El Tema 8

El tema 8 es como el primer amor: no se olvida nunca.

«El ópalo mágico»: el zasca de Albéniz al imperio británico en toda la cara.

No anda el patrimonio musical español precisamente sobrado de genios como para permitirse el lujo de renunciar a parte del catálogo de Isaac Albéniz (Camprodón, 1860-Cambo les Bains, 1909). Pero, quién sabe porqué, así ha sido: la historiografía musical y los programadores de conciertos han preferido centrarse en la producción pianística -magnífica por esencial y visionaria- del músico gerundense, pasando de puntillas por su estimable contribución escénica. Desde la zarzuela Cuanto más viejo… (1882) a su ópera Lancelot (1904) son once las obras líricas que compuso Albéniz y ninguna de ellas ha logrado implantarse en el repertorio. The magic opal / El ópalo mágico (1892), ópera cómica de Albéniz en dos actos, permanecía desde su estreno en este mismo Teatro de La Zarzuela, hace ciento veintiocho años, injustamente sepultada en el olvido salvo algunas representaciones aisladas a partir de la edición crítica de Borja Mariño publicada en 2010 y que se representó pero en versión de concierto. Y nos llega ahora en traducción al español de Javier Ibarz y Pachi Turmo y adaptación libre de Paco Azorín y Carlos Martos de la Vega.

Tras realizar una gira de conciertos por Francia y Gran Bretaña en 1889, Albéniz es contratado (gracias a una carta de recomendación que le facilitó la infanta Isabel de Borbón «La Chata», gran melómana, dirigida a la familia real británica, como apunta Francesc Cortès en las notas al programa) por Henry Lowenfeld, acaudalado empresario de origen polaco dedicado a las bebidas, a la hostelería y a la gestión teatral, instalándose en Londres con su mujer y sus hijos desde 1890 a 1893. Allí Albéniz adapta y compone números adicionales para algunas producciones musicales de Lowenfeld y comprueba que, en las islas británicas, gusta lo francés (el Offenbach de Les brigands / Los bandoleros -1878- está de moda), pero que sobre todo la sombra de William Gilbert (1836-1911, el libretista) y Arthur Sullivan (1842-1900, el compositor) es alargada: ambos dominaban a su antojo el panorama teatral lírico durante la época victoriana con obras como H.M.S Pinafore (1878), El mikado (1885), Los alabarderos de la guardia (1888) o Los gondoleros (1889). Así pues a Albéniz le toca empaparse del género de la opereta inglesa y familiarizarse con sus códigos, componiendo a partir de un libreto de Arthur Low la comedia lírica en dos actos The magic opal, también sobre contrabandistas y piratas por cierto, como Los piratas de Penzance (1879) de Gilbert & Sullivan. Francesc Cortès hace un interesante análisis del contexto de las relaciones internacionales hispano-inglesas de esa época, que pueden explicar el motivo de la elección de este argumento y no de otro: «España aplicaba aranceles sobre los productos ingleses desde 1860. En 1892 se negociaba un tratado comercial en el que Inglaterra reconocía a España como la nación más favorecida, para hacer frente al proteccionismo dominante en toda Europa. Sólo había un lunar que entorpecía el acuerdo: el bandolerismo y el tráfico ilegal de varios productos desde Gibraltar. Aunque pueda parecer forzado, The magic opal citaba ambos temas».

Ramón Casas: Isaac Albéniz. Museo Nacional de Arte de Cataluña.

El ópalo mágico se estrena en el londinense Lyric Theatre, ubicado en el bullicioso barrio teatral de West End y propiedad de Lowenfeld, el 19 de enero de 1893 y posteriormente en ciudades como Glasgow, Edimburgo, Manchester y Brighton hasta totalizar la cifra de cuarenta y cuatro funciones. El prestigioso director de orquesta Enrique Fernández Arbós, de visita a Londres esos días, fue testigo de la falta de ensayos que se le daban a Albéniz para preparar el estreno. Un cronista de la época, como relata Cortès, puso el dedo en la llaga: el coste semanal en sueldos, setecientas veinte libras, se comía la mitad de lo que se recaudaba por taquilla. «Dear O-pal, costly O-pal / Querido amigo, caro ópalo» ironizó el crítico con un juego de palabras y un sentido del humor típico de las islas. Aunque para costosa, la presente producción del Teatro de La Zarzuela, que no escatima en todo tipo de recursos: amplia figuración en escena, incluidos bailarines, acróbatas y especialistas de acción, nueve cambios de decorado, despliegue de vestuario, atrezo y tramoya, efectos especiales de grafismo, luz, sonido, polivisión, cámaras manejadas por técnicos para captar detalles de los cantantes que se proyectan en pantallas (habría que cuidar que ambos elementos no estuvieran fuera de “sincro”), etc.

El 11 de abril de ese mismo año 1893, y con el título cambiado a The magic ring / El anillo mágico (quizá para plegarse al furor wagneriano del momento), la obra de Albéniz, con el compositor dirigiendo, se programa en el Prince of Wales’s Theatre de Londres donde, a pesar de sus pocas representaciones, la crítica londinense coincide en destacar la inspirada y elaborada música por encima del confuso e insulso libreto (que no mejora con la presente adaptación: las historias del pasado, aunque puedan resultar trasnochadas y decimonónicas, sólo conviene sacarlas de su contexto para mejorarlas aportando algo relevante, no para complicarlas). Al fin y al cabo Albéniz estaba habituado al género de la zarzuela, ¿y qué es la opereta inglesa (o la ópera cómica francesa o la opereta vienesa) si no una zarzuela pero en malo? El mismísimo George Bernard Shaw, que atiende a una de las funciones, afirmaría: «La versión revisada de la ópera deja a Albéniz muy por delante del mejor de sus rivales». En ese mismo teatro y también por encargo de Henry Lowenfeld estrenará Albéniz el 15 de junio de 1893 otra opereta, Poor Jonathan, que desgraciadamente permanece perdida hasta el día de hoy. Incluso el influyente Gilbert, que ya había roto su fructífera relación con Sullivan, estuvo tentado a ofrecerle a Albéniz un libreto de su autoría.

La andadura de The magic opal concluye al año siguiente, cuando en traducción y adaptación al español a cargo de Eusebio Sierra (1850-1922, nacido Eusebio Cuerno de la Cantolla, que ya había escrito para el gerundense el libreto de San Antonio de la Florida) es por fin representada en España en el Teatro de La Zarzuela como La sortija el 23 de noviembre de 1894. Versión que, lamentablemente, no ha sido encontrada en los archivos del coliseo de la calle Jovellanos. La opereta convertida en zarzuela no es bien recibida y Albéniz, dolido por el reproche del Heraldo de Madrid de haber realizado un mero «trasplantado» y señalado como «demasiado extranjerizado», se convence de que la renovación de la música española sólo se podía acometer desde fuera del país y fija en 1894 su residencia en París, donde compondría algunas de las mejores obras de su catálogo, como Iberia, y donde permanecería durante el resto de su vida.

En su parisino exilio voluntario recibe el compositor español en 1894 una mala noticia: la quiebra de los negocios de su mecenas Henry Lowenfeld. Pero a la vez una buena: otro millonario británico, Francis Burdett Money-Coutts, se subroga en los derechos del contrato y pasa a ser su nuevo protector. Burdett, aficionado a la escritura, no sólo produce las siguientes partituras escénicas de Albéniz, sino que también escribe sus libretos: Henry Clifford (Teatro del Liceo de Barcelona, 1895), Pepita Jiménez (Liceo, 1896), Merlín (1902, que no llegó a representarse en vida del autor) y Lancelot (que quedó inconclusa en 1904). Ginebra, la que hubiera sido la quinta colaboración entre el artista y su financiero, ni siquiera llegó a esbozarse. La fascinante aventura en el Reino Unido de Isaac Albéniz recuerda una experiencia similar de otro compositor español, Pablo Luna (1879-1942), en las islas británicas desde 1922 a 1924, requerido por el empresario teatral Boyle Lawrence, tras quedar éste impresionado por la zarzuela El asombro de Damasco del zaragozano, para que compusiera por encargo una obra escénica que recorrería Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda con el título de The first kiss / El primer beso y que, tras su estreno el 1 de enero de 1923 en la Opera House de Harrogate, cerca de Leeds, subiría posteriormente a la escena londinense en el New Oxford Theatre el 10 de noviembre de 1924.

El argumento original de The magic opal trata de una sortija mágica con un ópalo engarzado que hace sucumbir de amor al que contempla a su portador. El director de escena Paco Azorín da un giro drástico al libreto de Arthur Low y sitúa la acción en la actualidad (con concesiones a la tiranía de lo políticamente correcto -como los dos progenitores masculinos de Lolika- y también a tramas poco originales de corrupción política; pero la de los de siempre, obvio -un director del FMI y un tesorero, estos sí que deberían ser ya temas trasnochados y pasados de moda-, con la tolerancia que se muestra hacia políticos de izquierdas y nacionalistas que llevan dando desde hace cuatro años sobrados motivos para ser criticados), combinando el mundo de los videojuegos y sus combos de puntuación y poderes, las game-cards de los juegos de rol, las redes sociales y sus avatares y en donde los ocho participantes (dirigidos por un nuevo personaje en la trama, el maestro de ceremonias Eros XXI, ayudado por un ejército de cupidos a su servicio, los «opalines», en este caso) tienen que, entre selfies, zascas y matchs, seguir pistas, solucionar acertijos y retos, esquivar trampas y superar agotadoras pruebas a lo largo de dos niveles y nueve habitaciones para obtener el premio del ansiado ópalo, al estilo de la serie El juego del calamar. En palabras de Francesc Cortès y retomando las críticas del primer estreno en La Zarzuela que tanto disgustaron al compositor de Gerona, «The magic opal no se podía «trasplantar», era una especie que en España nunca echó raíces. Afortunadamente ahora es una música para saborear, donde apreciar la habilidad de Albéniz. Se han superado los condicionantes finiseculares que la distorsionaron, tanto aquí como en Inglaterra… Podemos escuchar y verla sin necesidad de «trasplantarla»».

Efectivamente, prescindiendo del libreto original y de su desacertada adaptación, El ópalo mágico es una deliciosa ópera cómica (Paco Azorín, por su trama, la compara acertadamente con L’elisir d’amore de Donizetti) de exquisita orquestación que cuenta con momentos inspiradísimos, como el vals de Lolika del primer acto «Love sprang from his couch / Amor, en su lecho de rosas», que desprende aroma de pura opereta vienesa incluso antes de que Franz Lehár la inventara. El galimatías silábico a ritmo vertiginoso impuesto por Gilbert y Sullivan tampoco falta, como en la canción del vendedor ambulante «Come over here, gentlemen / Venid, señores, hasta aquí«. El talento de Albéniz también está patente en la balada que Trabucos canta entre las ruinas de un monasterio gótico abandonado «Cold and dark is the ancient hall /¡Qué siniestro es el viejo lugar!» o en el brindis de Alzaga «Boys, let’s make a toast! / ¡Chicos, a brindar!» acompañado de los soldados, ambos en el segundo acto.

Pero lo más destacable de «El ópalo mágico» es su inocultable españolidad presente de principio a fin: ya la serenata inicial «Star of my life / Sol de mi vida» que Trabucos canta al pie del balcón de Lolika, con acompañamiento de la orquesta imitando a una guitarra, rezuma un inconfundible aroma español, lo mismo que la entrada de Alzaga «Ah, so you’ve got away, my love? / Ah, ¿te has escapado ya, mi amor?» a ritmo de seguidilla. En el segundo acto, el dúo entre Lolika y Alzaga, «The hours creep on / Se arrastra el reloj», llamó en su día la atención de la audiencia inglesa por sus requiebros andalucistas. Y momentos con la chispa y brillantez de la obertura, del intermedio, del danzón cubano (no olvidemos que en 1893 Cuba era aún provincia española) del ballet o la marcha zarzuelera de los alguaciles del segundo acto dan la razón a Bernard Shaw de que el nivel de Albéniz era bastante superior al de los compositores del momento, incluidos Gilbert & Sullivan, glorias nacionales. El imperio británico trató de captar a Isaac Albéniz (como antes hizo con Händel y Mendelssohn y luego haría con nuestro Roberto Gerhard, cuya ópera La dueña, compuesta también en Inglaterra y en inglés, mantiene curiosas similitudes con The magic opal) y se encontró con que el compositor español, instalado en el Reino Unido como quintacolumnista, se rio de ellos con El ópalo mágico: todo un torpedo disparado a la línea de flotación de la «Pérfida Albión».

Rafael Valentín-Pastrana

@rvpastrana

Bibliografía:

– Paco Azorín: «The magic opal» o cómo recuperar para la escena una ópera decimonónica. Teatro de La Zarzuela. Madrid, 2022.

– Francesc Cortès: Una joya musical. La opereta inglesa de Albéniz y su contexto. Teatro de La Zarzuela. Madrid, 2022.

– Rafael Valentín-Pastrana: «Benamor», la deconstrucción de sexos en una zarzuela «queer» de Pablo Luna. http://www.eltema8.com, 2021.

– Rafael Valentín-Pastrana: La «leyenda negra» en la ópera. http://www.eltema8.com, 2020.

– Walter Clark: Isaac Albéniz. Semblanzas de compositores españoles. Fundación Juan March. Madrid, 2012.

Nota 1Este post, dedicado a Isaac Albéniz, constituye el número 53 de la serie dedicada a Los titanes de la composición del siglo XX.

Nota 2: Las imágenes de las representaciones y/o ensayos de The magic opal / El ópalo mágico incluidas en este post son © Teatro de La Zarzuela / Elena del Real, 2022.

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