Eclipsado injustamente por la mastodóntica figura del gran compositor polaco de la segunda mitad del siglo XX, Witold Lutosławski, su compatriota Andrzej Panufnik (Varsovia, 1914-Londres, 1991) es otro ejemplo de autor que por razones del convulso siglo pasado (como Gerhard, Bartok, Schoenberg, Weill, Weinberg, Ligeti…), tuvo que recurrir a la hospitalidad de otro país en busca de condiciones idóneas para vivir y crear. Y como otros compositores acogidos por Gran Bretaña, terminó siendo reclamado y naturalizado por los británicos (como Haendel, Haydn, Mendelssohn, Gerhard…) que le otorgaron la ciudadanía (1961) y le concedieron el tratamiento de Caballero de la Orden del Imperio Británico (1991). Pero hasta llegar aquí, Panufnik tuvo que lidiar contra las dos peores y letales plagas y lacras del siglo XX: el Nazismo y el Comunismo.
Panufnik, que había nacido un 24 de septiembre de 1914, se matriculó en el Conservatorio de Varsovia en clases de percusión (siempre presente en sus obras) para posteriormente centrarse en composición y dirección, desplazándose a Viena, París y Londres para completar su formación, que tuvo que suspender para regresar a Polonia junto a sus padres por el cariz que estaban adoptando los acontecimientos geo-políticos europeos del momento, tras la anexión austriaca por parte de la Alemania de Hitler en marzo de 1938.
Durante la invasión Germano-Soviética de Polonia en 1939, Panufnik formó en Varsovia un dúo de piano a cuatro manos con el compositor Lutosławski, interpretando música en vivo y obras propias (como las Variaciones de Paganini de Lutosławski y las Canciones de la Resistencia subterránea de Panufnik, alguna de las cuales, como Warszawskie Dzieci, alcanzó popularidad en la clandestinidad) por los cafés de la capital, el único modo de escuchar música en vivo ya que estaba prohibida por las fuerzas de ocupación la organización de conciertos. Fueron años en los que Panufnik perdió a muchos de sus familiares más cercanos y en los que siguió componiendo, pese a que algunas de las obras de estos años, especialmente dos sinfonías, fueron destruídas por los incendios que sucedieron al Levantamiento de Varsovia de 1 de agosto de 1944 contra la ocupación alemana. Sí pudo reconstruir de memoria algunas partituras, como su poderosa Obertura trágica, obra que tiene en su repetido tema principal de cuatro notas una curiosa similitud con otra pieza orquestal polaca del siglo XX de referencia: la Sinfonía nº3 de Witold Lutosławski.
Tras la guerra, el compositor polaco desempeñó importantes cargos como director de las Orquestas Filarmónicas de Cracovia y Varsovia y como compositor de bandas sonoras para películas propagandísticas de postguerra. Ante las dificultades y penurias con las que se encontraba para reconstruir las orquestas polacas, Panufnik fue aceptando invitaciones de otras agrupaciones, como la Filarmónica de Berlín con la que interpretó obras suyas y que significó su descubrimiento por el mundo occidental como cabeza visible de la música de vanguardia polaca, especialmente por su peculiar y personal empleo de los cuartos de tono y de densas texturas armónicas.
En 1945, Panufnik había sido elegido vicepresidente de la Unión de Compositores, que en 1947 pasó a estar controlada por el Partido Unido de Trabajadores Polacos. Y, como en la URSS, en su país satélite también comenzó la censura artística y nuestro compositor fue sufriendo ingerencias políticas, con un gobierno polaco al dictado del soviético entregado al intervencionismo en las artes. Y llegó 1948, y el desgraciadamente célebre Decreto Zhdanov (que señaló y cercenó a los mejores autores del momento, con Shostakovich y Prokofiev a la cabeza), que se exportó a la repúblicas populares vecinas, conminando a los compositores polacos a que su música siguiera también los lobotomizados postulados del Realismo Socialista en lugar de dejarse contaminar por la decadente y burguesa música occidental. El interdicto llegó incluso a afectar a…¡Chopin!
Fruto de esta nueva paranoia importada de la URSS, algunas de las obras de Panufnik fueron retiradas por “formalistas” (o lo que es lo mismo, en la farragosa nomenclatura “zhdanov/stalinista”: toda aquella manifestación artística que promovía los desviados valores burgueses y reaccionarios en lugar de hacerlo por el pueblo y al servicio del pueblo) como su Nocturno de 1947. Pero lo peor estaba por llegar: como consecuencia de las nuevas consignas que venían del este, el general Włodzimierz Sokorski (1908-1999), a la sazón Ministro de Cultura de Polonia y encargado de imponer el Decreto Zhdanov, determinó que la Sinfonía Rústica (su primera obra sinfónica, que Panufnik no numeró con la esperanza de que sus dos anteriores sinfonías pudieran ser reconstruidas, de ahí que se produzca, hasta la novena de las diez con que cuenta su catálogo, una deliberada nomenclatura que evita la numeración y que en su lugar emplea subtítulos –Rústica, Elegíaca, Sacra, Concertante, di Sfere, Mística, Metasinfonía, Votiva, della Speranza-, pero que va respetando escrupulosamente el orden cronológico hasta que el autor se rindió a la evidencia, ya en 1986, de que esas obras previas ya nunca aparecerían y procedió a numerar por fin su Décima y última sinfonía) «había dejado de existir«, a pesar de ser un trabajo, en palabras de su autor «evidentemente inocente«.
A la vez que la música de Panufnik era prohibida por formalista en Polonia, las autoridades seguían recurriendo a él como figura exportable a los certámenes internacionales (la URSS haría lo mismo con Shostakovich, con esa práctica tan típicamente comunista del palo y la zanahoria con sus figuras más egregias) en su doble faceta de compositor y director, al que se llegó a conceder la máxima distinción estatal, la Medalla del Trabajo de Primera Clase.
En una de estas misiones culturales, Panufnik visita Rusia en 1950 para conocer los métodos soviéticos de enseñanza. Allí se reune, entre otros, con Shostakovich y con Khachaturian. En uno de los actos, y preguntado por un periodista sobre cuál va a ser su próxima composición, responde ingenuamente para salir del paso que está trabajando en una Sinfonía de la Paz (método al que siempre recurría Shostakovich para librarse de preguntas incómodas y comprometidas: él también estuvo «trabajando» en una Sinfonía de la Paz -la que resultó ser finalmente esa genial broma musical que es su sinfonía Novena-, en El Don apacible, en una Sinfonía Lenin…).
A su regreso a Polonia, las autoridades se vuelcan con Panufnik, otorgándole todo tipo de prebendas y atenciones para que pueda concentrarse y prestarle plena dedicación a la esperada sinfonía. De mala gana, el autor termina la obra, que refleja más su concepción de la paz que la que esperaban las autoridades, y que tras su escaso éxito en 1951, Panufnik decide arrinconar.
El compositor hace alguna concesión para agradar a las autoridades, como la Suite Polaca Antigua de 1950, el Concierto en modo antico (1951) y la Obertura heroica (presentada en 1952 para concursar como música oficial de las Olimpiadas de Helsinki de ese año y que pese a ser tachada de formalista por las autoridades de su país, logra vencer entre todas las participantes), y también para mantener a su familia, tras su matrimonio en 1951 con Marie Elizabeth O’Mahoney con la que meses después tiene una niña, pero se encuentra agotado creativamente por las prohibiciones creativas y las intolerables presiones políticas. En 1953, durante una gira de Panufnik por China al frente de la Orquesta de Cámara de la Filarmónica de Varsovia, su hija Oonagh fallece y su esposa sufre un ataque epiléptico. Aún así, a su vuelta el gobierno polaco sugiere a Panufnik, con nula empatía e inoportunamente, que redacte una carta a sus colegas occidentales hablándoles de la libertad creativa que existe en Polonia. Fue la gota que colmó el vaso. Su decisión estaba tomada.
En 1954 Panufnik urde su jamesbondiana huída del férreo control comunista. Gracias a que su suegro residía en Reino Unido, obtiene un permiso para visitarle en Londres. Desde allí y con la ayuda de exiliados polacos, planea una gira por Suiza. Durante uno de los conciertos los comisarios polacos de la delegación reciben información de su plan de fuga y le citan en la embajada en Zürich. Panufnik, esquivando con un taxi a la policía secreta polaca en una persecución por la ciudad alpina, logra finalmente subir a un avión con destino a Londres, donde a su llegada le es concedido el asilo político. El hecho es recogido por la prensa internacional (y puede que hasta inspirara a Hitchcock para la inolvidable fuga de los protagonistas de su Cortina rasgada/Torn curtain de 1966…). Las autoridades polacas se apresuraron a declararle traidor, eliminando su nombre de diccionarios, notas de prensa, libros y otras publicaciones y suprimiendo su música de las programaciones así como retirando del mercado las obras discográficas en las que intervenía como director o compositor, en un típico recurso del manual de agit-prop de borrar la memoria. La prohibición por la afrenta se mantuvo hasta 1977 en que Panufnik fue rehabilitado en su país de origen.
Sus años de exilio son difíciles («Pasé de ser el número uno a no ser nadie» declararía en su autobiografía comparando sus años previos y posteriores a su evasión, y de título Composing Myself/Componiéndome, publicada en 1987), sobreviviendo malamente con sus honorarios como director de orquesta para los conciertos ocasionales en que logra ser contratado. Patriarcas de la música británica como Vaughan Williams o exiliados polacos asentados en Inglaterra le ayudan económicamente y con encargos. Así Leopold Stokowski le invita a Estados Unidos para que asista a la interpretación de su Sinfonía de la Paz, con pocas facilidades por parte de las autoridades norteamericanas de inmigración de un país que en esos años, a resultas del Mccarthismo y su Caza de Brujas, vivía obsesionado en encontrar peligrosos comunistas en todas las personas que llegaban procedentes de países de influencia soviética…aunque lo acabaran de abandonar por razones políticas. La audición de la pieza le convence de la necesidad de rehacer la obra, renegando de su versión original por haberse visto obligado por las circunstancias del momento a componerla bajo coacción. A su regreso a Londres en 1957 descarta el tercer movimiento coral, que incluía versos del poeta Jaroslaw Iwaszkiewicz y renombra la pieza como Sinfonía Elegíaca, segunda de su catálogo. A propósito de esta sinfonía, escribiría Panufnik en sus memorias: «Me sentí ineludiblemente obligado a expresar mi profundo dolor por todas las víctimas de la guerra de cualquier nacionalidad, religión o raza; una obra que a la vez sería una protesta antibelicista contra la violencia y la agresividad de la humanidad«. Un sentido, por tanto, totalmente diferente al que las autoridades polacas esperaban de la Sinfonía de la Paz de un buen comunista.
Poco a poco las cosas van mejorando y encauzándose para Panufnik en su país de acogida y así logra un contrato editorial para la publicación de sus obras con la prestigiosa firma Boosey & Hawkes. Eso sí, después de un tira y afloja con la editora oficial polaca con respecto a las obras del compositor previas a su salida del país, sobre las que finalmente Panufnik recuperó sus derechos realizando cambios de maquillaje en algunas de esas composiciones, como le había aconsejado en su nueva editorial para el caso de que hubiera habido litigio. A la vez, Panufnik es nombrado director principal de la Orquesta Sinfónica de Birmingham, cargo que ostentará en el periodo 1957-59, años en los que apenas compone por la dedicación plena que le exigió la agrupación orquestal.
Crucial en su carrera compositiva es el año 1963, cuando Panufnik participa con su tercera obra sinfónica en el Concurso Internacional de Composición Musical Príncipe Pierre de Mónaco, donde obtiene el primer premio con su Sinfonía Sacra. Obra espectacular, ya desde el rutilante inicio de la fanfarria de cinco notas a cargo de los metales con la que igualmente concluye la pieza, esta hipnótica e irresistible sinfonía de asombrosa unidad cíclica, con apabullantes momentos rítmicos en progresión constante y con un uso magistral de las combinaciones instrumentales por familias, ganó rápidamente el favor de las audiencias y, gracias a la programación que hicieron de ella los más renombrados directores del momento, con grabaciones discográficas incluídas, se convirtió en uno de los hit-parades de la música clásica de la segunda mitad del siglo XX, colocando a Panufnik en la primera fila de los compositores más admirados del momento. También a nivel personal es importante 1963 por la estabilidad sentimental que consiguió Panufnik tras casarse en segundas nupcias con Camilla Jessel, con quien tendría dos hijos: Roxanna y Jem.
Obras orquestales, sinfonías, conciertos para instrumentos solistas, música de cámara y religiosa, cantatas profanas, ballets, canciones, etc. se suceden a partir del éxito de la Sacra, que emplea como motivo principal (y es que la celebrada sinfonía nació como un personal homenaje de Panufnik al milenio que iba a cumplir Polonia como nación) el himno polaco a la Virgen María Bogurodzica, el más antiguo que se conoce escrito en polaco, y utilizado tanto como canto de iglesia como en el campo de batalla. Y es que lo polaco (al igual que lo español para Roberto Gerhard), pese al acogimiento que terminó teniendo en Gran Bretaña, siempre siguió presente en la cabeza y en el corazón de Panufnik. Muestra de ello son obras como el poema sinfónico Polonia (1959) y sobre todo Katyn Epitaph (1967), compuesto en homenaje y como recuerdo vivo a una de las más miserables matanzas perpetradas el siglo pasado para eliminar en serie a la intelectualidad y mandos del ejército polaco en 1941 a cargo del Ejercito Rojo, presentándolo como acción de las tropas nazis.
La importancia y la consideración de Panufnik en el panorama compositivo del siglo XX se aprecia, como con los verdaderos titanes de la centuria pasada, por la calidad y categoría de los intérpretes y formaciones que le encargaron y comisionaron obras: Leopold Stokowski, Yehudi Menuhin, Jascha Horenstein, Georg Solti, André Previn, Seiji Ozawa, Mstislav Rostropovich, Martha Graham, Gennadi Rozhdestvenski, etc. Panufnik había logrado por fin situarse y asentarse en lo más alto de su consideración como compositor clásico vivo con un personal e inconfundible estilo.
A partir de 1977 las composiciones de Panufnik volvieron paulatinamente a ser interpretadas en su país natal (donde en cierto modo se le consideraba más británico que polaco), especialmente reclamado por sus colegas compatriotas programando sus obras el consagrado Festival Otoño de Varsovia, creado en 1961 como foro anual de encuentro de los compositores más avanzados del momento. Sin embargo Panufnik no quiso pisar suelo polaco mientras el Partido Comunista siguiera en el poder.
Panufnik ilustró en música sus sentimientos hacia las revueltas de los astilleros Lenin de Gdansk en agosto de 1980 y que desembocaron en 1981 en que se decretara en Polonia la Ley Marcial y que asumiera el poder una Junta Militar con plenos poderes dirigida por el general Wojciech Jaruzelski (1923-2014), al dictado de Moscú. El resultado es la Sinfonia Votiva de 1981 (la octava de su catálogo, y de similitud estilística con las dos siguientes sinfonías, de 1986 y 1988 respectivamente, formando las tres últimas una trilogía de gran coherencia y unidad, con predominio de lo contemplativo en combinación con secuencias agitadas) que en palabras del compositor, profundamente influido por aquellos acontecimientos, es «un ofrecimiento devoto al milagroso icono de la Virgen Negra de Częstochowa, a la que el pueblo polaco ofrece sus oraciones en estos tiempos de crisis nacional».
Distribuida en dos contrastados movimientos (Con devozione y Con passione), la obra cuenta con una sorprendente similitud argumental y musical con la Sinfonía nº11 «1905» de Dmitri Shostakovich (que presuntamente, y pese al subtítulo, narra el levantamiento popular no contra los zares en 1905, sino contra otro régimen comunista: el de Hungría de 1956 y su inmediatamente posterior aplastamiento por las tropas del Pacto de Varsovia), asistiendo a momentos estáticos y meditativos (¿la calma tensa previa a los hechos reales en que se basa la obra?) que, como en la pieza sinfónica del soviético, preludian una frenética, furiosa y dramática batalla rítmica con profusa batería instrumental a cargo de metales y percusión (¿la represión de las manifestaciones sindicales?). De nuevo el recuerdo de Panufnik hacia su patria polaca desde su exilio inglés, a pesar de las trabas y de la distancia.
No fue hasta 1990 cuando regresó finalmente a Polonia, y allí pudo reencontrarse Panufnik con su viejo amigo Witold Lutosławski, que había optado por no abandonar su patria pero que adoptó siempre un introspectivo exilio interior. Este reconocimiento (como el de sir que obtuvo de la reina de Inglaterra) llegó demasiado tarde: sólo un año después Panufnik fallecería de un cáncer fulminante, recibiendo del recientemente elegido presidente Lech Wałęsa, héroe desde los 80 del sindicato Solidaridad/Solidarność, la Orden de Polonia Restituta a título póstumo, una condecoración reservada a los polacos destacados en las ramas de la cultura desde 1921.
Andrzej Panufnik resumió así su credo artístico: “En todas mis composiciones intento conseguir un verdadero equilibrio entre sentimiento e intelecto, corazón y cerebro, impulso y diseño». Perfecto epitafio para compendiar las sensaciones que nos transmite la música de este titán de la composición del siglo XX.
Rafael Valentín-Pastrana
Bibliografía y fuentes consultadas:
– José Manuel López Tricas: Andrzej Panufnik: su historia. Info-farmacia.com, 2014.
– Rafael Valentín-Pastrana: Las treinta y cuatro bandas sonoras de Dmitri Shostakovich. http://www.eltema8.com, 2014.
– Rafael Valentín-Pastrana: Los titanes de la composición en el siglo XX (4): Witold Lutosławski. http://www.eltema8.com, 2013.
– Rafael Valentín-Pastrana: Las veintiuna óperas de Dmitri Shostakovich. http://www.eltema8.com, 2013.
– http://panufnik.com
– http://panufnik.polnik.pl
– http://ninateka.pl/kolekcje/en/panufnik
Nota: Las imágenes incluidas en este post son © Camilla Jessel Panufnik / Andrzej Panufnik State.