El Tema 8

El tema 8 es como el primer amor: no se olvida nunca.

En busca de la vocación perdida del Proust compositor

 

Nuevo e interesantísimo ciclo el que se ha desarrollado durante el mes de mayo en la Fundación March de Madrid organizado por su Departamento de Música en torno a la vocación musical (a pesar de no tocar ningún instrumento y ser simplemente un aficionado) del francés Marcel Proust (1871-1922), uno de los grandes autores de la literatura mundial. Y esta interrelación entre estas dos artes se presenta en tres manifestaciones: desde un punto de vista estructural el primer concierto (la dimensión wagneriana de las novelas del escritor), desde una perspectiva de contenido ficticio el segundo (¿quién era Monsieur Vinteuil y qué sonata es en realidad aquella cuya «frase» obsesiona a Charles Swann?) y desde una óptica personal y sentimental el tercero (la relación amorosa que Proust mantuvo con el compositor de lieder Reynaldo Hahn).

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Los intérpretes del concierto inaugural –Wagner– del ciclo El universo musical de Marcel Proust de la Fundación March: Francisco Labetta (piano) y Emilio Gutiérrez Caba (narrador).

El primer concierto del ciclo El universo musical de Marcel Proust giró en torno a las transcripciones para piano de Ferenc Liszt (interpretadas por el pianista Francisco Labetta, que programó también la versión para piano de La valse de Maurice Ravel, sublime ejemplo de la descomposición y decadencia de la época proustiana) de fragmentos de óperas de Richard Wagner (Proust era un wagneriano confeso y la distribución de su magna novela À la recherche du temps perdu/A la busca del tiempo perdido en siete volumenes así lo refrenda), intercaladas con lecturas a cargo del actor Emilio Gutiérrez Caba (Valladolid, 1942) de fragmentos de la citada obra capital del autor nacido en Auteuil. Es sabido que el compositor húngaro siempre fue rápido a la hora de absorber y adaptar las músicas de moda que triunfaban en su época, mediante la composición del género de las paráfrasis o reminiscencias sobre motivos operísticos que arrasaban en el momento: NormaErnaniRigoletto, Il trovatoreDon Carlo, Simón BoccanegraAidaEl ContrabandistaRienzi Lohengrin, El holandés errante, TannhäuserEugene Oneguin…).

La interrelación entre música y literatura tiene antecedentes señeros al de Proust, como Stendhal (1783-1842) con su amena y detallada Vida de Rossini, sobre el operista que asombró a Europa y dominó tiránicamente los teatros del continente durante las primeras décadas del siglo XIX. Y ya en pleno siglo XX encontramos a Arthur C. Clarke, que en su influyente 2001, una odisea del espacio demuestra un conocimiento obsesivo del Concierto para viola y orquesta del compositor británico William Walton (1902-1983).

Y en esta línea, en torno a la búsqueda de la solución del fascinante acertijo contenido en A la busca del tiempo perdido sobre el que se han vertido ríos de tinta, pivotó el segundo concierto del ciclo El universo musical de Marcel Proust y que contó con la participación de Birgit Kolar (violín), Malcom Martineau (piano) y Carlos Hipólito (lectura-narración) interpretando obras de Franck, Debussy y Ravel: ¿a qué compositor de la época de Proust correspondería la autoría de la sonata para violín y piano que el novelista francés atribuye al personaje de ficción Monsieur Vinteuil? Se ha especulado (y el propio Proust pareció sentirse a gusto con tanta elucubración) que la obra imaginada pertenecía en realidad a Camille Saint-Saëns (1835-1921), a Henri Duparc (1848-1933), a Gabriel Fauré (1845-1924), a Guillaume Lekeu (1870-1894)…

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Los intérpretes del segundo concierto –La sonata de Vinteuil– del ciclo El universo musical de Marcel Proust de la Fundación March: Malcom Martineau (piano), Birgit Kolar (violín) y Carlos Hipólito (narrador).

Pero lo más probable es que la sonata fantaseada por Marcel Proust fuera «la sonata» por excelencia del repertorio para violín y piano (o para piano y violín, porque en esta genial sonata tanto-monta-monta-tanto uno como otro instrumento): la obra maestra absoluta del género debida de César Franck (1822-1890), compositor belga de nacimiento pero instalado en París desde que cumplió los 13 años de edad. La pieza había sido compuesta en 1886 y dedicada al violinista, también belga, Eugène Ysaÿe (1858-1931, virtuoso del violín a quien Proust admiraba y al que había visto actuar en vivo en varias ocasiones), que la estrenaría en ese mismo año en el Círculo Artístico de Bruselas y que rápidamente sería interpretada por los salones de medio mundo.

Detengámonos en algunos de los fragmentos de la prosa de Proust leídos magníficamente por Carlos Hipólito para tratar de descifrar a qué compositor y a qué obra se estaba refieriendo Proust: «El Recitativo a modo de fantasía acababa de terminar con una frase llena de una ternura a la que yo me había entregado por entero… Y la frase que remataba el Recitativo me parecía tan sublime (…), aquella impresión de dulzura retraída y friolenta se debía a la escasa distancia entre las cinco notas que la formaban y a la evocación constante de dos de ellas (…) Acabado ahora el movimiento, había desaparecido. Swann sabía que reaparecería al final del último movimiento…» (extractos de Du côté de chez Swann/Por el camino de Swann y de La prisonnière/La prisionera. A la busca del tiempo perdido, volúmenes 1 y 5).

Recordemos que el tercer movimiento de la Sonata lleva la indicación de Recitativo-Fantasía y que en la Sonata en La mayor hay precisamente un motivo ascendente de cinco notas que César Franck expone en el tercer movimiento y retoma a modo de recapitulación en el postrero Allegretto poco mosso final, en clara analogía a ese «tema» de extraña, morosa y nostálgica belleza que entra y sale continuamente de la cabeza de Swann/Proust. Sin ir más lejos es en la lectura de estos espléndidos renglones de A la busca del tiempo perdido, y en la complementaria y detallada escucha de la Sonata para violín y piano de Franck, lejos de otras interpretaciones peregrinas, donde se esconde la solución al enigma de La sonata de Vinteuil y su envolvente y fascinante «tema» (expuesto por primera vez en el minuto 03:50 del vídeo adjunto y desarrollado en toda su plenitud a partir del 04:45, en sublime versión a cargo de Isaac Stern y Jean-Bernard Pommier) al que Proust se referiría también como el «himno nacional del amor de Swann» o «el estribillo olvidado de la felicidad» (Carta de Marcel Proust a Reynaldo Hahn fechada el 12.11.1912).

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Los intérpretes del tercer concierto –Cartas íntimas de Reynaldo Hahn– del ciclo El universo musical de Marcel Proust de la Fundación March: Marek Ruszczynski (piano), Sophia Junker (soprano) y Pedro Casablanc (narrador).

Por último, el tercer concierto del ciclo El universo musical de Marcel Proust, y que supone el broche de oro a la modélica temporada 2016-17 de la Fundación March, versó sobre la relación sentimental y artística que el novelista mantuvo con el compositor Reynaldo Hahn (Caracas, 1874 – París, 1947) y que corrió a cargo de Sophia Junker (soprano), Marek Ruszczynski (piano) y Pedro Casablanc (lectura-narración de una selección de artículos escritos por Hahn, así como de correspondencia mantenida entre los amantes) interpretando un programa monográfico dedicado al mencionado Hahn.

Reynaldo Hahn, de madre venezolana y padre alemán, se había establecido en París a la temprana edad de tres años. Fue un niño prodigio acomodado que se movió desde joven como pez en el agua entre la aristocracia parisina a la que encandiló con su galantería y don de gentes y con su soltura con el canto y el piano. Desempeñó la crítica musical, la composición, la dirección y se codeó con personajes de la época de la talla de Sergei Diaghilev, la mecenas Princesa de Polignac y, sobre todo, de Marcel Proust con el que mantuvo una relación primero sentimental, a partir de 1894, y posteriormente epistolar y de amistad hasta el fallecimiento del novelista en 1922. 

De su olvidada producción (que cuenta con música de todos los géneros, concertante, de cámara, ballets y con óperas como El sí de las niñas a partir de la obra teatral de Moratín), apenas son interpretadas sus cerca de 120 melodies. Entre ellas encontramos sobre todo piezas de salón y de circunstancias, música meramente consumible, de estilo arcaico, academicista, burgués y decadente (sus ejemplos más emblemáticos son las deliciosas canciones À Chloris y L’heure exquise), que pronto sería superado por las vanguardias europeas que Hahn vio impasiblemente pasar. Pero aún así podemos desbrozar un buen número de piezas de interés, como La barcheta (bellísima canzonetta con una lánguida e irresistible sección en vocalisé) de su ciclo Venezia (cuaderno de 6 melodías en dialecto veneciano), o como Trois jours de vendange/Tres días de vendimia, sobre versos de Alphonse Daudet, con una inquietante y siniestra atmósfera a la manera de las tétricas baladas románticas de Schubert (Der Erlkönig) y Hugo Wolf (Der Feuerreiter).

Al igual que el enigma sobre el tema de la sonata de Vinteuil, también se ha intentado encontrar la presencia de Hahn en los párrafos de A la busca del tiempo perdido. Parece ser que mucho de Reynaldo Hahn hay en los personajes del Marqués de Poitiers y del compositor italiano Daltozzi de la novela (en la correspondencia que mantuvieron durante años, Proust le llamaba cariñosamente Genstil al músico). En 1903 esto escribiá un entregado y embelesado Proust en el periódico Le Figaro a propósito de un concierto de su amante: «Desde las primeras notas (…) el público (…) queda atrapado. Nunca, desde Schumann, la música, a la hora de pintar el dolor, la ternura, el sosiego ante la naturaleza, tuvo rasgos de una verdad tan humana, de una belleza tan absoluta. ¡Cada nota es una palabra, o un grito! Con la cabeza ligeramente echada hacia atrás, con la boca melancólica, un poco desdeñosa, dejando escapar la ola rítmica de la voz más bella, la más triste y la más cálida que haya existido nunca (…) Reynaldo Hahn nos oprime el corazón, nos humedece los ojos con un escalofrío de admiración que él propaga a lo lejos y que nos hace temblar, nos doblega uno tras otro en una silenciosa y solemne ondulación de trigo bajo el viento». Una declaración de amor en toda regla.

Y es que Hahn fue el gran artífice de desencadenar la pasión de Proust por las músicas de Liszt y Wagner (agrupadas ambas en el primer concierto del ciclo) y por las de los autores franceses del momento: Debussy (de quien Proust se entusiasmó al descubrir su Pelléas et Mélisande), Gounod, Bizet, Fauré, Massenet, Ravel (Hahn se encargó de seleccionar para los funerales de estado del novelista la Pavana para una infanta difunta)… Está claro que en la vocación perdida y diríase que frustrada de Marcel Proust como compositor jugó un papel fundamental Reynaldo Hahn y ello quedó reflejado en la dimensión, estructura, personajes, líneas argumentales, situaciones y atmósferas de A la busca del tiempo perdido.

 

Rafael Valentín-Pastrana

@rvpastrana

 

Bibliografía:

– Jean-Jacques Nattiez: Marcel Proust y Richard Wagner, una fraternidad de creadores. © Fundación Juan March. Madrid, 2017.

– Blas Matamoro: Wagner. La sonata de Vinteuil. Cartas íntimas con Reynaldo Hahn© Fundación Juan March. Madrid, 2017.

– Rafael Valentín-Pastrana: «Le cinesi», una cosa rara de Manuel García.  Eltema8.com, 2017.

– Rafael Valentín-Pastrana: Cuando Zemlinsky bailó el «Tango de la Menegilda». Eltema8.com, 2015.

Nota: Las imágenes de los conciertos incluidas en este post, que tuvieron lugar en el auditorio de la Fundación March de Madrid los día 17, 24 y 31 de mayo de 2017, son © Fundación Juan March, 2017.

Este post está dedicado a C.L. pese al tiempo y a la distancia.

 

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