El Tema 8

El tema 8 es como el primer amor: no se olvida nunca.

«Las Calatravas» de Pablo Luna: el género de la zarzuela toca a su fin

En poco más de un año se ha podido asistir en Madrid a cuatro reposiciones de obras líricas españolas del siglo XX que descansaban en el baúl del olvido. El pájaro de dos colores (1929) de Conrado del Campo, Farinelli (1903) de Tomás Bretón, Marianela (1923) de Jaime Pahissa y la que hoy nos descubre el Teatro de la Zarzuela en versión de concierto: Las Calatravas (1941) de Pablo Luna. Durante una terrible epidemia que se ha llevado por delante a muchas empresas e instituciones dedicadas al ocio y al espectáculo, la capital de España ha mantenido una milagrosa y loable pujanza cultural digna de elogio y reconocimiento a instituciones como el Teatro Real, la Fundación Juan March o el Teatro de la Zarzuela.

Prolífico y de escritura rápida (algunos años llegó a firmar ocho piezas para la escena), la andadura del zaragozano Pablo Luna (1879-1942) en el género lírico se inició con Lolilla, la Petenera (1903) y tiene como sus obras más recordadas Molinos de viento (1911), Los cadetes de la reina (1913), El asombro de Damasco (1916), El niño judío (1918), Benamor (1928, programada también para esta temporada por el Teatro de la Zarzuela). Con libreto de Federico Romero (esta vez no se cumplió el dicho «No hay sábados sin sol, ni Romero sin Fernández-Shaw») y José Tellaeche, Las Calatravas es la última composición de Luna, que fallecería apenas cinco meses después del estreno de esta comedia lírica en tres actos, el 12 de septiembre de 1941 en el Teatro Alcázar de Madrid, con gran éxito de crítica y público, que pidió que se repitieran cada uno de los números de la zarzuela. Para la ocasión se recurre a una adaptación de Paco Gámez que reinventa al personaje de Doña Aldonza, prima pobre y solterona (interpretada por la actriz Emma Suárez) de Laura, marquesa viuda de Calatrava, como narradora para dar continuidad a los números musicales, ya que el montaje prescinde de los diálogos hablados de la zarzuela.

La temática intranscendente y frívola de esta zarzuela (los devaneos amorosos de una viuda y sus dos hijas en los ambientes de la nobleza del Madrid de mediados del siglo XIX, con su reto a duelo incluido), para el sombrío contexto que se vivía en la España (y en la Europa) del momento, quizá fuera escogida, como apunta el autor de las notas al programa Francisco Parralejo, a que el «temor a la censura hizo que muchas producciones del momento giraran hacia argumentos más convencionales y se centraran en retratar tramas históricas de corto recorrido para así evitar el juicio contrario de los censores». Si bien la musicóloga Celsa Alonso recuerda que, «la censura distó de ser tan omnipresente, exhaustiva o coherente como la letra de la ley pudiera hacernos creer. De hecho, el énfasis oficial en la virtud pública de las representaciones contrastaba con una praxis mucho más irregular y arbitraria donde los géneros populares de baile, supuestamente prohibidos, aparecían de forma constante sobre escenarios y locales de encuentro, movidos tanto por intereses económicos como por la capacidad de escapismo que ofrecían a la población».

Su inesperada muerte sin descendencia en 1942, a la vuelta del estreno de Las Calatravas en Barcelona, provocó el rápido olvido de la mayoría de la producción de Pablo Luna en general y de esta obra en particular, dado que el autor se encargaba de la organización y producción de sus propias composiciones. Además los gustos del público y de los empresarios teatrales empezaban a ir por otros derroteros y la zarzuela extrañamente no se grabó en disco (ni para la televisión en las décadas siguientes), industria que empezaba a florecer y que permitió la entrada de este género musical en muchos hogares españoles de postguerra y que hubiera posibilitado que el recuerdo de Las Calatravas hubiera perdurado hasta nuestros días. Como señala Parralejo, «La realidad musical que empezó a gestarse después de la Guerra Civil era muy diferente de aquella en la que Luna había iniciado su carrera y en la que había obtenido sus mayores éxitos». En la década de los treinta la zarzuela aún había cosechado éxitos clamorosos (especialmente Luisa Fernanda de Federico Moreno Torroba en 1932 y La del manojo de rosas Pablo Sorozábal en 1934). Pero en los cuarenta el género va desangrándose: apenas Black el payaso (1942), Don Manolito (1943) y La eterna canción (1945) del propio Sorozábal o El canastillo de fresas (1951) de Jacinto Guerrero mantienen a duras penas el interés del público. Aparte del de nuestro protagonista, los fallecimientos durante esos años de compositores señeros como José Serrano (1941), Francisco Alonso (1948) o el citado maestro Guerrero (1951) tampoco ayudan. Y así el público se va quedando huérfano y va dejando de lado un género que veneraba desde hacía cien años para ir cambiando lenta pero inexorablemente sus hábitos de consumo: ahora para estar al día hay que seguir los seriales radiofónicos (se han llegado a inventariar un millón de receptores de radio en la España de 1943), ser aficionado a la copla (empiezan a dominar los escenarios figuras como Imperio Argentina, Miguel Ligero, Concha Piquer o Estrellita Castro) y engalanarse para ir al cine, medio al que ya había empezado a adaptarse Pablo Luna con bandas sonoras como Miguelón, o el último contrabandista (Adolfo Aznar, 1933), Aventura oriental (Max Nosseck, 1935), Hogueras en la noche (Arthur Porchet, 1936) o En busca de una canción (Eusebio Fernández Ardavín, 1937). A este respecto el compositor había declarado al periódico La Voz que «Ya el público se ha ido acostumbrando con el cine a que, sea cual sea la obra, de la índole que sea, le den cada ocho días una novedad en los espectáculos».

Musicalmente Las Calatravas es una composición llena de contrastes: en ella hay mucho de España (los requiebros flamencos de la romanza de Mariani del primer acto, que merecería ser incorporada al repertorio de los tenores, o el chotis del segundo acto, o el Dúo-canción de la capa del tercer acto, a ritmo de serenata y con un original acompañamiento del coro silbando, o el fandango orquestal del último acto, con ecos del de Manuel de Falla para El amor brujo), pero también de la opéra-comique francesa de Jacques Offenbach (hasta un cancán suena en el segundo acto), de la opereta vienesa de Franz Lehár (todo el segundo acto está dominado por los valses que amenizan una recepción en la embajada de Francia en Madrid) y del incipiente musical americano de esos años que revolucionó Kurt Weill tras su llegada a Estados Unidos huyendo del nazismo (el bellísimo tema principal de la zarzuela, que se expone en el preludio orquestal y que se repite a lo largo de toda la obra a modo de hilo conductor del amor entre el banquero Mariani y Laura Calatrava, desprende un gran empaque y halo norteamericano). Incluso el Richard Strauss de los valses del decadente mundo vienés de Der Rosenkavalier / El caballero de la rosa está presente en el dúo Un caballero español entre Cristina Calatrava y su crápula marido el mujeriego Carlos Alberto, que recuerda claramente y no de manera casual al vals «Ohne mich» que canturrea el fanfarrón Barón Ochs cuando rememora sus conquistas de juventud.

En este sentido el director de orquesta Guillermo García Calvo habla con acierto de la europeización de este Manuel Luna postrero que, silenciado injustamente, ahora al fin conoceremos ochenta años después con la merecida exhumación de Las Calatravas. Ojalá la próxima reposición de Benamor, gracias también al Teatro de la Zarzuela, marque el camino hacia la necesaria recuperación para la cultura de nuestro país del legado musical de Pablo Luna. No se merece menos el autor de la inmortal «De España vengo».


Rafael Valentín-Pastrana

@rvpastrana

Bibliografía:

– Francisco Parralejo: “Las Calatravas”, un hermoso y conmovedor testamento sonoro. Teatro de La Zarzuela. Madrid, 2021.

– Rafael Valentín-Pastrana: A la sombra de la sombrilla de Romero y Fernández-Shawhttp://www.eltema8.com, 2021.

– Rafael Valentín-Pastrana: España abre los ojos ante una gran ópera rescatada del olvido: «Marianela» de Jaime Pahissahttp://www.eltema8.com, 2020.

– Rafael Valentín-Pastrana: Mussolini en Chamberí: zarzuela y lucha de claseshttp://www.eltema8.com, 2020.

– Rafael Valentín-Pastrana: Farinelli: una gran ópera española de un señor de Salamancahttp://www.eltema8.com, 2020.

– Rafael Valentín-Pastrana: El pájaro de dos colores de Conrado del Campo: otra ópera española del siglo XX felizmente recuperada del inexplicable olvidohttp://www.eltema8.com, 2020.

– Rafael Valentín-Pastrana: Los titanes de la composición en el siglo XX (18): Kurt Weillhttp://www.eltema8.com, 2016.

– Celsa Alonso: Francisco Alonso: otra cara de la modernidad. Instituto Complutense de Ciencias Musicales. Madrid, 2014.

NotaEste post, dedicado a Pablo Luna, constituye el número 48 de la serie dedicada a Los titanes de la composición en el siglo XX.

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