El Tema 8

El tema 8 es como el primer amor: no se olvida nunca.

No sólo contra Stalin vivió Shostakovich…

«Para Rafael Pastrana, musicólogo, apasionado de Shostakovich, como yo. Espero que te guste este libro -mezcla de teatro, novela, monólogo interior- que intenta -y creo que consigue- explicar una época terrible, donde sobrevivir era muy difícil. Un abrazo, querido».

Xavier Güell firma al autor de este blog la dedicatoria de su libro Shostakovich contra Stalin en la caseta de la editorial Galaxia Gutenberg, durante la Feria del Libro de Madrid, el 6 de junio de 2024.

A Xavier Güell (Barcelona, 1956) todo melómano madrileño tiene que estarle eternamente agradecido, más que por sus contadas visitas como director de orquesta, por su impagable labor como promotor de los inolvidables ciclos Música de hoy, que tuvieron lugar a principios del siglo XXI y a través de los cuales se dieron a conocer en Madrid obras capitales de la música de nuestro tiempo: Des canyons aux étoiles de Olivier Messiaen, Jakob Lenz de Wolfgang Rihm, Luci mie traditrici de Salvatore Sciarrino, Cantos del capricornio de Giacinto Scelsi, La pasión según Sade de Sylvano Bussotti… Desgraciadamente aquellos ciclos no tuvieron continuidad (el público madrileño es más dado a conciertos insustanciales en los que se repiten una y otra vez las mismas piezas del repertorio) y, desde entonces, Güell ha preferido centrarse en la escritura, con biografías sobre Bela Bartok o Richard Strauss y novelas como La Música y la Memoria y Los prisioneros del paraíso.

La nueva novela de Xavier Güell, Shostakovich contra Stalin. Cuarteto de la guerra III (que cuenta ya con dos ediciones: Galaxia Gutenberg; Barcelona, 2024), bebe de fuentes de sobra conocidas para todo buen estudioso de Dmitri Shostakovich (1906-1975) y así las cita el autor al final de su libro: Solomon Volkov (vía José Luis Pérez de Arteaga, el mayor shostakovichiano español de todos los tiempos), Krzysztof Meyer, Elizabeth Wilson, Julian Barnes, William Vollmann o Mijail Ardov. Estructurada en tres actos, flanqueados por un prólogo (Preludio) y un epílogo (Final) que se desarrollan en la dacha que Shostakovich tenía en la localidad de Zhukovka, la última novela de Güell arranca en las 00:00 de la medianoche del 5 de agosto de 1975, cuando el autor de La nariz agoniza tratando de completar su postrera Sonata para viola y piano, Op.147 a la vez que va rememorando, en las ocho horas de existencia que le quedan, algunos de los momentos más relevantes de su vida. Bueno, no de toda…

Por lo que sea, Xavier Güell ha escogido, tanto en el título como en el argumento, detener su relato en la muerte de Iosif Stalin, un 5 de marzo de 1953. Quizá por lo vistoso y agradecido que es presentar la desproporcionada lucha de un insignificante y tímido compositor con gafas (aunque el escritor ha optado por presentarle en muchos momentos de la novela como una persona cortante y muy segura de sí misma) contra un implacable y todopoderoso tirano con mostacho. Y es una pena, porque los sinsabores vividos por Shostakovich en su patria no acabaron en 1953, año de la muerte del dictador georgiano, sino que se extendieron hasta el mismo fallecimiento del músico, en 1975. Largo periodo de más de dos décadas en las que el autor de la Sinfonía «Leningrado» tuvo que seguir soportando las intrigas y envidias de sus colegas de profesión, así como las injerencias y presiones de políticos soviéticos post stalinistas como Nikita Jrushchov, Ekaterina Furtseva o Leonidas Brezhnev hasta el final de sus días.

Montaje con imágenes de Shostakovich y Stalin. Curiosamente, y aunque parezca imposible, no se conservan fotografías de ellos dos juntos.

Desde el episodio dedicado a la muerte del «Líder y Maestro» (Coda. El funeral de Stalin) saltamos inmediatamente al epílogo, que también se desarrolla en la cabaña de campo de Shostakovich, como el prólogo, pero ocho horas después del mismo 5 de agosto. Pero Xavier Güell no nos cuenta nada de las vivencias, que fueron muchas y muy intensas, de Shostakovich desde 1953 a 1975, aunque ya no viviera Stalin. Un Shostakovich que además, en esos veintidós años, ofreció lo mejor de sí como compositor, con cinco sinfonías más (cuatro de ellas, sublimes), dos conciertos para violonchelo (el arte de Mstislav Rostropovich con su instrumento inspiró decisivamente a Shostakovich en estas magníficas obras) y orquesta, diez (de sus milagrosos quince) cuartetos de cuerda, aparte de lo mejor de su catálogo para la voz (Sátiras, Seis poemas sobre Marina Tsvetaeva, Suite sobre poemas de Miguel Ángel Buonarotti, Cuatro poemas del capitán Lebdiakin… gracias a que Shostakovich encontró a grandes intérpretes que pusieron voz a las inquietudes de sus últimos años: la soprano Galina Vishnevskaya y el bajo Yevgueni Nesterenko) y el cine (las prodigiosas bandas sonoras para Hamlet, El rey Lear…). Y todo esto, desgraciadamente se nos sustrae en Shostakovich contra Stalin. Aunque, también hallamos muchos fragmentos de interés:

  • Se hacen largas algunas de las teatralizaciones (especialmente el fallido episodio Una obra de teatro en el camino, que recrea una reunión en casa de Meyerhold con conversaciones en exceso filosóficas y metafísicas) y no ayuda el uso del francés y el inglés en buena parte de los diálogos (también en los capítulos Esperando a Klemperer y Nueva York), al sólo estar traducidos en los anexos finales del libro, en lugar de a pie de página, lo que hubiera facilitado su inmediato entendimiento.
  • El capítulo El encuentro, tras la condena publicada por el Pravda en el decisivo año 1936, contiene el mejor momento de la novela: Shostakovich descubre, gracias a la mediación de un misterioso -y demoniaco- visitante que aparece súbitamente en su casa, la solución para reinventarse artísticamente, tras el colapso creativo que sufrió tras la censura de su ópera Lady Macbeth: «Y ahora, hablemos de tu Quinta sinfonía… El largo de tu sinfonía hablará del dolor… en este tercer movimiento hablarás del dolor de aquellos que sufren en silencio… será un réquiem sin voz por todos los muertos anónimos… Siete notas ascendentes del arpa llegarán hasta la melodía de la flauta… Trémolos en piano, un oboe a lo lejos, dos golpes del xilófono, vibrato en la cuerda, crescendo hasta el fortissimo de los violonchelos… El dolor no podrá gritar más alto… en este punto, hasta los gélidos funcionarios del Gobierno romperán a llorar. Tu calor derretirá sus fríos corazones y el público se estremecerá antes de oír la llamada final de la celesta…«. Todo aquel que conozca el movimiento lento –Largo- de la Sinfonía nº5 no podrá evitar arrancarse a tararear ese inolvidable tema de siete notas.
  • Shostakovich estuvo casado cuatro veces y, aparte, tuvo relaciones sentimentales con otras mujeres. Pero el compositor no da el perfil de rompecorazones, a pesar de que así se le presente en varios momentos del libro, en especial en el capítulo cómico La cabalgata de las hijas del Volga, donde se agolpan de manera ingeniosa pero imposible todas las mujeres de su vida a la vez: Tatiana, Galina, Elena, Nina… En cambio, su declarada pasión por el fútbol no está aprovechada.
  • En el episodio El Beethoven rojo, asistimos a una reunión surrealista entre Shostakovich y Stalin en la residencia de éste y en la que el jerarca le sugiere al compositor que escriba una nueva sinfonía (que además era la Novena) festiva y con coros en homenaje al triunfo soviético en la 2ª Guerra Mundial. Aunque no tuviera lugar un encuentro así, es sabido que Shostakovich recibió presiones políticas y de su entorno para que aprovechara el poder mágico de «las novenas» para rendir culto a Stalin. Encerrona de la que Shostakovich (como habrá comprobado todo el que haya escuchado esa sinfonía) se escabulló muy bien sin necesidad de obedecer al que mandaba. Como invitados de esa velada también encontramos a Lavrenti Beria, Viacheslav Molotov y Andrei Zhdanov. Este último, consuegro de Stalin, fue el ideólogo del Realismo Socialista a través de su célebre Decreto de 1948, que prohibiría la ejecución de las obras de Shostakovich y de otros compositores, como Prokofiev.
  • El capítulo La Novena que no fue parte de un magnífico planteamiento como es la imposible -pero eso nos da igual- presencia del odioso chivato Thikon Khrennikov (Secretario de la Unión de Compositores Soviéticos de manera casi vitalicia, de 1948 a 1991) en la audición privada de esa sinfonía en casa de Shostakovich y que desemboca en una trifulca en torno a una carta que se sospecha que esconde en el bolsillo de su chaqueta con instrucciones de Zhdanov de encontrar pruebas para desacreditar a Shostakovich por no haberse plegado a las instrucciones de Stalin respecto a su Sinfonía nº9.
  • Su relación con Sergei Prokofiev (pese a que Güell recrea encuentros distendidos en los que los dos músicos se sinceran, especialmente en el capítulo El Congreso de 1948, tras el interdicto de prohibición de sus composiciones) fue siempre mala. Y lo sabemos no sólo por las continuas andanadas que Shostakovich le lanza a su colega en el polémico Testimonio de Volkov, sino por lo declarado por intérpretes y amigos de primera mano. Conocida es la anécdota que le relató el director de orquesta Gennadi Rozhdestvenski al musicólogo José Luis Pérez de Arteaga: poco después de que Shostakovich criticara una de las obras menos conseguidas de Prokofiev, éste se la devolvió con motivo del estreno de la Sinfonía nº8, sugiriendo que la obra era demasiado larga y que habría que cortar sus dos terceras partes. A Shostakovich no le hizo ninguna gracia la sugerencia y se tomó el desquite con motivo del estreno del ballet de Prokofiev La Cenicienta. Shostakovich publicó para Pravda una crítica elogiando la obra. Prokofiev telefoneó emocionado a Shostakovich para agradecerle con efusividad la crónica. Éste, con frialdad, le aclaró: “Bueno, lo que ocurre es que las dos terceras partes de la crítica, que hablaban muy mal de tu obra, están cortadas» y le colgó el teléfono.
  • Uno de los momentos más logrados del libro es el episodio La llamada de Stalin, en cuya primera parte vemos cómo Shostakovich, entrando por casualidad en una librería regentada por un anciano, descubre un volumen con cantos y poemas judíos que, a partir de entonces, estarán muy presentes en sus composiciones. Pero la realidad es que Shostakovich tuvo conocimiento de la poesía popular judía a través del compositor Mieczysław Weinberg, nacido en Polonia pero que vivió en la URSS desde 1941. Una personalidad decisiva desde entonces en la vida de Shostakovich pero a quien, incomprensiblemente, Xavier Güell no hace ninguna referencia en su novela.
  • En el capítulo Nueva York, dedicado a la Conferencia Cultural y Científica por la Paz Mundial celebrada en la capital de USA en 1949, tras ser Shostakovich medio invitado, medio obligado por Stalin a asistir, Güell ensambla hábilmente lo documental (se pueden localizar fácilmente en las redes imágenes de archivo de la rueda de prensa de la delegación soviética) con lo literario. Así, nos encontramos con otra delirante situación imaginada totalmente por Güell (aunque pudo acontecer perfectamente: en Shostakovich contra Stalin abundan los momentos de ficción basados en hechos reales que funciona muy bien): la accidentada escapada de Shostakovich a una timba de póker, librándose de la vigilancia del comisario Troshin (tan entrañable como el inolvidable sabueso Gromek, de Cortina rasgada: está claro que Xavier Güell es aficionado al cine de Hitchcock) que le habían asignado para asistirle (más bien, para evitar su deserción…) durante su viaje a Nueva York.
  • Sin embargo en el capítulo En la enfermería del aeropuerto de Estocolmo, un nuevo pacto con el diablo, no termina de funcionar. Porque ya se ha perdido el efecto sorpresa de aquella primera y mágica aparición en El encuentro de 1936 y porque además se ubica en un año, 1949, en el que nada cambió sustancialmente para Shostakovich. El anciano le ofrece la gloria definitiva al músico a cambio de que abandone la URSS y pida asilo en Estados Unidos. Pero todo esto, como no ocurrió, no tiene interés novelarlo. No hubo pacto en 1949: Shostakovich permaneció en su patria y, por tanto, lo que el compositor consiguió con posterioridad a ese año no fue gracias al demonio. Si Güell hubiera alargado su libro más allá del momento de la muerte de Stalin, podría haber situado un nuevo encuentro mefistofélico en 1962, que sí es un año creativamente decisivo y a partir del cual Shostakovich pisó por arte de magia (¿negra y esta vez de verdad?) el acelerador, escribiendo desde ese momento una prodigiosa e ininterrumpida sucesión de obras maestras en todos los géneros compuestas en sus últimos trece años de vida.
  • Xavier Güell cierra su libro -y muy bien- con lo que él ha definido como un monólogo interior: Shostakovich compone -y Güell escribe- en sus últimas horas de vida al ritmo que marcan los postreros latidos de su maltrecho corazón, como si fuera un electrocardiograma certificando la muerte. Perfecta comunión entre el estilo literario empleado por el autor y las circunstancias y entorno que está narrando. A la manera del evanescente final –«Ewig, ewig… / Eternamente, eternamente…»– del último movimiento –Der Abschied / La despedida– de La canción de la tierra de Mahler: “Si alguien me dijera que me queda sólo una hora de vida, me gustaría escuchar el último movimiento de La canción de la tierra» había confesado Shostakovich a su íntimo amigo Isaak Glikman.
Xavier Güell con el autor de este blog, en la Feria del Libro de Madrid, el 6 de junio de 2024.

Un memorable final para un libro necesario para quien se acerca por primera vez o apenas conoce las vivencias de Shostakovich. Pero también es un libro de lectura obligada para los que ya amábamos y conocíamos todas las filias, fobias y peripecias vitales de este gran compositor. Porque Xavier Güell, con una brillante técnica literaria, ayuda a mantener viva la llama de Dmitri Dmitrievich Shostakovich, que tuvo que vivir, trabajar, amar y sufrir en una terrible época en la que resultaba muy difícil sobrevivir y cuyo legado sigue plenamente vigente en 2025, cuando se cumplen cincuenta años del fallecimiento de este titán de la música del siglo XX.

Rafael Valentín-Pastrana

@rvpastrana

Bibliografía:

– Rafael Valentín-Pastrana: «La pasajera»: al final va a resultar que el bueno era Weinberg y no Shostakovich… www.eltema8.com, 2024.

– Rafael Valentín-Pastrana: Bernstein y Shostakovich: una historia de intercambios creativos bajo el espeso telón de la Guerra Fríawww.eltema8.com, 2023.

– Rafael Valentín-Pastrana: «Rayok», el ajuste de cuentas de Shostakovich con el Partido Comunista de la Unión Soviéticawww.eltema8.com, 2023.

– Rafael Valentín-Pastrana: Los titanes de la composición en el siglo XX (63): Mieczysław Weinberghttp://www.eltema8.com, 2023.

– Rafael Valentín-Pastrana: ¿Quién se llevó la nariz de Shostakovich? Los comunistas se la robaronhttp://www.eltema8.com, 2023.

– Rafael Valentín-Pastrana: Shostakovich y Britten: la historia de una gran amistad bajo el telón de la Guerra Fríawww.eltema8.com, 2019.

– Rafael Valentín-Pastrana: Shostakovich y Yevtushenkowww.eltema8.com, 2017.

– Rafael Valentín-Pastrana: Los titanes de la composición en el siglo XX (11 y 12): Giacinto Scelsi y Salvatore Sciarrinowww.eltema8.com, 2015.

– Rafael Valentín-Pastrana: Los camaradas de Dmitri Shostakovichwww.eltema8.com, 2015.

– Rafael Valentín-Pastrana: Los campeonísimos de la música de Dmitri Shostakovichwww.eltema8.com, 2014.

– Rafael Valentín-Pastrana: Las treinta y cuatro bandas sonoras de Dmitri Shostakovichwww.eltema8.com, 2014.

– Rafael Valentín-Pastrana: Los titanes de la composición en el siglo XX (6): Olivier Messiaenwww.eltema8.com, 2014.

– Rafael Valentín-Pastrana: Las veintiuna óperas de Dmitri Shostakovichwww.eltema8.com, 2013.

– Rafael Valentín-Pastrana: Los titanes de la composición en el siglo XX (1): Dmitri Shostakovichwww.eltema8.com, 2012.

– Testimonio. Las memorias de Dmitri Shostakovich relatadas a y editadas por Solomon Volkov. Versión española: José Luis Pérez de Arteaga. Editorial Aguilar Maior. Madrid, 1991.

Nota: Xavier Güell (y más personas) acentúa como palabra llana «Shostakovich». El autor de este blog prefiere no usar tildes españolas en nombres propios extranjeros que en su original no las llevan.

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