El Tema 8

El tema 8 es como el primer amor: no se olvida nunca.

La maté porque se reía

Las golondrinas, drama lírico en tres actos de José Mª Usandizaga (1887-1915), parte de un libreto en prosa y verso escrito por el matrimonio Gregorio Martínez Sierra-María Lejárraga (casi nadie: los autores de El amor brujo, aunque ahora se sabe que la creación y el talento lo ponía ella y la organización y producción, él) basado en su obra de 1905 Saltimbanquis, adscrita al movimiento literario del modernismo. Estrenada primero como zarzuela en 1914 en el Teatro Circo Price con Pablo Luna en la dirección, Las golondrinas fue adaptada posteriormente a ópera sin partes habladas tras la prematura muerte del compositor por tuberculosis y presentada en 1929 en el Liceo de Barcelona, que es la versión que se ha afianzado en el repertorio y que se programa estos días en el Teatro de La Zarzuela, con dirección escénica, como en 2016, de Giancarlo de Monaco y dirección musical de Juanjo Mena.

El mundo de farándula en el que se desarrolla Las golondrinas remite obligatoriamente al de I pagliacci (1892) de Ruggero Leoncavallo (1857-1919). Pero Las golondrinas no sólo bebe en el verismo italiano. Usandizaga había estudiado en la parisina Schola Cantorum, prestigiosa escuela superior musical que había fundado en 1894 Vincent D’Indy y en la que el compositor guipuzcoano aprendió el dominio del color orquestal y el arte de la dramaturgia teatral. Tras las enseñanzas en Francia, el donostiarra compone a su regreso a España su primera ópera, Mendi-mendiyan (En lo profundo de la montaña, 1909), encargo de la Sociedad Coral de Bilbao, que pretendía impulsar las óperas sobre temas vascos de compositores de la región (Jesús Guridi aportaría su Mirentxu y Santos Intxausti Lide ta Ixidor) y de la que la crítica destacó su telúrico «primitivismo salvaje«. Y la madurez de Usandizaga se acentuará cinco años después en Las golondrinas, donde el compositor demuestra cómo durante su experiencia europea se empapó de las mejores músicas del momento. Nos encontramos en un ambiente de artistas del circo, titiriteros, payasos y de los personajes de la commedia dell’arte italiana. Pero más que en su lado amable (hay en esta zarzuela-ópera algo de vienés, en su vertiente de opereta), son patentes los filtros más incómodos y transgresores de Schoenberg (Pierrot lunaire, 1912), Richard Strauss (Ariadna en Naxos, 1912), así como de las densas atmósferas de las óperas de Franz Schreker (El sonido lejano, de 1912 o Los estigmatizados de 1914). Mundo de arlequines y clowns que retomarán posteriormente otros compositores como Erich Wolfgang Korngold (La ciudad muerta, 1920), Conrado del Campo (Fantochines, 1923) o Pablo Sorozábal (Black el payaso, 1942) mirando hacia los personajes de Goldoni con un enfoque más cercano al del simbolismo de Las golondrinas.

Su célebre y extensa pantomima (pieza básicamente orquestal en la que los miembros de la compañía teatral interpretan un entremés con Polichinela, Pierrot y Colombina de protagonistas) deja vislumbrar la relevancia que hubiera alcanzado este compositor que estaba señalado para renovar no sólo la ópera vasca (si es que en algún momento llegó a existir), sino todo el género lírico español. Con su repentino fallecimiento en 1915 su tercera ópera, La llama (que quedaría inconclusa, sobre otro argumento del tándem Lejárraga-Martínez Sierra, esta vez sobre amores y traiciones entre esclavas, prisioneros y odaliscas de un sultán turco, un tema muy en boga en esos años: de 1916 es El asombro de Damasco, zarzuela de Pablo Luna que causó furor), Usandizaga volvió a mostrar que había asimilado las corrientes musicales que estaban surgiendo en la Europa de su entorno, pero sin dejar de ser un músico de su tierra: ahí está la romanza de Lina «Me dices que ya no me quieres» o el magnífico dúo, puro desgarro español, del tercer acto entre Lina y Cecilia.

Zarzuela-ópera de apenas seis personajes (de los cuales tres son irrelevantes), entre ellos destaca Puck, piedra de toque de todo barítono español que se precie (Emilio Sagi-Barba, partícipe del estreno de Las golondrinas, Marcos Redondo, Manuel Ausensi, Vicente Sardinero o Antonio Blancas han sido grandes Pucks) y en cuya escritura vocal Usandizaga incorporó, eficazmente en lo teatral y sorprendentemente en lo musical, muchas de las novedades estilísticas que había traído el cambio de siglo: el equivalente al «Ridi, pagliaccio» con el que se lamenta Canio y al «La commedia è finita» con que termina la verista ópera de Leoncavallo, sería el desgarrador y escalofriante «Al morir… ¡se reía!» de Las golondrinas, un impresionante racconto, insólito y sin parangón en el género lírico español de todos los tiempos, puro sprechgesang expresionista con el que finaliza (aunque la zarzuela-ópera concluye con un pseudo final feliz en el que Lina perdona a Puck pese a que la suerte está echada para los dos: el garrote vil para él y el baldón del desprecio y el ridículo para ella) la obra de Usandizaga.

Sin embargo decepcionó el habitualmente cumplidor Gerardo Bullón, que se suele defender en personajes no protagónicos por la nobleza de su registro central pero que para un papel de la complejidad y exigencia de Puck, que requiere también un amplio espectro de agudos y graves, estuvo nervioso e incómodo desde su entrada en escena, quizá por estar en exceso pendiente de seguir obsesivamente las indicaciones del director de escena, que presenta al protagonista como un machista maltratador (el Nuevo Orden Mundial y los Objetivos de Desarrollo Sostenible mandan: esas escrutadoras y desabridas miradas de reproche que le dedican a Puck el resto de personajes de la compañía…) plagado de tics, guiños y tembleques compulsivos que llevaron al barítono a desatender lo vocal y dar la sensación de que, por momentos, estaba superado y bloqueado. Creación sobreactuada de su personaje, como abusador y paranoico, con la que Bullón no acierta, además de ser poco creíble en ese role. También dio prioridad a lo actoral Keteva Kemoklidze, recurriendo a un registro gutural que, aunque excesivo, puede cuadrar para su enfoque de Cecilia como mujer fatal, pero al que no ayuda su mala pronunciación del castellano. Y la más destacada fue Raquel Lojendio como la abnegada Lina, que no priorizó su musicalidad (que fue evolucionando a lo largo de la obra desde soprano ligera inicial, pasando por una caracterización más dramática para el segundo acto hasta llegar a los registros graves del tercer y último cuadro) a su interpretación como actriz (salvo alguna concesión, esta vez ideada oportunamente por el regista, como cuando durante el dúo de amor entre Puck y Cecilia -“No dudes del amor que se alejó»Lina les observa en un segundo plano mientras se acaricia lúbricamente su cuerpo) y así se lo reconoció el público.

En la dirección de orquesta, Juanjo Mena acertó más en los momentos puramente instrumentales (sacando lo mejor de los músicos tanto en la referida pantomima como en el preludio del último acto, aunque no dio con la tecla para dotar a los tres finales de acto de la progresión climática adecuada para cerrarlos en alto) que como concertador (desajustes constantes en el primer acto y tendencia a tapar con el volumen de la orquesta las voces de los solistas, que además no siempre estaban bien ubicados en el mejor sitio del escenario -especialmente Puck, a menudo tumbado, sentado o de espaldas- para emitir su voz). En lo escénico, destacó el decorado de las bambalinas y entre cajas donde la troupe ensaya, come, discute y pasa el tiempo, diseñadas por William Orlandi y el planteamiento del vestuario, a cargo de Jesús Ruiz, principalmente (salvo en el vistoso paréntesis de color de los personajes de la pantomima, también acertadamente coreografiada por Barbara Staffolani) a base de blancos, grises, negros y marrones muy adecuados para ilustrar la historia de amor, celos y desamor de Las golondrinas.

¿Hacia dónde hubiera transitado la producción lírica de Usandizaga de no haber fallecido a los veintiocho años de edad? ¿Hacia la anhelada ópera nacionalista vasca? Quizá a cuentagotas, quién sabe, aunque no lo parece viendo lo a gusto que se estaba moviendo el compositor bajo el paraguas protector del influyente matrimonio Martínez Sierra-Lejárraga, muy poco partidario de los nacionalismos identitarios y excluyentes. Jesús Guridi (1886-1961), inicialmente comprometido, como Usandizaga, con la “operación ópera vasca” (Mirentxu, Amaya), la abandonó, yendo a lo práctico, a raíz del éxito de El caserío (1926) y así se lo aclaró a su amigo el tenor Isidoro Fagoaga que, como buen nacionalista, le había reprochado su deriva españolista: “Tú bien sabes, amigo Fagoaga, que para componer “Amaya” invertí diez largos años y que apenas gané para comprarme un chaleco. En cambio, escribí “El caserío”, invirtiendo pocos meses, y los derechos de autor que me proporciona me permiten educar convenientemente a mis hijos y pasar los meses de descanso en este chalet de Donostia. La gloria está bien, pero sin miseria. Y los vascos tenemos, gracias a Dios, bien plantados los pies en el suelo”. Y lo más probable es que José Mª Usandizaga hubiera seguido los pasos de su colega y paisano.

Rafael Valentín-Pastrana

@rvpastrana

Bibliografía:

– Teresa Cascudo: Un cielo musical amenazando tormenta. Teatro de La Zarzuela. Madrid, 2023.

– Giancarlo del Monaco: El teatro y la locura. Teatro de La Zarzuela. Madrid, 2023.

– Rafael Valentín-Pastrana: Los titanes de la composición en el siglo XX (60): Arnold Schoenberghttp://www.eltema8.com, 2022.

– Rafael Valentín-Pastrana: «Benamor», la deconstrucción de sexos en una zarzuela queer de Pablo Lunahttp://www.eltema8.com, 2021.

– Rafael Valentín-Pastrana: ¿Existió alguna vez una auténtica ópera vasca?http://www.eltema8.com, 2019.

– Rafael Valentín-Pastrana: Verismo a la vizcaínahttp://www.eltema8.com, 2019.

– Rafael Valentín-Pastrana: La recuperación de una ópera española olvidada: «Fantochines» de Conrado del Campo. www.eltema8.com, 2015.

Nota 1: Este post, dedicado a José Mª Usandizaga, constituye el número 65 de la serie sobre Los titanes de la composición en el siglo XX.

Nota 2: Las imágenes de las representaciones y/o ensayos de Las golondrinas incluidas en este post son © Teatro de La Zarzuela / Elena del Real / Javier del Real, 2023.

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