El Tema 8

El tema 8 es como el primer amor: no se olvida nunca.

Un ajuste de cuentas (musical) con #PlacidoDomingo

 

No estaba yo muy por la labor de pronunciarme sobre la polémica que se ha suscitado estos días del movido agosto de 2019 sobre la figura de Plácido Domingo (Madrid, 1941) y las denuncias que ha recibido por su comportamiento abusivo con otras cantantes (aunque de momento sólo haya trascendido el nombre de una de ellas, perfecta desconocida en este mundillo, por cierto) durante las décadas de los 70 y 80. Todo lo que envuelve a todas estas reivindicaciones del neofeminismo con el altavoz del hashtag #metoo me repelen y lo mismo las hiperventiladas reacciones ya sean políticamente correctas o incorrectas. Por no hablar del oscurantismo e histerismo que rodea estos linchamientos y juicios populares, que se han llevado por delante la carrera y reputación de actores, productores, directores de cine y de orquesta como Kevin Spacey, Morgan Freeman, Larry Weinstein, Woody Allen, James Levine, que luego resultaron absueltos por la justicia legal… o por el consabido acuerdo económico extrajudicial.

Y efectivamente: bastaron un par de tuits con mi opinión sobre exclusivamente la decadente trayectoria musical y profesional de Domingo para que se abriera la caja de Pandora. Y sin haber entrado a especular en las vidas conyugal y extraconyugal del cantante ni en su fidelidad o no con su segunda y actual esposa Marta Ornelas, ni en conspiraciones de organizaciones secretas y sectas vengativas,  ni en los reprobables actos que se le atribuían y sobre los que podrá dar explicaciones y defenderse, aunque la irretroactividad penal, la prescripción de las faltas y la carga de la prueba se haya últimamente invertido por influencia de las delirantes cazas de brujas de nuestros tiempos. Aún así por unas breves reflexiones fui acusado por parte de algunos de mis seguidores de envidioso y persona de poco fiar, aparte de recibir algún inesperado unfollow sin mediar palabra…

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Nunca me ha entusiasmado Plácido Domingo. Si acaso aquel que irrumpió en los años 70 con frescura sacudiendo el entonces excesivamente anquilosado mundo de la ópera. El barrer para casa (aunque la del cantante bascula entre México y España) también ayudaba, para qué negarlo: España nutría por aquel entonces a los coliseos de todo el planeta con una envidiable alineación de figuras del bel canto y cualquiera estaba orgulloso de la impresionante cosecha: Victoria de los Ángeles, Teresa Berganza, Ángeles Gulín, Pilar Lorengar, Pedro Lavirgen, Jaime Aragall, Juan Pons…. Pero ya algo había en Plácido Domingo que me hacía desconfiar de él. Musicalmente. A mí me tiraba más el José (así firmaba entonces: ahí están sus numerosas grabaciones de Phillips para atestiguarlo) Carreras de antes de su leucemia y de su vocación política. Pero yo sobre todo era de Alfredo Kraus y de su pureza vocal, de su elegante dicción, de su dominio en la emisión empleando la técnica «en máscara», de la coherencia del repertorio que interpretaba y del que nunca se desviaba. 

Untitled collage (6).pngA ese primer Plácido Domingo, con presencia poderosa y dominio de la escena por su buena planta, se le reconocía su idoneidad para ciertos papeles de tenor heroico del repertorio italiano post belcantista: el «Rodolfo» de Luisa Millerel «Manrico» de Il trovatoreel «Pinkerton» de Madama Butterflyel «Calaf» de Turandot… Se le rifaban las mejores batutas del momento (Karajan, Mehta, Giulini, Maazel, Kleiber…) y las más poderosas compañías discográficas: RCA, Decca, EMI, Deutsche Grammophon, CBS…Y ahí tenía Domingo su zona de confort, en la que se movió con comodidad y dominio hasta finales de los 80. 

Pero hete aquí que ese nicho de mercado le debió parecer poco al ambicioso tenor. Así que se lanzó a nuevos objetivos. Empezaba la década de los 90 y, con el loable pretexto inicial de recaudar fondos para la Fundación Internacional Josep Carreras para la Lucha contra la Leucemia, Domingo se sumó junto al tenor catalán y al italiano Luciano Pavarotti a la franquicia Los tres tenores y encontró un filón de oro. Al triunfal concierto de presentación durante el Mundial de fútbol Italia 90 le siguieron los de las inauguraciones de Estados Unidos 94 y Francia 98 (dirigiendo la orquesta otro estigmatizado por el aquelarre buenista: el norteamericano James Levine). Los discos se vendían como churros y la agenda para estas galas echaba humo. Algunos cadáveres quedaron por el camino: todos querían participar de la gallina de los huevos de oro pero sólo tres fueron los elegidos. Por ejemplo en las Olimpiadas de Barcelona 92 se pretendió repetir la fórmula de merchandising que tantos réditos estaba reportando, pero ahí primó una representación global de las mejores voces líricas españolas así que Plácido y Carreras (Pavarotti no pintaba nada en esos actos) tuvieron que tragar y compartir el pastel con Caballé, Berganza, Aragall, Pons y Kraus.

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En entrevista concedida a la revista Codalario, Arturo Reverter, crítico musical experto en voces, declaraba: «Kraus era una persona exquisita, un hombre muy cordial, amable y educado, aunque es probable que no tuviera el don de gentes de Pavarotti o Domingo. Su manera de cantar era muy rigurosa, y estaba puesta al servicio de las reglas de oro del «bel canto». Es posible que este aspecto le haya apartado de las grandes masas, pero para los buenos aficionados siempre será una referencia… Plácido Domingo era un tenor corto, un tenor lírico que ni siquiera era pleno. Desde luego, nunca poseyó el color de las voces de Pavarotti o Carreras. Domingo es un auténtico fenómeno que se ha metido en lo dramático oscureciendo la voz, un recurso que es artificial. También engola y nasaliza, pero es un cantante de una gran resistencia».

Por esos años Plácido Domingo pensó que podía con todo y se animó a empuñar la batuta. El señero y prestigioso ciclo de conciertos extraordinarios Ibermúsica, cincuenta años le contemplan trayendo a Madrid a las mejores orquestas, solistas y directores que en el mundo ha habido, le dio inexplicablemente la alternativa a Plácido Domingo al frente de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles. El entrañable demiurgo del ciclo Ibermúsica, Alfonso Aijón, seguro que aún se acuerda (yo desde luego no lo olvidaré nunca) de los abucheos y pateos que el público del Teatro Real dedicó a Domingo a la finalización de su infumable actuación dirigiendo (mejor dicho, corriendo detrás de ella y perdido pasando hojas de la partitura…) la orquesta californiana. Pese a lo cual, Domingo sigue subiendo con cierta regularidad al podio de algunas de las mejores orquestas del mundo, aunque en Madrid no se ha atrevido a volver a dirigir a una orquesta de nivel.

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La edad y el exceso de actividad de Plácido Domingo le terminaron pasando factura en lo vocal, cáncer superado incluido. En el portal musical Beckmesser, a propósito de un Simon Boccanegra de Verdi, escribe el especialista Reverter al respecto: «Plácido Domingo es un tenor que ronda la setentena (la reseña es de 2010), en cuya voz el tiempo ha producido los lógicos estragos, quizá menores que los que han sufrido otros colegas a esa edad. Sorprendentemente, y más después de una operación, lo que revela la fortaleza del individuo, aún tiene resuello, pero los brillos de su rico timbre juvenil desaparecieron otrora y en este momento el sonido es oscuro, leñoso y muscular, engolado y/o nasal; pero se defiende en ciertos papeles de tesitura más o menos central, que, de todos modos, procura bajarse de tono. Y va tirandillo, porque, además, tiene su público, mucho público; y mucha prensa; y alguna crítica. Como siempre ha hecho lo que ha querido, ni corto ni perezoso, ha decidido, sin dejar de ser tenor –cosa que proclama paladinamente-, cantar papeles de barítono. Aquí paz y después gloria». Y no olvidemos que en los últimos años también se ha «especializado» interpretando El barbero de Sevilla de Rossini. Pero no el papel del Conde de Almaviva, el galán, el tenor. ¡No: el del cómico barbero sevillano, escrito para barítono!

download (1)O en el mismo medio digital, la crítica del musicólogo Arturo Reverter sobre un Macbeth verdiano representado en 2017 y en el que Plácido Domingo insiste en apropiarse del personaje de «Macbeth» (barítono) en vez que conformarse con el más breve («Macduff») pero para tenor: «A nuestro juicio es bastante más grave intentar acometer una parte de barítono con voz de tenor. Aún cuando el aventurado (o aventurero) reconozca paladinamente que, en efecto, no es barítono, sino tenor; y no hay más que escuchar un par de notas para comprobarlo. Es lo que viene haciendo, desde unos siete u ocho años atrás, el todopoderoso Plácido Domingo ante la anuencia de público, crítica y programadores. El tenor español no transcribe su parte hacia arriba –lo cual sería muy complicado ya que llevaría a trasladar las demás líneas de la partitura-, sino que se desenvuelve como si nada en el ámbito baritonal, lo que le facilita las cosas, pues circula por una tesitura que le es cómoda y le deja maniobrar con un centro que aún posee, episódicamente, cierto lustre y emitir unos graves a veces audibles. Por arriba, es difícil que vaya más allá del fa o del sol, notas que aún puede proyectar, bien que con evidente apoyo en la nariz. En todo caso, aun cantando más cómodo, no puede disimular que es un hombre que ya ha cumplido los 76 y que anda desfiatado exhibiendo un timbre viejo y cansado, más allá de esos comentados sonidos pasajeramente lucidos, lo que sin duda es meritorio y revela una resistencia casi prodigiosa. Con todo ello parece que da el pego. Pero no: los buenos catadores captan enseguida la superchería, aunque ésta, después de todo, podríamos estimar que es relativa, pues él en esto no engaña: admite que sigue siendo tenor. Lo que no deja de ser un fraude porque nos da gato por liebre. Y se nota más en una ópera como Macbeth, que alberga una de las partes baritonales más dramáticas y complicadas de Verdi, quien deseaba profundizar en las psicologías de Macbeth y de su ambiciosa mujer y cuajó la partitura de minuciosas anotaciones (voce cupa, soffocata, sotto voce, voce spiegata, tutta forza, con slancio, etc), que modelan adecuadamente la expresión, aunque en bastantes ocasiones los resultados sean inferiores a las pretensiones y la inspiración no se consiga por igual».

Luego uno, irredento colchonero, se enteró, a raíz de no sé qué celebración ya en este siglo, de que el polifacético Plácido era (pudiendo ser perfectamente del aguerrido Pumas mexicano) repentinamente un forofo del otro equipo madrileño. Incluso uno asistió ojiplático y con vergüenza ajena al cameo de Domingo en un episodio de la mítica serie del canal Amazon Mozart in the jungle, sobre los entresijos de los esquizofrénicos y maniáticos intérpretes y solistas de música clásica, en el que el tenor, durante una performance nocturna en los canales de Venecia, venía a decir a un atónito Gael García Bernal (absuelvo a los guionistas del espantoso ridículo en que incurre esa inenarrable escena que aquí les comparto, apuesto a que sugerida/impuesta por el cantante) que ya a su edad, lo único que le interesaba era…el Real Madrid. Pues eso, que sea coherente, no dé más bandazos y se retire de una vez a su verdadera pasión: ser presidente del club merengue.

Y claro, todo esto no ayudó precisamente a mejorar mi consideración sobre el tenor y se me terminó viniendo definitivamente abajo el mito.

 

Rafael Valentín-Pastrana

@rvpastrana

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