El Tema 8

El tema 8 es como el primer amor: no se olvida nunca.

Una faena de aliño de Jacinto Guerrero a base de azafrán manchego

Estrenada el 14 de marzo de 1930 en el Teatro Calderón de Madrid, con La rosa del azafrán, en dos actos y seis cuadros, el compositor Jacinto Guerrero (1895-1951) y los libretistas Federico Romero (1886-1976) y Guillermo Fernández Shaw (1893-1965) quisieron homenajear al Siglo de Oro español, trasladando la acción de la obra teatral de Lope de Vega en que se basaron, muy libremente, El perro del hortelano, a La Mancha (el músico era natural de Ajofrín, Toledo) y desplazándola en el tiempo para actualizar la historia original, combinando dos fórmulas que les habían funcionado en dos de sus grandes éxitos de la década de los veinte: el ubicar la acción a mediados del siglo XIX (como en Luisa Fernanda) y el recurrir al Fénix de los Ingenios (como en Doña Francisquita, que adaptaba La linda enamorada). Los tres autores repetirían el modelo en 1943 con Loza lozana, ubicada en Puente del Arzobispo, Toledo.

La rosa del azafrán es otra joya de la Edad de Plata que cristalizó durante la Dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1930) y que tanto aportó al arte y cultura españolas. Y conviene recordarlo porque algunos de nuestros intelectuales orgánicos siguen resistiéndose a reconocerlo. Lluís Pasqual indicó recientemente en los cursos de verano de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo que «durante muchos años la zarzuela fue un subgénero» en el que el franquismo «dejó mucha huella mala: intentó apropiarse de los toros y lo consiguió; lo intentó con el flamenco y no lo consiguió; y sí lo hizo con la zarzuela, a la que dejó en la cuneta, como a tantos otros muertos». Puede que el célebre director, en lo que toca a apropiación, se estuviera refiriendo a su último montaje de Doña Francisquita y le falló el subconsciente… Hace pocos años, con motivo de la presentación a la prensa de la zarzuela Don Gil de Alcalá, su director escénico, Emilio Sagi, contó la anécdota de que una vez invitó al director de orquesta italiano Ricardo Muti a asistir a la representación de una zarzuela y que éste quedó fascinado a pesar (esto lo añadió sin venir mucho a cuento) de haberle ubicado «en el palco del pollo». Se refería el regista a la moldura que coronaba el proscenio que solía ocupar Carmen Polo de Franco… y se ve que también don Emilio, de la dinastía de los cantantes de zarzuela de toda la vida. Por cierto, del patriarca de esa estirpe, el barítono Emilio Sagi Barba, dejó escrito Pablo Sorozábal en sus memorias que era un «cavernícola». Y un reputado crítico musical, de cuyo nombre nos hemos olvidado, destapó en una crónica un intercambio de mensajes de texto que supuestamente había mantenido con una amiga: «¡Mi primera zarzuela! Creía que no me gustaría porque las tengo asociadas al franquismo y siento un rechazo visceral… Pero, a la espera de tu opinión, anoche disfruté viéndola”. Y continuaba el plumilla su relato: «Es el WhatsApp de una amiga entusiasmada, el viernes, tras el estreno de ‘El barberillo de Lavapiés’ en el Palau de les Arts. El mensaje podría haber sido escrito por muchas otras personas, por miles y miles de españoles que también asocian el género lírico español a las décadas de represión, cutres y en blanco y negro, de censura y morcillas contenidas, en los que la dictadura franquista se apoderó de la zarzuela para convertirla en rancio símbolo de una España de pandereta, yugos, flechas y hasta aguilucho«. Del pollo al aguilucho: esto lo escribió, en pleno 2021, un divulgador musical que, con motivo de la reposición de una zarzuela (compuesta por Francisco Barbieri cien años antes de que muriera Francisco Franco), se hace eco de las inquietudes y temores que en particular le transmite una acongojada mujer por el teléfono móvil y, al parecer, extensibles a miles y miles de melómanos. Tres ejemplos de arrogancia intelectual izquierdista destilando catequesis progresista que tratan de imponer, a machamartillo y con lenguaje agresivo, los comisarios y activistas que se auto perciben como «la Gente de la Cultura».

Parecido a esto ya lo tuvo que sufrir en vida Jacinto Guerrero: a pesar de su fulgurante y clamoroso éxito de crítica y público (que se repite una y otra vez que se repone esta zarzuela, como en la presente y nueva producción), pronto surgieron voces contra La rosa del azafrán: Benjamín Rosado en el programa de mano señala que «algunos puristas no digirieron bien la imperecedera buena acogida de la obra y empezaron a esparcir hostilidades hacia Guerrero». Josefina Carabias, biógrafa del compositor, recuerda que «le acusaban de haberse hecho demasiado populachero y abandonar el buen camino de la zarzuela grande para entregarse al comercialismo de la revista. Le echaban en cara sus fox, schotis, charlestones y pasodobles, como si un músico no tuviera derecho a dar de sí todo lo que su inspiración le dictara». De hecho, cierto sector de la crítica ha calificado despectivamente a este género de «zarzuela de alpargata», que se correspondería con obras líricas «ligadas a diversas regiones de nuestro país, a sus gentes y a su folclore, convirtiéndose en verdaderos himnos, símbolos y retratos emocionales de esos territorios», como señala Ignacio García en las notas al programa. Los ejemplos son numerosos: La parranda nos evoca Murcia, La del Soto del Parral, Segovia, La Dolores, Aragón, Maruxa, Galicia, El caserío, Vizcaya o tantas y tantas zarzuelas vinculadas a Madrid. Y La rosa del azafrán destila aroma a esta preciada especia de La Mancha, con sus labriegos y gañanes, mozas y espigadoras y sus referencias, no sólo a la comedia de Lope, sino también a Don Quijote (el personaje de don Generoso es un remedo de Alonso Quijano) y los molinos de viento.

Los años veinte fueron, como destaca Benjamín Rosado, «una década de festiva modernización al contacto con otros estilos populares de la época pero en cuyo frenesí de hibridaciones -con la opereta y la revista- parecía anunciarse la inevitable decadencia de un género que estaba obligado, una vez más, a reinventarse. Durante el aciago año del crac bursátil, Jacinto Guerrero ultimaba el primer borrador de una partitura que no sólo contribuiría a evitar el descalabro del teatro lírico español sino que mantendría a buen recaudo su cotización artística, cultural y hasta taquillera. La fórmula pasaba por aspirar a lo más alto -nada menos que la universalización del género-, sirviéndose de lo más cercano, esto es, del sentimiento de nostalgia que la España rural despertaba entre el público». Y así, el compositor y sus libretistas recorrieron juntos tierras manchegas (Ocaña, Tembleque, Puerto Lápice, La Solana, Argamasilla, Tomelloso, El Toboso) para empaparse de sus esencias sobre el terreno: Guerrero aguza el oído y transcribe para guitarras, castañuelas y bandurrias las jotas y las seguidillas manchegas y serreñas que va escuchando: es lo que se vino en llamar «el arte de proximidad»; Romero y Fernández Shaw van anotando las costumbres y usos del lugar: «Las muchachas, con destreza sin par, extraen los tres clavillos rojos de cada flor, amontonándolos en un platito pintado. Al terminar la faena, la séptima parte de lo recogido será para ellas».

Nueva producción del Teatro de La Zarzuela, con brillante y dinámica dirección musical de José Mª Moreno y escénica de Ignacio García que, en la rueda de prensa destacó la necesidad de enfocar la zarzuela de Guerrero «filtrando elementos coyunturales del humor y el estilo de la época». Y así tenemos, en esta moda de adaptar obras del pasado al Nuevo Orden Mundial, la presentación de los distintos cuadros de la zarzuela con coplas y saetas ajenas a la obra original, interpretadas por una cantante de música popular (Elena Aranoa) y coreografiadas de un modo discutible por Rosa Cano: pasos de break-dance para renovar acertadamente la seguidilla del preludio de la zarzuela, pero que se equivoca con otros movimientos espasmódicos de los bailarines que recuerdan a la estética del videoclip (con claras y gratuitas referencias al mundo de los zombies de Thriller de Michael Jackson), el refuerzo de las saetas con extemporáneos instrumentos de percusión más propios de la dichosa batucada o cierto toque revolucionario (aquí la referencia iconográfica es la de las masas que se alzan contra la opresión en Novecento de Bernardo Bertolucci) que se trata de imprimir al célebre coro “Esta mañana muy tempranito” como loable reivindicación de la explotación de las mujeres del campo manchego… pero innecesaria porque ese asunto está ya respetuosamente tratado en el libreto original sin necesidad de relecturas y subrayados: incluso los gañanes de la comarca acuden al final de la pieza a poner en valor el trabajo femenino. Por no hablar de lo que estorba a la acción que la cantaora deambule por el escenario musitando o tarareando sus coplas, mientras el resto de intérpretes interviene, distrayendo a cantantes y espectadores. Destacó la sobria pero muy eficaz escenografía de Nicolás Boni, adecuadamente iluminada por Albert Faura. En el reparto sobresalieron Juan Jesús Rodríguez (el mísero labrador Juan Pedro) y Yolanda Auyanet (Sagrario, el ama de la hacienda donde trabaja aquel), una pareja que destila muy buena química. Y muy apropiados los personajes secundarios (con presencia de actores de la talla de Vicky Peña, Mario Gas y Emilio Gavira), con momentos impagables (no tanto en lo vocal, pero sí derrochando vis cómica) como el número «¡Conformidá! / ¡Qué voy a hacer!», entre Moniquito (Ángel Ruiz), Carracuca (Juan Carlos Talavera) y las mozas casaderas de La Mancha haciendo cola dispuestas a esposarse con éste, que acaba de enviudar: un gratificante respiro el de esta deliciosa escena sin parangón en el género lírico mundial (por eso es necesario promover y conseguir la declaración de la zarzuela como Patrimonio Intangible de la Humanidad) y sin complejos por lo políticamente incorrecto («La Jacoba / ¡hay que verla moviendo la escoba / o guisando en las ollas de barro! /¡Y el lomo de guarro / lo bien que lo adoba!”, la promocionan las vecinas, para que el viudo la despache con un displicente mazazo: “¡Que se vaya a fregar la Jacoba!»), lo que es de agradecer en estos tiempos que corren de nueva moralina… hasta en el azafrán manchego.

Rafael Valentín-Pastrana

@rvpastrana

Videobibliografía:

– Benjamín G. Rosado: La rosa del azafrán. Teatro de La Zarzuela. Madrid, 2024.

– Benjamín G. Rosado: La flor de un siglo: difícil de explicar, fácil de sentir. Teatro de La Zarzuela. Madrid, 2024.

– Ignacio García: Un homenaje a La Mancha o el austero verismo manchego. Teatro de La Zarzuela. Madrid, 2024.

– Rafael Valentín-Pastrana: Milagro en Madrid: «El sobre verde» de Jacinto Guerrero. http://www.eltema8.com, 2022.

– Rafael Valentín-Pastrana: Un indiano en la Provenza. http://www.eltema8.com, 2021.

– Rafael Valentín-Pastrana: Sobre la musicología como correa de transmisión de determinadas ideologías políticas. http://www.eltema8.com, 2021.

– Álvaro Torrente, Marta Torres y Tatiana Araéz: Guerrero y su legado. El triunfo de la modernidad. Instituto Complutense de Ciencias Musicales. Madrid, 2019.

https://atodazarzuela.blogspot.com/2014/05/la-rosa-del-azafran-libreto.html

Nota: Las imágenes incluidas en este post de los ensayos y/o funciones de La rosa del azafrán son © Teatro de La Zarzuela / Elena del Real / Javier del Real. Madrid, 2024.

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Esta entrada fue publicada en enero 24, 2024 por en Música y etiquetada con , , , , .

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