Con el permiso de Manuel de Falla, si hay un compositor español (sí, español. Aunque los ingleses, por haberse acogido al final de su vida a la doble nacionalidad, se intenten apropiar de él, como hicieron con Haendel, Haydn y Mendelssohn…) importante en el siglo XX, ése es el tarraconense Roberto Gerhard Ottenwaelder.
De padre diplomático suizo destinado en Cataluña y madre alsaciana, su relevancia viene, en primer lugar, por los maestros con los que estudió: Felipe Pedrell (autor principalmente teórico y escolástico, a través del que conoció el patrimonio musical pretérito español), Enrique Granados (del que heredó su vena nacionalista y popular), el pianista Frank Marshall y nada más y nada menos Arnold Schoenberg (de quien fue el único discípulo español y del que obtuvo enseñanzas en Viena y Berlín de 1923 a 1928 sobre la técnica dodecafónica y serial, adaptándola con un personal sello folclórico -en el sentido de análisis de las raíces populares de las músicas de un país, como cimentaron Bela Bartok y Zoltan Kodaly, extrayendo de ellas la esencia de la música de un pueblo: el folclore imaginario-). En definitiva, unos compositores cuyo amplio espectro creativo y contrastada calidad moldearon el inconfundible sello propio de la música de Gerhard.
A Roberto Gerhard hay que destacarle, además de por su formación cosmopolita (tanto por la ascendencia de sus progenitores, como por su formación musical en Austria, como por sus sucesivas residencias en Francia y Reino Unido), por su españolidad (ahí están sus adaptaciones de zarzuelas -bajo el seudónimo de Joan de Serrallonga, un bandolero catalán del siglo XVII- de Barbieri, Chueca o Fernández Caballero, o su ballet Don Quijote). Y, por supuesto, por su catalanidad.
Tras su regreso de Viena, Gerhard se instala en Barcelona donde rápidamente es aceptado por la vanguardia cultural catalana de la época, pasando a fundar y formar parte de ADLAN (Asociación de Amigos del Arte Nuevo) el exclusivo y elitista círculo que giraba en torno a personalidades de las artes, como Joan Miró, Josep Mª Sert y Pau Casals. De esta etapa son sus obras Albada, interludi i dança, la cantata L’alta naixença del Rei en Jaume y los ballets Ariel (para los Ballets Rusos de Monte Carlo, con decorados y figurines a cargo de Joan Miró y coreografía de Leonide Massine) y Soirées de Barcelona (que inicialmente tuvo otros dos títulos: Mont Juic y Los fuegos de San Juan, ballet escrito para la misma compañía, y que dirigía musicalmente el húngaro Antal Dorati -1906-1988-, que desde entonces se convertiría en uno de los campeonísimos de la música del catalán). Aprovechando su amistad con las figuras de la Segunda Escuela de Viena, Gerhard invitó a su maestro Schoenberg y a su compañero de estudios Anton Webern, al Festival Internacional de Música de la SIMC (Sociedad Internacional de la Música Contemporánea) que se organizó en Barcelona en abril de 1936, donde se estrenó a título póstumo esa maravilla que es el Concierto para violín, a la memoria de un ángel de otro discípulo de Schoenberg, Alban Berg, que acababa de fallecer en 1935. Fueron siete meses de estancia fructífera del matrimonio Schoenberg (en una casa que les busca Gerhard en el barrio de Vallcarca, en la Bajada de Briz, actualmente denominada en su honor calle de Arnold Schönberg nº22-24 y donde nacería Nuria Dorothea, la primera hija del matrimonio) desde diciembre de 1931 a junio de 1932, durante los cuales el maestro alemán compondría buena parte de su trascendental ópera Moses und Aron.
Roberto Gerhard (der.) oficiando de anfitrión en Barcelona de Arnol Schoenberg (centro) y Anton Webern (izq.)
Son los años de máximo activismo político de Gerhard, pasando a ser nombrado Asesor Musical del Ministerio de Cultura del Gobierno de Cataluña (su hermano Carlos llegó a ser diputado y Secretario del Parlamento Catalán en 1932 y administrador del Monasterio de Montserrat durante la contienda civil, falleciendo exiliado en México en 1975). Al final de la Guerra Civil, tras la entrada de las tropas de Franco en Barcelona, Gerhard se ve obligado a exiliarse en 1939. Tras un breve paso por Francia, en 1940 se instala definitivamente (salvo veraneos puntuales en España) en Reino Unido, donde residirá hasta su fallecimiento en 1970. Tras unos primeros años alimenticios en los que adapta música popular española y zarzuelas, y coordina programas radiofónicos para la BBC, pronto consigue el músico de Valls la Cátedra de Composición en la Universidad de Cambridge. Son años, en esta década de los 40, de nostalgia por lo español, pero a la vez de exploración creativa. Así tenemos el giro melódico de folclore puramente español que encontramos en el tiempo final de su Concierto para violín y orquesta (1944, escrito para uno de los violinistas más cotizados del momento: el también catalán Antonio Brosa -1894-1979-), con sardanas, coblas y jotas escondidas en medio de una maraña serial o el arranque del concierto, que cita literalmente una de sus más tempranas piezas, el Concertino para cuerdas de 1929. O como en su Sonata para violoncello y piano de 1948, introduce literalmente una canción popular española empleada en su día por Federico Chueca en su Agua, azucarillos y aguardiente.
Poco a poco Gerhard va ganando jerarquía en el panorama musical británico por su inmenso talento, y es encomendado por las prestigiosas compañías de Marie Rambert y Kurt Joos para la composición de ballets (el ya mencionado Don Quijote de 1941, Alegrías -1943-, inicialmente titulado Flamenco y Pandora –1944-, de nuevo con citas literales de temas del folclore español: Antón Pirulero-) y música incidental diversa.
Su obra maestra en este campo de la música escénica de reminiscencias españolas es The Duenna / La Dueña (1945-7) hilarante y delirante ópera bufa sobre nobles hidalgos venidos a menos dispuestos a vender a sus hijas y buscafortunas a la caza de dignos casamientos por dote que ennoblezcan sus vacíos bolsillos, ambientada en la Sevilla picaresca del Siglo de Oro y basada en la obra teatral The Duenna de Richard Sheridan (1751-1816), trufada de ritmos españoles (en la partitura, dentro de un lenguaje musical de plena vanguardia, se sucede un apabullante despliegue de serenatas, seguidillas, habaneras, sevillanas, jotas, zapateados, soleares, pasodobles, saetas, pasacalles, polos murcianos, citas expresas de conocidas zarzuelas y canciones populares españolas…) desde la nostalgia de su exilio británico («¡Ole, ole con ole!» repite el coro una y otra vez en el exultante y reconciliador concertante final de la ópera) y cuyo texto curiosamente sirvió también en esos mismos años al ruso Sergei Prokofiev como inspiración para su espléndida ópera Bodas en el monasterio.
Detengámonos en algunos aspectos de la que muy probablemente pueda ser considerada la mejor ópera española (aunque escrita en inglés) de todos los tiempos. Gerhard, entusiasmado con el texto de Sheridan que llega casualmente a sus manos, comienza a escribir el libreto sin encargo previo ni promesa de representación. Su estreno radiofónico se produce en 1949 a través de la BBC, con la que el compositor ya colaboraba, a cargo de su orquesta bajo la dirección de Stanford Robinson. En 1951 se interpreta en el Festival Internacional de Música de la SIMC, que se celebra en Wiesbaden, en su traducción al alemán y en versión de concierto a cargo de Hermann Scherchen. Recién fallecido Arnold Schoenberg, el icono de la modernidad en aquellos años, la obra no es apreciada en su justa medida, recibiendo una fría acogida (sólo el compositor alemán Hans Werner Henze -1926-2012- se muestra entusiasta con la composición) y la única ópera de Gerhard cae injusta pero rápidamente en el olvido, con la excepción de una nueva producción radiofónica de la BBC en 1971, ya fallecido el autor. Hasta que finalmente se lleva a cabo el 21 de enero de 1992 el estreno mundial de la versión escénica completa de La Dueña en el Teatro de La Zarzuela de Madrid con Antoni Ros Marbá, un declarado gerhardiano, a la batuta. Por la deuda que España tiene con Roberto Gerhard, esta ópera debería ser de obligada programación anual en los teatros de ópera repartidos por el territorio nacional. Sin embargo aquellas representaciones, con su correspondiente primera grabación mundial para el sello Chandos, quedaron relegadas a un acto más para los fastos del 92.
A partir de 1951, Gerhard incorpora definitivamente a su música las técnicas seriales aprendidas de sus estudios con Schoenberg. Es un dodecafonismo sui géneris muy personal, con toques mediterráneos, líneas melódicas e incluso presencia de motivos del folclore español. Gerhard evolucionó y maduró musicalmente hacia territorios nunca explorados en España, pero sin olvidarse de sus raíces. La Sinfonía nº1 (1953, de nuevo estrenada en una edición de la SIMC, esta vez la de 1955 que tuvo lugar en Baden-Baden a cargo de Hans Rosbaud) y el Concierto para piano y orquesta de cuerda (1951) son paradigmáticas de este nuevo Gerhard, aunque su nostalgia hacia lo español sigue intacta: ahí están ese repetido motivo de reminiscencias galaicas a cargo de los metales graves en la sinfonía, que parece provenir de las entrañas de la tierra o el tratamiento del piano en el segundo movimiento del concierto, como si tratara de imitar el rasgueo de una guitarra…
Tras el éxito de sus incursiones en el serialismo, Gerhard dirige sus pasos en 1954 hacia la música electroacústica, que empezaba a imponerse en las vanguardias musicales del momento, siendo el primer compositor que emplea en el Reino Unido estas técnicas, en concreto para la música incidental de King Lear. También para este tipo de música experimental, y siempre presente lo español en su recuerdo durante el exilio, haría Gerhard en 1959 una adaptación (Lamento por la muerte de un torero) narrada en inglés de la celebre elegía a Ignacio Sánchez Mejías escrita por su compañero de generación Federico García Lorca. La Sinfonía nº3 «Collagues» compuesta a petición de la Fundación Koussevitzky en 1960, es su máxima expresión en música electrónica. Y sin olvidarnos en esta década del falliano Concierto para clavicémbalo, cuerda y percusión (1956, donde como en sus obras de las décadas anteriores, el compositor introduce con nostalgia en su imbricada red serial, temas populares españoles, como el Coro de niñeras de la zarzuela de Federico Chueca Agua, azucarillos y aguardiente y la canción «Madre a la orilla, madre», también adaptada por Manuel de Falla en la sexta de sus Siete canciones populares españolas) y de otra composición para conjunto de cámara, género muy apreciado por Gerhard, el Noneto (1957), obra que llegó a fascinar y sorprender al mismísimo Igor Stravinsky por el novedoso uso del acordeón en la plantilla instrumental de esta pieza.
En los años 60, el mundo musical se rinde finalmente a los pies de Roberto Gerhard. Imparte clases en los centros más prestigiosos de Estados Unidos: en la Universidad de Ann Arbor de Michigan, y en el Centro de Música Berkshire, en Tanglewood. Y las más importantes agrupaciones de cámara y orquestas sinfónicas le encargan partituras: la BBC le comisiona Hymnody para conjunto de viento, dos pianos y percusión (1963) y la Filarmónica de Nueva York le encomienda, para el 125 aniversario de la formación sinfónica, su Sinfonía nº4 «New York» compuesta en 1967 y que sería su última aportación al género sinfónico (curiosa cifra cabalística musical -como el nueve- que coincide con el mismo número de obras sinfónicas que otros muchos grandes compositores legaron a esta disposición instrumental: Berwald, Brahms, Schumann, Magnard, Ives, Lutoslawski, Tippett…).
The plague/La peste (1964, a partir de la novela de Albert Camus, para narrador, coro y orquesta), también escrita por encargo de la BBC, es quizá su obra más representativa. De una sonoridad apabullante y descarnada, está al nivel de composiciones trascendentales del siglo XX de autores incontestables europeos de la segunda mitad del siglo pasado, como Berio, Penderecki o Ligeti. La música de Albéniz, Granados, Falla, Turina, Halffter tiene una inocultable raíz española. Con La Peste Gerhard, liberado definitivamente de ataduras folclóricas nacionalistas, da un salto exponencial de calidad, adoptando un estilo y lenguaje propio e inconfundible.
En esta década y hasta su muerte, Gerhard demuestra estar en absoluto estado de plenitud creativa. Sus obras maestras se suceden una tras otra: Concierto para ocho (1962, con ese toque de palmas a cargo de los solistas, de evidentes resonancias españolas), Anger of Achilles/La ira de Aquiles (1964, para orquesta, tenor, soprano y coro femenino sobre textos de Robert Graves realizada en conjunto con la compositora británica experta en música concreta y electrónica y responsable del Taller Radiofónico de la BBC, Delia Derbyshire -1937/2001-, obra que fue galardonada con el Prix Italia que otorgaba la RAI), Concierto para orquesta (1965), Ephitalamium para orquesta (1966), Metamorphosis (1967, en realidad una revisión de su Sinfonía nº2 de 1959).
Una faceta más desconocida de la música de Gerhard fue su aportación a las bandas sonoras para largometrajes. Una de ellas es Secret People (Thorold Dickinson, 1952), uno de cuyos temas musicales es la famosa melodía catalana Els cants dels ocells. Y es que la nostalgia y recuerdo positivo y sin rencores a su tierra siempre estuvieron presentes en Gerhard, desde 1940 hasta 1970. Más relevancia tiene This sporting life (1963, que en España se tituló El ingenuo salvaje), dirigida por uno de los representantes del Free Cinema británico, Lindsay Anderson (1923-1994) y protagonizada por uno de los actores del momento, Richard Harris y acompañado por Glenda Jackson. En el trailer de la película, entre el narrador y las voces de los actores, se aprecian las texturas y sonoridades inconfundibles de Gerhard en un momento de dominio de su lenguaje y plenamente aceptado en su país de adopción como un autor británico más.
En 1960 Gerhard decide adoptar la nacionalidad británica. En 1967 es nombrado Commander of the British Empire y recibe el titulo de Doctor Honoris Causa en música de la Universidad de Cambridge.
Éste de la doble nacionalidad es uno de los puntos más delicados y polémicos en torno a Gerhard. Nuestro compositor se sentía español, y a màs a màs, catalán. Al adoptar (nunca renunció a la ciudadanía española) la doble nacionalidad británica, resultaba que Robert podía interpretarse como nombre inglés, ya que aunque no pronunciados igual en catalán e inglés, el nombre se escribe igual en las dos lenguas. Por eso en los años finales de su vida, para evitar malentendidos (empezaban a considerarle como un autor británico, tal era el deseo de los ingleses de contar entre los suyos a un compositor de la talla de Gerhard), adoptó definitivamente la versión española de su nombre, Roberto. Toda una declaración de principios.
La diáspora de talento musical tras el conflicto fratricida del 39, aparte de Roberto Gerhard, fue lamentable y numerosa: Gustavo Pittaluga y Rodolfo Halffter (a México), Salvador Bacarisse (a Francia), Manuel de Falla y Julián Bautista (a Argentina)…
¿Qué hubiera sido de Roberto Gerhard de permanecer en España, con o sin contienda? Lo de sin contienda, nunca lo podremos saber. Ernesto Halffter y Fernando Remacha, de la misma generación que Gerhard, decidieron quedarse en España tras la Guerra Civil. Y lo mismo Turina o Rodrigo. Viendo la producción de estos compositores a partir de 1940 no es aventurado pensar que Gerhard hubiera optado por seguir la línea compositiva en la que primaba lo folclórico y nacionalista, quizá con retornos arcaicos a la manera de El retablo de Maese Pedro y el Concerto para clave de Falla o la Sinfonietta de Ernesto Halffter. Y que su vertiente serial, y no digamos ya la electrónica, hubiera tenido menos relevancia en su catálogo. Ni tradición ni medios para ello había en la España de la posguerra.
Quizá se hubiera refugiado en la composición de cámara, escrita para sí mismo, en una especie de exilio interior, como el de su discípulo y también catalán Joaquim Homs (1906-2003). Quizá hubiera sido el faro hacia el que se hubieran dirigido los compositores españoles de vanguardia de la década de los 60 (Luis de Pablo, Cristóbal Halffter, etc.). En cualquier caso, su estancia en Cambridge y sus constantes colaboraciones con la BBC le posibilitaron estar al corriente y en contacto con la música contemporánea más avanzada del momento y contar con los medios necesarios para explorar y experimentar, con orquestas y formaciones preparadas para ello, cosa que difícilmente hubiera logrado de permanecer en España.
Y es precisamente por estas vivencias e influencias que recibe a lo largo del tortuoso siglo XX por lo que la música de Gerhard fue evolucionando en complejidad y personalidad, llegando a un grado de madurez y desarrollo, irrepetibles en la historia de la música española de todos los tiempos. Su crepuscular y genial serie zodiacal para conjunto instrumental es una perfecta muestra de ello y su testamento musical: Gémini (1966 para violín y piano), Libra (1968, signo del Zodiaco de Gerhard) para septeto instrumental, con sus apuntes andaluces de la guitarra o su hipnótica tonada catalana a cargo del clarinete y el flautín que se va desvaneciendo en el silencio y Leo (1969, signo zodiacal de su esposa Leopoldina Poldi Feichtegger, 1903 – 1994) para conjunto de cámara de 11 instrumentistas, con su melodía final en fantástica suspensión de un magnetismo mágico, extraída también, a modo de despedida, del folclore catalán.
Es significativa la relación que existe entre estas dos postreras obras, y en especial entre sus respectivos finales, como si el compositor hubiera pretendido quedar para siempre unido musicalmente a su esposa a través del zodiaco. En palabras de Joaquim Homs, biógrafo de lujo de Gerhard, «la conclusión de Leo es la misma de Libra, con ligeras variantes de instrumentación… En Leo, cuando la composición ya parece acabada, aparece la última secuencia de Libra, materializando el nexo de unión de los dos caracteres diferentes y complementarios que fueron los de Gerhard y su esposa Poldi».
Sólo por estas dos obras finales (los que asistieran en el Teatro Real al mítico e inolvidable concierto de 1984 a cargo de la agrupación de cámara London Sinfonietta dirigida por Oliver Knussen, lo entenderán), sin necesidad de haber escrito nada más, merece Roberto Gerhard ser considerado como un titán de la composición musical del siglo XX. Y además, español.
Rafael Valentín-Pastrana
Bibliografía:
– David Drew: Cuatro etapas hacia un estreno mundial. Ediciones Teatro de La Zarzuela, 1992.
– Joaquim Homs: Roberto Gerhard y su obra. Biblioteca de Catalunya, 1991).
– Javier Alfaya: Roberto Gerhard. Música de cámara. Cultural Rioja, 1996.
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