“Hubo un hombre cuya amistad iluminó mi existencia y cuyas cualidades espirituales alumbraron mi alma de una vez y para siempre. Fue Dmitri Dmitrievich Shostakovich, figura titánica y profundamente trágica del mundo artístico en la URSS. Me conmuevo al recordar los doce años de nuestra amistad entrañable; años durante los cuales mi vida y la de Slava (como llamaban familiarmente al violonchelista Mstislav Rostropovich sus amigos y allegados) y toda nuestra creatividad estuvieron estrechamente ligadas a la suya“. Estas palabras de admiración están extraídas del estremecedor libro de memorias Galina que escribió la soprano rusa Galina Vishnevskaya. Pero perfectamente podrían haber sido pronunciadas por el compositor británico Benjamin Britten (1913-1976) sobre su admirado colega ruso Dmitri Shostakovich (1906-1975).
Dmitri Shostakovich y Benjamin Britten fotografiados en 1966.
Sirva esta introducción para adentrarnos en la tercera propuesta del ciclo Disímiles vidas paralelas, con el que el Departamento de Música de la Fundación Juan March, a la manera de las Vidas paralelas de Plutarco, nos enfrenta durante el mes de febrero a cuatro parejas de compositores entre los que se dieron divergencias pero también convergencias. En el caso que nos ocupa, esta combinación dio lugar a un modélico concierto que reunió en un equilibrado programa obras de Shostakovich y Britten, autores que coincidieron en el tiempo (el ruso, algo mayor que el inglés) y/o en el espacio (a los dos lados del Telón de Acero, durante los convulsos años de la Guerra Fría de la que ambos países eran firmes adalides y tensos rivales, y en frecuentes visitas que uno y otro se dedicaron).
Shostakovich siempre fue mimado por las autoridades soviéticas, sabedoras de que el compositor era el diamante en bruto ideal para lucir y exportar a Occidente, mostrando al mundo exterior lo injusto que era acusarles de reprimir a los disidentes y de recortar los derechos y libertades a sus ciudadanos. Por eso junto al palo de las imposiciones y prohibiciones de sus obras (especialmente La nariz en 1930 y Lady Macbeth de Mtsensk en 1936), le mostraban periódicamente la zanahoria a base de encargos y premios. En paralelo, Britten alternaba el recelo que le manifestaba la pacata sociedad inglesa de la época (el compositor había reconocido su homosexualidad a finales de los años treinta, que sólo fue despenalizada en Gran Bretaña en 1967) con la envidia de sus colegas de gremio (desde el estreno de su ópera Peter Grimes en 1945, Britten fue artísticamente intocable, recibiendo de la Corona todo tipo de encargos, prebendas, premios y nombramientos).
Los intérpretes del tercer concierto –Britten & Shostakovich– del ciclo Disímiles vidas paralelas de la Fundación March: Roger Vignoles (piano) y Julia Sitkovetsky (soprano).
¿Pero cómo llegaron a conocerse estos dos genios de la música del siglo XX en la convulsa época de pleno enfrentamiento entre bloques tan antagónicos de los que uno y otro formaban parte importante? Y aquí entra en juego una pareja irrepetible y esencial para comprender la historia de la música clásica del siglo XX, cuyo repertorio ensancharon gracias a la multitud de obras que para ellos escribieron los más grandes compositores del momento: la soprano dramática Galina Vishnevskaya (1926-2012) y el virtuoso del violonchelo -y después, de la batuta- Mstislav Rostropovich (1927-2007). La relación se inicia en 1960, cuando Shostakovich acompaña a Rostropovich para la primera representación en Londres del Concierto para violonchelo y orquesta nº1, en mi bemol mayor, Op.107 de 1959. Britten asiste a la función y allí conoce a ambos y a Galina, la esposa del solista, iniciándose a partir de entonces una fascinante relación de amistad y de reciprocidad creativa entre los dos compositores y que abarca quince años hasta el fallecimiento del compositor ruso en 1975. Poco después, en 1976, muere Britten, quedando el matrimonio Rostropovich-Vishnevskaya en el paréntesis de un año huérfano y sin el apoyo de ambos amigos.
En 1961 Britten dedica a Rostropovich su magnífica Sonata para violonchelo y piano en do mayor, Op.65, que es estrenada por el violonchelista en Aldeburgh acompañado por el compositor al piano. Los lazos creativos y de profunda amistad se van estrechando entre los compositores y Britten realiza frecuentes viajes a la URSS que aprovecha para reunirse con Shostakovich: 1963 (Festival de Música Británica de Moscú), 1964 (estreno en Moscú de otra obra dedicada a Rostropovich, la Sinfonía para violonchelo y orquesta, Op.68), 1965 (para el estreno en Moscú de El eco del poeta, Op.76, impresionante ciclo de seis canciones basadas en poemas de Aleksandr Pushkin y escrito en el idioma ruso original para Vishnevskaya, a quien la obra -junto con Rostropovich- está dedicada e invitado por Shostakovich para celebrar las navidades de ese año en su dacha de las afueras de Moscú), 1966 (recital de canciones suyas interpretadas por Britten junto a su pareja sentimental, el tenor Peter Pears)…
Por su parte Shostakovich viaja en 1962 al festival de Edimburgo, donde se le homenajea con buena parte de su producción musical hasta entonces y aprovecha para asistir al estreno mundial en la catedral de Coventry del War Requiem de Britten, en el que también iba a participar Vishnevskaya pero a la que finalmente se le negó el visado para viajar a Reino Unido: cosas de la Guerra Fría. Shostakovich siempre manifestó que sentía debilidad por esta obra de Britten, hasta el punto de considerarla la composición del siglo XX más importante hasta ese momento. Decisivo encuentro para ambos compositores: precisamente es a partir del año 1962 cuando Shostakovich da lo mejor de su catálogo, con un lenguaje musical seco y austero y un enfoque pesimista de gran parte de la producción. Y es evidente que en algo tuvo que ver Britten.
Galina Vishnevskaya, en primer plano, junto a Dmitri Shostakovich tras el estreno de la Sinfonía nº14, Op.135
A raiz de su infarto, tras un concierto en mayo de 1966 en el que interpretaba al piano, junto a Vishnevskaya, algunas canciones de catálogo (entre ellas las Cinco Sátiras, Op.109 a partir de cáusticos poemas de Sasha Cherny, dedicadas a la gran soprano rusa y que se escucharon en el recital de la Fundación March), Shostakovich se ve obligado a permanecer en reposo evitando viajes. Aún así, las conexiones entre ambos compositores se siguen produciendo: en 1968 Britten dedicó a Shostakovich El hijo pródigo, la tercera de sus parábolas de iglesia para solistas vocales y conjunto instrumental (las otras dos son Curlew river de 1964 y El horno de las fieras de 1966). E influencias del estilo musical de Shostakovich se detectan en Britten desde que éste asistiera al estreno londinense de Lady Macbeth allá por 1936: en los Interludios marinos de la ópera Peter Grimes, en la Spring Symphony, en los tres cuartetos de cuerda…
Sólo en 1972 volvió Shostakovich a las Islas Británicas, una vez invitado por Britten al Festival de Alderburgh (que el compositor inglés había fundado con Peter Pears en 1948) y la otra ocasión para ser investido Doctor Honoris Causa por el Trinity College de Dublín. Es la última vez que las vidas paralelas de Shostakovich y Britten se cruzan. En 1974 Vishnevskaya y Rostropovich tuvieron que emigrar a Occidente, al haber perdido ambos la ciudadanía soviética y tener prohibido regresar a su país. En las memorias de Vishnevskaya podemos leer el emotivo momento en que Rostropovich se despide de Shostakovich en 1974 en vísperas de la salida de la URSS junto a su mujer Galina. El compositor, ante la sugerencia del violonchelista de que abandonara con ellos el país, le dijo entre lágrimas: “Slava, amo demasiado esta tierra. ¿Qué iba a hacer yo en otra parte?“. El matrimonio partió hacia el exilio y tuvo conocimiento de la muerte de Shostakovich, el 9 de agosto de 1975, mientras participaban en el Festival de Tanglewood (Massachusetts): “Hasta el último momento las autoridades soviéticas se mostraron crueles e insensibles. Yo había grabado unos fragmentos cantados de la Sinfonía nº14 (Shostakovich solía escuchar esa versión con frecuencia). Sus hijos quisieron que se escuchara en el funeral cívico, pero las autoridades se negaron terminantemente. No pudieron resistir la oportunidad de ensañarse con él una vez más. Nunca vi a Dmitri Dmitrievich muerto y no pude darle un último beso… Quizá por ello siempre pienso en él como si estuviera vivo“.
Los intérpretes del tercer concierto –Britten & Shostakovich– del ciclo Disímiles vidas paralelas de la Fundación March: Roger Vignoles (piano) y Fernando Arias (violonchelo).
En correspondencia a la obra religiosa dedicada por el inglés, la Sinfonía nº14, Op.135 de Shostakovich, estrenada el 6 de octubre de 1969, es un regalo para Benjamin Britten, quien la dirigiría en 1970 en la primera interpretación fuera de la URSS junto a los mismos solistas vocales de la primera función.
Partitura original de la Sinfonía nº14 dedicada de puño y letra de Dmitri Shostakovich a Benjamin Britten
La sinfonía es en realidad un introspectivo, oscuro y autobiográfico ciclo de once canciones (número sin duda cabalístico para Shostakovich: otras de sus relevantes obras vocales cuentan curiosamente con el mismo número de movimientos: el ciclo De la poesía popular judía, Op.79 de 1948 -tres de cuyas canciones se interpretaron en la velada- y la Suite sobre poemas de Miguel Ángel Buonarotti, Op.145 de 1974) para solistas y orquesta de cámara y que pone en música poesías de Apollinaire, García Lorca, Küchelbecker y Rilke con la temática común de la muerte –temprana o no natural- a destiempo. Britten, gran conocedor de la Sinfonía nº14, y agradecido por la dedicatoria, emplea el motivo inicial del cuarto movimiento de la sinfonía de Shostakovich –Trois grands lys, trois grands lys/sur ma tombe sans croix de Le suicide de Apollinaire- en la inquietante y repetitiva cantinela del personaje de la vendedora de fresas -presagio de la muerte- en su ópera Muerte en Venecia de 1973).
Como apunta el musicólogo José Luis Téllez, «Con sus episodios de inseguridad y angustia, tanto Britten como Shostakovich concluyeron sus vidas respectivas (a un año de diferencia) en el pináculo de la celebridad, cubiertos de honras oficiales y gozando del respeto (real o fingido, poco importa) incluso de sus enemigos». Pero lo más importante: lo que les quedó para ellos y para siempre fue la fructífera y recíproca relación de sincera amistad y respetuosa admiración que Dmitri Shostakovich y Benjamin Britten se dispensaron, contra viento y marea, a lo largo de los años sesenta y setenta y de la que ambos salieron personal y creativamente enriquecidos.
Rafael Valentín-Pastrana
Bibliografía
– José Luis Téllez: Outsiders, pero no tanto. Fundación Juan March. Madrid, 2019.
– José Luis Téllez: Contra viento y marea. Fundación Juan March. Madrid, 2019.
– Rafael Valentín-Pastrana: Los campeonísimos de la música de Dmitri Shostakovich. http://www.eltema8.com, 2014.
– Rafael Valentín-Pastrana: Las treinta y cuatro bandas sonoras de Dmitri Shostakovich. http://www.eltema8.com, 2014.
– Rafael Valentín-Pastrana: Las veintiuna óperas de Dmitri Shostakovich. http://www.eltema8.com, 2013.
– Galina Vishnevskaya: Galina. Versión española: Lilian Schmidt. Javier Vergara Editor. Buenos Aires, 1985.
Nota 1: Este post, dedicado a Benjamin Britten, constituye el número 30 de la serie que glosa Los titanes de la composición en el siglo XX.
Nota 2: Las imágenes del concierto incluidas en este post, que tuvo lugar en el auditorio de la Fundación Juan March de Madrid el 20 de febrero de 2019, son © Dolores Iglesias/Fundación Juan March. 2019.