Si hay un apellido que domina el panorama musical español del siglo XX hasta ya bien entrado el siglo XXI, ése es Halffter. La obra de dos hermanos, Rodolfo (1900-1987) y Ernesto (1905-1989) y su sobrino Cristóbal (1930) cubren la historia de la música contemporánea española de manera ininterrumpida los últimos noventa años, desde que Ernesto asombrara al mundo con su precoz Sinfonietta, compuesta en 1925 y hasta nuestros días, en que se celebra y homenajea a Cristóbal por su 85º cumpleaños. La continuidad de la saga de los Halffter queda garantizada para unas cuantas décadas con Pedro (1971, hijo de Cristóbal) consagrado director de orquesta.
Rodolfo Halffter: uno de los grandes «olvidados» del exilio mexicano
Rodolfo, el mayor de los Halffter, nació en Madrid «al lado del Lhardy» (en referencia al centenario restaurante de la Carrera de San Jerónimo, como el propio compositor acostumbraba a relatar) el 30 de octubre de 1900 y falleció en México, su patria de adopción (pero sin renunciar a su nacionalidad española), el 14 de octubre de 1987.
De formación autodidacta, recibió enseñanzas del pianista húngaro Fernando Ember (1897-1948) y el prestigioso musicólogo y crítico Adolfo Salazar (1890-1958) y se codeó con el círculo de intelectuales y artistas en torno a la Residencia de Estudiantes (Juan Ramón Jiménez, Dalí, Buñuel y Alberti…). Pero es con Manuel de Falla (1876-1946), quien acoge a los hermanos Halffter en su residencia granadina a mediados de los años 20, con el que su vocación de compositor se consolida. Estudian con avidez las obras para clave del padre Antonio Soler y de Doménico Scarlatti (no en vano se conoce como scarlattismo a esta corriente estilística abrazada por Falla y sus seguidores), así como las obras de tendencia neoclásica de la música europea del momento. Una muestra de ello son sus Sonatas de El Escorial Op. 2, para piano, que deben mucho también al Concerto para clave y cinco instrumentos de Manuel de Falla.
A principios de la década de los 30 se constituye el Grupo de los Ocho o Grupo de Madrid o Grupo de la República, siguiendo el ejemplo del grupo francés de Les Six, creado en 1920 por Auric, Durey, Poulenc, Milhaud, Tailleferre y Honegger bajo el auspicio de Cocteau y Satie. Esta suerte de Generación del 27 musical, apadrinada por el citado Adolfo Salazar, cuyo credo era alejarse de fórmulas académicas ya trasnochadas y abandonar formas y géneros superados, cuenta como miembros con Rodolfo Halffter, Ernesto Halffter, Julián Bautista (1901-1961), Fernando Remacha (1898-1984), Salvador Bacarisse (1898-1963), Gustavo Pittaluga (1906-1975), Rosa García Ascot (1902-2002) y Juan José Mantecón (1896-1964). Sus integrantes trabajaron más o menos unidos, con intenciones semejantes y fines convergentes desde los últimos años de la monarquía de Alfonso XIII y durante la II República. La significación de muchos de estos artistas en favor de ella (Rodolfo recopiló las Canciones de la Guerra Civil Española) aboca a casi todos ellos al triste destino, tras el advenimiento de la contienda fratricida, del exilio interior o exterior, temporal o definitivo. El mayor de los Halffter había conocido ya en guerra al compositor mexicano Silvestre Revueltas (1899-1940); así lo cuenta Rodolfo: «En Valencia, en 1937, estreché por primera vez su mano afectuosa y viril. Silvestre Revueltas, hombre grueso y locuaz, de cara amable y mirada bonachona, siempre con el pecho al descubierto, formaba parte de la delegación de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios, que visitaba los frentes de guerra de la España en llamas. Silvestre y yo simpatizamos de inmediato«.
Y así es como, concluida la Guerra Civil, se exilia Rodolfo Halffter a México donde pronto se le acoge como a uno más, obteniendo en 1940 el cargo de profesor del Conservatorio Nacional y director artístico de la compañía de ballet La Paloma Azul, fundada junto a la bailarina y coreógrafa Ana Sokolow (1910-2000, casada con el célebre compositor de Hollywood Alex North) y su compatriota en el exilio, el escritor José Bergamín (1895-1983). Para esta formación adapta Rodolfo su Suite orquestal de 1935 a ballet con el título de Don Lindo de Almería, Op.7 y se encargan obras del género a autores locales como La hija de Cólquide de Carlos Chávez (1899-1978) o Danza de las fuerzas vivas de Blas Galindo (1910-1993). Para la compañía escribe posteriormente Halffter el ballet La Madrugada del Panadero Op. 12, con argumento de José Bergamín.
El compositor se adapta con facilidad a la vida musical mexicana, fundando en 1946 la revista especializada Nuestra Música, trabajando como crítico musical para el periódico El Universal Gráfico, dirigiendo Ediciones Mexicanas de Música y siendo nombrado secretario del departamento de música del Instituto Nacional de Bellas Artes de México. En esos años y para Samuel Dushkin (1891-1976 destacado virtuoso de la época, destinatario de obras escritas para su instrumento por Ravel o Stravinsky) compone, todavía con una estética nacionalista y apegada a la nostalgia, su Concierto para violín y orquesta, Op.11 (1942).
Ya en la década de los 40, y aunque todas sus obras hasta entonces habían sido claramente tonales, había empezado Rodolfo Halffter a experimentar con los sistemas dodecafónico y serial implantados y desarrollados en los años 20 por Schoenberg, Berg y Webern. Es en concreto en 1953, y por mediación de Halffter, cuando se compone oficialmente en México la primera obra estrictamente serial, las Tres hojas de álbum, para piano, Op.22. Su fascinante evolución creativa le lleva (en un recorrido casi paralelo al que haría en esos mismo años el catalán Roberto Gerhard en su exilio inglés) del nacionalismo post-Falla a la adopción de los postulados seriales con un estilo propio melódico y politonal y una visión menos radical y austera que la propugnada por la Escuela de Viena, como se puede apreciar en la posterior Tripartita para orquesta, Op. 25 (1959). “En mis obras seriales trato de conservar vivo el espíritu español”, le escribiría Rodolfo a su sobrino Cristóbal.
No obstante, y como sus compañeros de Generación, pese a la lejanía, el recuerdo de España es imborrable («Se la llevan ya de España / que era lo que más quería…»), y en 1960 Halffter, a la vez que sigue experimentando con el serialismo y las formas aleatorias (en obras pianísticas como Sonata 3 de 1967 y Laberinto de 1972) compone Marinero en tierra Op. 27, para voz y piano, ciclo de cinco canciones sobre los poemas de su amigo de juventud Rafael Alberti.
México, que supo apreciar desde el primer momento la talla humana y artística del músico madrileño, le sigue agasajando con cargos y condecoraciones: representante por México de la SIMC (Sociedad Internacional de Música Contemporánea), Director de Conciertos de Bellas Artes, miembro de número y vitalicio de la Academia de Artes de México, Premio Nacional de Ciencias y Artes, concedido por el Gobierno de México…
Afortunadamente a Rodolfo se le recuperó para España como compositor y profesor (impartió cursos en Granada y Santiago de Compostela), aunque fuera de manera intermitente y tardía, en las décadas de los 60 y 70 en que visitó asiduamente España, recibiendo homenajes por parte de la Fundación March en 1980 y el Premio Nacional de Música en 1986, un año antes de su fallecimiento.
Ernesto Halffter: un compositor víctima de su primer éxito y demasiado apegado a Manuel de Falla
Con veinte años de edad el apellido Halffter, de origen prusiano, se da a conocer en el panorama musical europeo tras el apoteósico estreno de la Sinfonietta en Re Mayor de Ernesto (Madrid, 16 de enero de 1905 – Madrid, 5 de julio de 1989), el menor de los hermanos Halffter compositores. Corre el año 1925 y su autor es saludado como el heredero de Manuel de Falla, con un estilo innegablemente español, pero alejado del nacionalismo de principios de siglo, ya superado, entroncando más con esas vías de retornos estilísticos mirando al pasado tan de esa década de los 20 (a la manera de Stravinsky, Poulenc y sobre todo del Falla de las combinaciones breves y camerísticas con El retablo de maese Pedro y el Concerto para clave y cinco instrumentos) y con un aroma renacentista, galante, neoclásico a la manera de concerto-grosso barroco.
Ernesto Halffter escribió su obra señera en continuo contacto con Manuel de Falla (a quien la partitura, Premio Nacional de Música, está dedicada), que siempre le consideró su único discípulo desde 1923 en que se conocieron. Su estudio en común durante esos años en el domicilio granadino del maestro de las obras del periodo español de Doménico Scarlatti, Luigi Boccherini y del padre Antonio Soler se refleja innegablemente (al igual que influyó en su hermano Rodolfo) en esta fresca, chispeante e inspiradísima pequeña sinfonía.
De inmediato el éxito de la Sinfonietta le reporta a Ernesto Halffter todo tipo de encargos. Así el director de cine belga Jacques Feyder (1885-1948, que desarrolló su carrera en Francia y conocido especialmente por la deliciosa comedia histórica La kermesse héroïque de 1935) le encomienda a Ernesto la partitura para su película Carmen (1926), sobre el inmortal mito de Prosper Mérimée. La experiencia le sirve para familiarizarse con un medio para el que compondrá un buen número de bandas sonoras. Y al estar en Francia, toma contacto con Maurice Ravel, con el que estudia un año.
De 1928 es su ballet Sonatina, escrito para la Compañía de Ballets Españoles de Antonia Mercé, La Argentina, que se estrena en París. De esta notable e inspirada obra, que mantenía al joven Ernesto Halffter como el compositor español del momento, se hizo célebre como pieza suelta para piano La danza de la pastora, que incluyeron en su repertorio insignes pianistas, como Alicia de Larrocha, entre otros.
Miembro, como su hermano Rodolfo, del Grupo de los Ocho, con los convulsos últimos años de la II República Española, nuestro compositor, casado con la pianista portuguesa Alicia Cámara, decide fijar su residencia en la capital lusa de 1935 a 1954, donde ejerció como director del Instituto Español. Allí, en su «medio exilio» como lo llamó su sobrino Cristóbal, compone Ernesto Halffter «en atmósferas de retaguardia» su Rapsodia Portuguesa para piano y orquesta (1938), dedicada a su admirado Ravel, fallecido un año antes. «El exilio y sus circunstancias terribles dan como resultado una cierta paralización de las vanguardias. En esa situación Ernesto vuelve su mirada hacia atrás, hacia Ravel, hacia un tipo de música más impresionista, y se olvida de quienes hasta entonces habían sido sus guías: Stravinsky y Bartok», escribe Cristóbal Halffter sobre su tío Ernesto.
Pero menos activista y comprometido que su hermano Rodolfo, Ernesto regresa a España a mediados de los 50, donde ejerce de padre espiritual de las nuevas generaciones, componiendo aún alguna obra en exceso anclada en su estilo scarlattiano-falliano de los años 20 como el ballet El cojo enamorado (1955). En la década de los 60 escribe piezas notables como la religiosa Canticum in P.P. Johannem XXIII (1964), u orquestal como el Concierto para guitarra y orquesta (1969). Son años de encargos, homenajes y galardones, como su segundo Premio Nacional de Música, que recibe en consideración a su larga trayectoria.
En definitiva, a la hora de valorar la contribución de Ernesto Halffter a la música española, hay que convenir que el éxito de la Sinfonietta (y sobre todo el apoyo entusiasta de Manuel de Falla) empañó el resto de su producción y fue contraproducente ya que le granjearon envidias y enemigos demasiado pronto. Quizá irrumpió muy joven y con mucha fuerza en un ámbito musical en exceso provinciano, como era el español del momento, dominado por lo académico y lo escolástico. Su producción es escasa para una vida tan longeva. Quizá sus diversas ocupaciones, a veces en orquestas, a veces en conservatorios y otros cargos le impidieron centrarse en un oficio para el que poseía gran talento y capacidad.
Aunque sin duda la razón principal de este caso Ernesto Halffter es que dedicó muchos años a la finalización de la obra póstuma de su admirado maestro Falla sobre textos de Jacinto Verdaguer, La Atlántida, encargo de los herederos del músico gaditano y de la editorial Ricordi en 1957 (a la postre, un caramelo envenenado), habida cuenta de la estrecha vinculación entre don Manuel y pupilo y empeño al que Halffter dedicó intenso trabajo y continuas revisiones hasta 1976 (esa tendencia a repasar compulsivamente una y otra vez sus trabajos ya la detectó en su momento Falla en su discípulo, al que en una ocasión escribió «No se torture, Ernesto. Sabe usted mucha más música de la que cree»). Sin olvidar que Ernesto también invirtió su tiempo en la orquestación de otra obra de Falla, la Siete canciones populares españolas. En palabras de su sobrino Cristóbal, Ernesto llevó a cabo «una decisión de nobleza y de entrega a su maestro que aún no se le ha reconocido, y con la cual hace, en mi opinión, un daño gravísimo a su propia producción, ya que aquel trabajo fue tan meticuloso que le impidió concentrarse en el propio e informarse del entorno estético».
Siempre Falla, en definitiva, en la vida de Ernesto Halffter; su alpha y su omega: la obra por la que más se le recuerda es precisamente por su primera composición importante, la Sinfonietta en Re Mayor de 1925 (apadrinada por Falla), cuyo éxito no pudo igualar ni aproximar en los sesenta y cuatro años siguientes (por estar inmiscuido en la finalización de una obra que Falla dejó inconclusa…). Una triste y dura realidad para la música española del siglo XX.
Cristóbal Halffter: el renovador de la música española del siglo XX mediante la fusión de tradición y vanguardia
Cristóbal Halffter (Madrid, 24 de marzo de 1930 – Villafranca del Bierzo, 23 de mayo de 2021), es junto a Luis de Pablo (Bilbao, 28 de enero de 1930 – Madrid, 10.10.2021) el gran compositor español de la segunda mitad del siglo XX.
La tradición musical de su familia le lleva pronto a seguir los pasos de sus tíos Rodolfo y Ernesto, ingresando en 1947 en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, donde estudia composición con el egregio y académico Conrado del Campo (1878-1953) y graduándose en 1951. Al respecto de su maestro, declarará Halffter con cariño, pero a la vez entendiendo sus prejuicios: «Estaba limitado en su pensamiento a los primeros años del siglo XX. No era muy partidario de todo lo que venía después. Yo por libre me interesé por la renovación de la música y ahí tenía los ejemplos de Manuel de Falla, de mis tíos que renovaron en su momento la música española, y los maestros como Bartok, Stravinsky, Schoenberg, Alban Berg…y tantos otros que yo estudiaba por mi cuenta, nunca con don Conrado, porque de eso no se podía hablar con él».
En paralelo, estudia dirección de orquesta («Cristóbal es un gran compositor y además es un gran músico…es un músico integral» le define su colega y coetáneo Joan Guinjoan, nacido en 1931), carrera que compatibilizó con la composición durante décadas y hasta hace unos años a partir de los que ya se dedica en exclusiva a la escritura musical.
Durante los años 50 Cristóbal es aún un compositor enraizado en la música tonal nacionalista posterior a Manuel Falla y bien considerado en los ambientes culturales del momento. De 1952 es su Antífona Pascual, para solistas, coro y orquesta que homenajea a la edad de oro del madrigal renacentista español. En 1953 Halffter había obtenido con su Concierto para piano el Premio Nacional de Música, que combinaba elementos tradicionales españoles con técnicas de vanguardia. Como afirma el autor «Nosotros –se refiere a la denominada Generación del 51, de la que forma parte junto a Ramón Barce, Luis de Pablo, Antón García Abril y Manuel Blancafort entre otros en referencia al año de su graduación en el Conservatorio– no podíamos ir en contra del Dictador con las armas, porque todos éramos contrarios a la violencia. Lo que teníamos que hacer era participar, sin perder nuestra dignidad ni nuestra forma de pensar, para poder crear cada uno en sus posibilidades una España suficientemente preparada para que algún día viniese la Democracia«.
Su ascendencia alemana le permitió, durante las décadas de los 50 y 60, acceder a las partituras de los compositores del momento, que eran prácticamente imposibles de conseguir en la España de posguerra, desconectada durante lustros de la música de vanguardia europea y rompiendo así el aislamiento a que estaba sometida la música española desde la Guerra Civil.
Es en la década de los 60 cuando el menor de los Halffter encuentra su voz propia y su presentación en esta nueva faceta estética se produce con el estreno en 1961 de Microformas, que revoluciona el panorama musical español. Su interpretación supuso uno de los mayores escándalos que se recuerdan, con los asistentes al concierto del Teatro Real madrileño divididos en dos bloques irreconciliables de detractores y partidarios. A partir de entonces, Cristóbal opta por seguir el camino de lo políticamente incorrecto pero ante todo, y en palabras suyas, de una manera «profundamente musical y absolutamente abstracta».
Autor comprometido y concienciado, Halffter se había adentrado en 1967 en el género del oratorio-cantata con Symposium, a partir de los textos de Platón. Obra apabullante e hija de su tiempo en la línea de otras composiciones de esos años de similar estructura y disposición instrumental, como La peste (1964) de Roberto Gerhard (1896-1970), la Sinfonía (1968) de Luciano Berio (1925-2003) o la Misa (1971) de Leonard Bernstein (1918-1990), su éxito trajo como consecuencia el encargo por parte de la ONU de otra cantata sinfónica para soprano, barítono, seis recitadores, dos coros mixtos y orquesta con dos directores, Yes speak out, yes (1968), con textos de Norman Corwin (1910-2011, quien había quedado impresionado al asistir al estreno de Symposium y que recomendó al compositor para escribir la música) para conmemorar el XX aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El espaldarazo al arte compositivo de Cristóbal Halffter fue inmenso y decisivo, con todo lo que el encargo de las Naciones Unidas significaba para un compositor de un país bajo régimen autoritario, convirtiéndose el autor desde entonces no sólo en una de las referencias de la música de vanguardia europea, sino también en un símbolo y ejemplo de la resistencia contra las dictaduras desde un punto de vista cultural. Con gran expectación, medidas de seguridad y polémica, se estrena la obra en el Madrid franquista de 1969. Pedro Laín Entralgo llegaría a declarar tras escuchar la pieza: «He sentido en mi alma y en mi piel, oyendo esa cantata, el gozo, la humillación y el orgullo de ser hombre de mi tiempo».
En la década de los 70 Halffter continúa componiendo obras contestatarias, como Planto por las víctimas de la violencia, para grupo de cámara y electroacústico (1971), Réquiem por la libertad imaginada (1971) y Gaudium et spes – Beunza (1972), un alegato en favor del pacifismo dedicado a la figura de José Luis Beunza, pionero en la objeción de conciencia en España, que sacrificó su juventud en aras de la no violencia y que fue condenado en un consejo de guerra a ser encarcelado en el destacamento del Sáhara. La obra, en tres partes y escrita para dos coros y cinta magnética con textos pregrabados cantados y hablados, estrenada en Colonia, fue por descontado mal aceptada por el régimen de Franco. En ella se advierte otra de las características del compositor: su profunda religiosidad y humanismo como declarado cristiano, presente en obras como Oficium Defunctorum (1978).
Pero quizá la obra más representativa de esta década -nueva acción de protesta con su música por parte de Cristóbal Halffter- son las Elegías a la muerte de tres poetas españoles (1975), por encargo de la Südwestfunk (SWF) con sede en Baden-Baden, donde se estrenó. La pieza, para gran orquesta, se centra en las figuras emblemáticas de Antonio Machado –Exilio-, Miguel Hernández –Cárcel– y Federico García Lorca –Sangre-, tres poetas cuya muerte se produjo en el lapso de seis años (de 1936 Machado y Lorca a 1942 Hernández) y en circunstancias dolorosas o violentas (en el exilio Machado, en la cárcel Hernández o asesinado Lorca). El autor de este post asistió al estreno de esta composición para gran orquesta en el Teatro Real de Madrid en 1976, en un ambiente gélido y distante de incomprensión total del conservador público de abono de la Nacional hacia esta impactante obra en la que Halffter emplea como forma musical lo que se conoce como narrativa abstracta, y en la que experimenta con la aleatoriedad controlada ya que los instrumentistas tienen que tocar por momentos independientemente unos de otros.
En 1985 coincidieron Cristóbal Halffter y Mstislav Rostropovich, el gran violoncellista (destinatario de obras maestras de Prokofiev, Shostakovich, Lutosławski, Penderecki, Dutilleux, Sauguet, Jolivet, Bernstein, Ginastera, Messiaen, Landowski, Schnittke, Boulez, Berio… La historia de la música del siglo XX no sería la misma sin Rostropovich) para el que nuestro compositor, ampliando el repertorio del instrumento, escribió su Concierto para violoncello y orquesta Nº2 “No queda más que el silencio”, en homenaje de nuevo a Federico García Lorca (los tres movimientos del concierto llevan subtítulos de poemas del granadino: I- El grito deja en el viento una sombra de ciprés. II- Vine a este mundo con los ojos y me voy sin ellos. III- Si muero, dejad el balcón abierto.). En precisas palabras del musicólogo José Luis Téllez en las notas al programa con motivo del estreno madrileño de la obra: «violoncello, voz del poeta que inicia un texto en el silencio que, sucesivamente, ha de ser rechazado, bloqueado, asumido, comentado, amplificado, interrumpido y acallado en la mayor violencia por el gran contingente orquestal del que, pese a todo, concluirá emergiendo para ahora ofrecer su propia imagen inicial trascendida». Este bloguero fue testigo, en la presentación de la grabación discográfica de la obra para el sello Erato a cargo de Rostropovich en la Sala de Columnas del Círculo de Bellas Artes de Madrid, de lo fascinado que estaba el intérprete soviético por las «notas largas, amplias, infinitas» del concierto compuesto para él por el madrileño.
Es una época en la que se suceden continuamente los encargos: para el centenario de la ciudad alemana de Dortmund, para el director de orquesta Paul Sacher por su 80 cumpleaños (la obra resultante es quizá la más verdaderamente popular de Cristóbal Halffter: Tiento del primer tono y Batalla imperial de 1986, perfecta fusión del arte del compositor, enfrentando música pretérita española -de Antonio Cabezón y de Juan Bautista de Cabanilles- con contemporánea, siempre enlazando el presente con recuerdos y reminiscencias del pasado), para la capitalidad europea de la cultura Madrid 1992 (componiendo el Preludio para Madrid 92, que parafrasea el célebre Fandango de Antonio Soler, tan querido por sus tíos Rodolfo y Ernesto), por el 50 aniversario del bombardeo de Dresde, para la Filarmónica de Viena…
Autor consagrado internacionalmente en vida (lo que sólo está al alcance de pocos titanes de la composición), Cristóbal Halffter es un ciudadano del mundo (su familia paterna procedía de Königsberg y de Málaga, a 3.000 kilómetros, la materna) y a la vez un español convencido y enamorado de sus tierras (vivió en ciudades como París, Milán, Berlín, Darmstadt, Friburgo, Baden-Baden y actualmente reside junto a su mujer, la pianista María Manuela Caro –Marita, para quien compuso como agradecimiento por su abnegación y sacrificio al abandonar su carrera para dedicarse a su marido e hijos, el Concierto para piano y orquesta de 1988- en un castillo situado en Villafranca del Bierzo, en la provincia de León, propiedad de la familia de su mujer) y de su cultura. «Mi música es española. No ha podido hacerla nadie más que un español», afirma Halffter. Y es que en muchas de sus obras disecciona lo español y rinde homenaje a glorias nacionales (compositores como Cabezón, Cabanilles, el padre Soler; escritores como Cervantes, San Juan de la Cruz, Antonio Machado, Federico García Lorca, Miguel Hernández; artistas plásticos como Chillida, Lucio Muñoz, Rivera, Sempere…). En su discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes de San Fernando (1983), declararía: «En efecto, últimamente he elegido como temas para mi trabajo creativo el punto de partida de músicas y autores pretéritos que forman nuestra tradición cultural occidental: Haendel, Beethoven, Juan del Encina, y formas como el tiento, la debla o las jarchas. La tradición es tan importante que sin ella no hay posibilidad de historia».
En esta línea y en palabras del musicólogo y crítico Enrique Franco (1920-2009), figura clave en el apoyo a los compositores españoles de la segunda mitad del siglo XX, Halffter es «la encarnación, a través de su actualísimo lenguaje sonoro, de esa pasión española (…), sólo los españoles pueden ahondar en sus intimidades, pues no se trata de meros planteamientos culturales, sino de un pensar y un sentir rigurosamente intransferibles».
Ya tardíamente, Halffter se adentra en el mundo de la ópera, con Don Quijote (1999), con textos de Andrés Amorós sobre el personaje cervantino y estrenada en el Teatro Real de Madrid en febrero de 2000 y en la que de nuevo el compositor madrileño fusiona con éxito la tradición y la vanguardia. Como relató el libretista, «le propuse este tema al compositor desde una perspectiva con la que él coincidió plenamente: queríamos un Don Quijote desde hoy y para el espectador de hoy, «nuestro Quijote», no un Quijote arqueológico. Por eso, en el texto, en verso (por ser más adecuado para el canto) incurrí en notorios anacronismos: el expurgo de la biblioteca del caballero evocaba la quema de libros que hizo Hitler; se citaba a autores contemporáneos, como Dostoiewski, Machado, Kafka…Al final de esta ópera, Don Quijote es vencido y muere, pero el mito quijotesco permanece vivo, en la fantasía libre del ser humano. En cuanto al mito, Don Quijote no puede morir; muere Cervantes, como cualquier otro hombre, pero lo que él ha creado permanece vivo, para siempre. Así, el caballero nos confirma la necesidad permanente de la utopía, del sueño, para hacer más humano este mundo. Por eso, todos somos quijotes, todos podemos serlo: también, gracias a la música».
La repercusión de la primera ópera de Cristóbal Halffter es enorme y de inmediato llega un nuevo encargo, esta vez del Teatro de Ópera de Kiel, para el que escribe y estrena en 2008 su segunda ópera, Lázaro. Su tercera ópera y última hasta el momento (afortunadamente Halffter le ha cogido gusto a un género que no abordó hasta que cumplió los setenta años) la escribe también para Kiel y es Schachnovelle, sobre Novela de ajedrez de Stefan Zweig, que trata la historia de un abogado vienés perseguido por el nazismo que, gracias al ajedrez, consigue finalmente sobrevivir.
Pero una vez que Cristóbal Halffter alcanzó la máxima consideración como compositor, aún en vida de sus dos consagrados y modélicos tíos ¿cómo fue su relación con ellos? Reflexiona Cristóbal en 1997, ya fallecidos los hermanos de su padre, echando la vista atrás: «Mi relación personal con Ernesto siempre fue de admiración total, y lo sigue siendo. Naturalmente, tuve que romper estéticamente con él, tuve que pensar de acuerdo con mi generación, y esto a un Ernesto en la última época de su vida no le pareció del todo bien, por lo que hubo un cierto alejamiento. Algo que me parece natural, dado su carácter. Rodolfo, sin embargo, comprendió perfectamente que vivíamos épocas diferentes, quizás porque ejerció de profesor mucho tiempo y estaba habituado a que la juventud tuviese conceptos distintos a los suyos».
Programas de mano autografiados por Cristóbal Halffter de los conciertos que dirigió a la Orquesta Nacional de España en mayo y octubre de 1986. Colección particular de Rafael Valentín-Pastrana.
Autor fecundo, infatigable, arriesgado, visionario, clave en la apertura de la estancada música española de posguerra hacia la vanguardia europea del momento, de la que forma parte destacada desde entonces, ojalá el fascinante catálogo de este titán de la composición española del siglo XX y XXI (dignísimo heredero de sus tíos Rodolfo y Ernesto, a quienes incluso supera en relevancia y trascendencia por su condición de compositor clave en la historia de la música española de los últimos sesenta años) pueda seguir dando obras maestras.
Apéndice: La especial relación de los tres Halffter con el cine
Destaca la faceta de los tres Halffter como prolíficos compositores de bandas sonoras y su especial puntería al ser afortunados partícipes de algunas de las más importantes películas de la historia del cine español (o dirigidas por cineastas españoles en el exilio). Cronológicamente: Los olvidados (1950, Luis Buñuel, con partitura de Rodolfo en coautoría con otro colega del Grupo de los Ocho, el madrileño Gustavo Pittaluga), Historias de la radio (1955, José Luis Sáenz de Heredia, con banda sonora de Ernesto), Nazarín (1958, nueva colaboración entre el de Calanda y su compatriota exiliado mexicano) y El extraño viaje (1964, Fernando Fernán Gómez, con música a cargo de Cristóbal). Trabajos muchas veces alimenticios (en palabras de Cristóbal «Hice mucha música de cine, más de treinta películas. De vez en cuando las emiten en televisión y me avergüenzo, porque realmente no eran buenas películas«.) pero otras veces, como las mencionadas joyas y otras más, perfectos complementos musicales a algunos de los más grandes largometrajes españoles de todos los tiempos.
Rafael Valentín-Pastrana
Cristóbal Halffter junto al autor de este blog, en fotografía tomada con motivo del concierto que tuvo lugar en el Auditorio Nacional de Madrid, el 16 de diciembre de 2015, en homenaje al compositor por su 85º cumpleaños.
Video-Bibliografía:
– Rafael Valentín-Pastrana: La recuperación de una ópera española olvidada: «Fantochines» de Conrado del Campo. http://www.eltema8.com, 2015.
– Asier Reino: Cristóbal Halffter, libertad imaginada. Documental para Televisión Española, 2014.
– Rafael Valentín-Pastrana: Los titanes en la composición del siglo XX (3): Roberto Gerhard. http://www.eltema8.com, 2012.
– Raúl Cañas: Cristóbal Halffter. Documental para Bierzotv.com. VII Jornadas de Autor del Instituto de Estudios Bierzanos, 2012.
– Alberto Álvarez Calero: La «Sinfonietta» de Ernesto Halffter y las formas preclásicas. Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2005.
– Cristóbal Halffter: Una obra por investigar. Revista de la Residencia de Estudiantes. Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1997.
– Cristóbal Halffter: Tradición y coetaneidad. Discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1983.