La bohème sube a la escena del Teatro Real en coproducción con Royal Opera House de Londres y la Lyric Opera de Chicago, con dirección musical de Nicola Luisotti y escénica de Richard Jones. Escrita por los libretistas Giuseppe Giacosa (1847-1906) y Luigi Illica (1857-1919) a partir del folletín por entregas Scènes de la vie de bohème (publicado desde 1845 a 1849 y adaptado a novela en 1851) del dramaturgo francés Henry Murger (1822-1861), La bohème es la cuarta de las doce óperas de Giacomo Puccini (1858-1924), siendo estrenada en el Teatro Regio de Turín el 1 de febrero de 1896, con Arturo Toscanini (1867-1957) a la batuta.
Con La bohème Puccini se adscribe oficialmente al verismo, movimiento operístico italiano característico del tránsito del siglo XIX al XX y cuyos miembros más representativos son Ruggiero Leoncavallo (1857-1919), Pietro Mascagni (1863-1945), Francisco Cilea (1866-1950), Umberto Giordano (1867-1948) y el propio Puccini. En su día tuvo sus detractores, por romper los moldes. A veces es interesante atender a la doctrina del momento desde la perspectiva actual para entender la historia del arte: «El verismo es una corriente que prefiere los argumentos sanguinarios, los personajes psicológicamente difíciles o perversos, las pasiones al descubierto la bajeza y crueldad humana sin atenuantes», escribía un crítico de la época. «La técnica verista supone gritos estridentes y gestos exagerados, sollozos entrecortados, alaridos de horror, estertores de agonía o lamentos de carne torturada; el verismo se siente a gusto en el mundo de las prisiones, en los patíbulos y en los subterráneos, lo mismo que en el centro del hampa, entre envenenadores y proxenetas», afirmaba otro iluminado. Aparte de que poco de todo esto hay en La bohème, el paso del tiempo ha suavizado estas interpretaciones incendiarias, y se considera, desde el recomendable distanciamiento, que este estilo artístico se caracteriza por «tratar de reproducir la vida real sobre el escenario con la mayor fidelidad posible» (Roger Alier) y por dar prioridad al «realismo de los argumentos, la veracidad de sus personajes y la autenticidad de las emociones representadas» (Verónica Maynés). Carlos Gómez Amat reflexionó sobre la injusta adscripción de un genio como Puccini a una tendencia artística encorsetada: «¿Es Puccini un verista? Evidentemente, sí. ¿Es, como pudiera colegirse del valor de su obra, un jefe de escuela? Sin duda, no (…) Lo cierto es que Puccini no intentaba acaudillar a nadie». En cualquier caso, más que verista (Puccini será más fiel a este movimiento en sus posteriores Tosca y Il tabarro) La bohème es una ópera romántica.
Puccini había empezado a dar forma a su ópera en 1892. Un largo proceso de casi cuatro años hasta el estreno definitivo que contó con todo tipo de vicisitudes: el enfrentamiento con otro reconocido operista de la época, antaño amigos y a partir de entonces enemistados, por obtener los derechos de la obra original (un año de diferencia se lleva La bohème de Puccini con…La bohème de Leoncavallo, de 1897, injustamente olvidada, por cierto), continuas discusiones con sus libretistas (pese a que todos quedaron contentos de su anterior colaboración, Manon Lescaut de 1893, existe un copioso intercambio epistolar con el editor Giulio Ricordi para que mediara entre «La Santísima Trinidad», que era como llamaba en broma al músico y a los dos escritores, que tampoco estuvieron muy compenetrados: para Giacosa, La bohème era pura poesía pero sin argumento. Y razón no le faltaba: la ópera prácticamente carece de una trama concreta; si acaso la vida de unos bohemios en una buhardilla del Barrio Latino de París durante 1840) y el amago del compositor de abandonar el proyecto (tras el éxito en 1890 de la primera ópera verista, Cavalleria Rusticana de Mascagni, Puccini dejó de lado una temporada las Escenas de la vida bohemia e intentó adaptar otra obra teatral del mismo autor de temática siciliana: La lupa/La loba, de Giovanni Verga).
La bohème se organiza en cuatro actos o cuadros (referencia pictórica ya presente desde los icónicos carteles diseñados por el prestigioso artista gráfico Adolfo Hohenstein que anunciaban las funciones y que seguían la moda de los espectáculos parisinos), que así fueron respectivamente detallados por Illica en la escaleta argumental inicial: «La soffita (la buhardilla) e Il Quartiere Latino», «La barriera d’Enfer», «La della casa di via Labruyère» y «La soffita ovvero la morte di Mimì». José Luis Téllez sostiene que la extraordinaria solidez estructural de La bohème se debe a que Puccini clona la distribución en cuatro movimientos de una sinfonía clásica: el primer acto correspondería con la exposición de los temas musicales que se desarrollarán a lo largo de la obra; el segundo, con su humor, haría las veces de scherzo; el tercero, de carácter camerístico y con su melancolía, sería el adagio y el cuarto coincidiría con la recapitulación de los motivos presentados en el primer movimiento pero ahora enriquecidos y con una significación diferente. Y no deja de tener su lógica lo apuntado por este musicólogo: no olvidemos que la Sinfonía en re menor de César Franck (1822-1890), estrenada en 1889, pocos años antes que La bohème y que probablemente conocería Puccini, supuso un auténtico shock en el mundo de la música por su rompedor empleo de la forma cíclica en la que los distintos temas presentados en los movimientos anteriores reaparecen en el tiempo final.
La bohème tiene mucho de autobiográfico: Puccini sintió la necesidad de crear una ópera centrada en este ambiente y con personajes de este tipo ya que durante sus años de estudiante de música en Milán era un asiduo cliente de la «Trattoria Excelsior», donde se reunía con sus amigos de pandilla y «donde todos comían y bebían y ninguno tenía el mal gusto de pretender pagar la cuenta», en palabras de Rafael Banús. En su libro Giacomo Puccini íntimo, Guido Marotti, amigo del compositor, relataría: «Rodolfo, Marcello, Schaunard, Colline eran nuestras figuras, la reencarnación de nosotros mismos. Mimí era nuestra amante de un tiempo o de un sueño y toda aquella aflicción era nuestra aflicción propia». Todo esto está condensado en el bullicioso pero prodigioso segundo cuadro de La bohème, que se desarrolla en un cruce de calles del Barrio Latino, delante del «Café Momus». No hay números aislados o sueltos (ni siquiera el vals de la sensual y provocadora Musetta, que está integrado perfectamente con el resto de la acción) en este portentoso retablo impresionista, sino que todo va fluyendo con naturalidad y confluyendo por acumulación a base de motivos musicales perfectamente reconocibles. Y podría decirse que de una manera casi cinematográfica: Puccini, en los albores del séptimo arte, recurre con soltura y pulso firme a una puesta en escena puramente audiovisual (esto lo captó a la perfección el regista Franco Zefirelli en sus aclamadas producciones de La bohème: «No hay director de escena comparable a Puccini. Señala todo, hasta el más pequeño detalle»), partiendo de panorámicas generales de la muchedumbre paseando, comprando, cuchicheando o desfilando, para pasar a continuación a planos cortos de los protagonistas a modo de insertos de detalle mediante vertiginosos barridos de cámara; primero Rodolfo y Mimì disfrutando de su reciente enamoramiento, luego Musetta encelando a Marcello, por último Schaunard y Colline tratando de encasquetar la factura de las consumiciones al mecenas Alcindoro, sin que la acción general se detenga y sin que los dúos se conviertan ni en cuartetos ni en sextetos. Quizá a este aparente caos controlado de forma modélica por Puccini se referiría un crítico norteamericano cuando escribió tras el estreno en Nueva York que «en La bohème unos diálogos bobos y unos incidentes intrascendentes se embadurnan con manchas de color instrumental sin razón ni efecto alguno, salvo la creación de un estado de bullicio excitación y confusión», quedándose muy cerca de comprender la verdadera dimensión de lo que había conseguido crear el inmortal operista.
Es interesante detenerse en esta estructura en continuidad de La bohème, sin apenas números aislados estancos, a la manera de Wagner. Los compositores de esta escuela verista, en palabras del profesor Roger Alier, «procuraron desdibujar los límites entre las arias tradicionales dando a la música un carácter continuo. En esto y en otras cosas los compositores veristas seguían un poco de lejos el ejemplo de Wagner de quien tomaron también la idea de relacionar situaciones con motivos musicales -leitmotiv- que sirvieran para buscar luego, en otros momentos del drama, los instantes culminantes del pasado». De hecho Puccini recurrió para el estreno a un prestigioso tenor alemán del momento para el personaje de Marcello: Tieste Willmant. Aunque según relata el libretista Illica, no quedaron muy contentos con sus prestaciones: «Este Marcello es absolutamente malo, no entiende nada y tampoco conseguiría hacerlo aunque ensayáramos tanto como en Bayreuth».
Pero también encontramos en La bohème momentos de puro belcantismo, como las arias «Che gelida manina!» y «Mi chiamano Mimì» del primer acto. Retomando a Alier, «la tradición de los números sueltos: arias, concertantes, dúos…, estaba demasiado arraigada en la ópera italiana y además la concepción de los dramas musicales italianos era mucho menos trascendente, lejos de las grandes concepciones míticas de Wagner». Por eso hay también en esta ópera una continuidad con el patriarca de la música italiana aún vivo: la modistilla Mimí es una víctima de la tuberculosis, como lo había sido la descarriada Violetta Valéry de Giuseppe Verdi (1813-1901) y ambas viven en el mismo corto margen de tiempo (La dama de las camelias de Alejandro Dumas hijo, en la que se basa La traviata, es de 1852) y las dos mueren en una buhardilla parisina. A propósito de Mimí, se puede afirmar que, de todos los personajes femeninos creados por Puccini, es el más dulce y frágil. Sin gestos heroicos como los de otras de sus heroínas (Butterfly, Tosca, Liu…), Mimì atrapa al público por su sencillez: conoce a un joven, lo ama, sufre por él y finalmente muere. Y es que en La bohème no hay ningún triángulo amoroso ni ningún antagonista malvado: es una historia verosímil en torno a personajes corrientes y narrada mediante una poesía asequible pero que emociona y conmueve. “No he conocido a nadie que haya descrito mejor el París de aquella época”, diría el compositor francés Claude Debussy (1862-1918), que de París sabía.
En esta línea, Puccini declararía: «Me interesan exclusivamente las pequeñas cosas y no quiero dedicarme a otra cosa que no sean las pequeñas cosas». Esto ha granjeado al compositor de Lucca no pocos reproches: acomodado, burgués, repetitivo… Pero también adhesiones inquebrantables, muchas de ellas viniendo de injustas posiciones críticas previas. Así el compositor italiano Ildebrando Pizzetti (1880-1968) escribió: «Hace años creí poder definir la música de Puccini como mediocre y burguesa. Mi presunción creyó entonces poder encerrar el arte pucciniano en ciertos límites; quise olvidarme de que, cuando por primera vez asistí en la sala vacía y oscura del teatro regio de Parma a un ensayo de La bohème, lloré; quise olvidarme de que, después de aquella primera emoción, las obras de Puccini me habían producido otras innumerables emociones profundamente humanas».
Rafael Valentín-Pastrana
Bibliografía:
– José Luis Téllez: La bohème. Teatro Real. Madrid, 2021.
– Rafael Valentín-Pastrana: Éste es el beso de Tosca. http://www.eltema8.com, 2021.
– Rafael Valentín-Pastrana: Turandot: «Qui il maestro finí». http://www.eltema8.com, 2018.
– Nicolas Slonimsky: Repertorio de vituperios musicales. Penguin Random House Grupo Editorial. Taurus. Madrid, 2016.
– András Batta/Sigrid Neef: Ópera. Könemann Verlagsgesellschaft mbH. Colonia, 1999.
– Roger Alier: «La bohème», la ópera más popular de Puccini. Teatro de La Zarzuela. Madrid, 1988.
– Rafael Banús: Los avatares de «La bohème». Teatro de La Zarzuela. Madrid, 1988.
– Carlos Gómez Amat: Verismo y Romanticismo. Teatro de La Zarzuela. Madrid, 1988.
– Gonzalo Alonso: El verismo. Salvat S.A. de Ediciones. Pamplona, 1984.
– Charles A. Reichen: El arte musical y su evolución. Editorial Paraninfo. Madrid, 1965.
– http://www.kareol.es/obras/laboheme/boheme.htm
Nota 1: El título de este post es un homenaje al doctor y melómano Manuel Gomis, con el que disfruté de tantas óperas y que en broma se refería así al aria de Mimí “Che gelida manina!”.
Nota 2: Las imágenes incluidas en este post de la representación y ensayos de La bohème son © Teatro Real/Javier del Real. Madrid, 2021.