el siglo XX (6): Olivier Messiaen. http://www.eltema8.com, 2014.

Nota: Las imágenes del concierto incluidas en este post, que tuvo lugar en el auditorio de la Fundación March de Madrid el 30 de noviembre de 2016, son © Fundación Juan March. 2016.

 

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Esta entrada fue publicada en diciembre 1, 2016 por en Música y etiquetada con , , , , , , , , , .

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